El juicio de los 7 de Chicago: un emblema de la justicia racista y clasista en Estados Unidos
Por Diego Moneta
1968 es un año clave a nivel mundial. El Mayo Francés y la Primavera de Praga son los principales ejemplos de las manifestaciones y las luchas que se desataron en ese momento. En nuestro país ya comenzaba a sentirse la ebullición social que desembocaría en el Cordobazo al año siguiente. Estados Unidos tampoco fue la excepción, y de eso se ocupa la nueva producción de Netflix: El juicio de los 7 de Chicago.
Del 26 al 29 de agosto de 1968 se realizó en Chicago la Convención Nacional Demócrata, en la que sería elegido como candidato presidencial Hubert Humprhey. La intervención militar en Vietnam decidida por Lyndon Johnson dividía las filas del partido. El país seguía conmocionado por los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy, mientras que miles de personas llegaban a la ciudad para manifestarse contra la guerra.
El alcalde de Chicago, Richard Daley, había prohibido cualquier tipo de concentración, a lo que se sumó la movilización de un gran número de efectivos, incluyendo fuerzas policiales, agentes de inteligencia e integrantes de la Guardia Nacional. El día 28, la represión se desató contra manifestantes, periodistas, personal sanitario y cualquiera que haya caminado por el lugar. El ataque fue brutal, desproporcionado y tuvo como saldo cientos de heridos y detenidos.
Al año siguiente, Richard Nixon asumió la presidencia y buscó conseguir condenas ejemplificadoras. Para ello, se preparó una estructura para llevar a juicio por causas políticas a ocho manifestantes (uno posteriormente sería separado), acusados de conspiración para cruzar una frontera estatal para incitar a la violencia, enfrentando penas de hasta diez años. Ese proceso, que se dió entre marzo de 1969 y febrero de 1970, es conocido como El juicio de los 7 de Chicago.
Según contó Aaron Sorkin, trabajó en el guión a lo largo de 14 años. Steven Spielberg, quien iba a estar a cargo de la dirección, decidió producirla y delegó la tarea. Pasaron varios nombres hasta que el film, finalmente, quedó en manos de Sorkin. Dos hechos casi simultáneos intervinieron para que esto sucediera: el triunfo de Donald Trump y el estreno de la primer película dirigida por Sorkin —Apuesta maestra—, elogiada por Spielberg, que le dijo al guionista que debía ser él quien la dirija.
El primer desafío para Sorkin fue decidir qué historia contar. En este caso, tenemos tres en una. Un drama judicial, la historia de una manifestación y la relación entre dos de los acusados que están del mismo lado, pero enfrentados. El resultado es de una actualidad sorprendente. La correlación entre los últimos meses de protestas en Estados Unidos y lo que sucede en el film queda evidenciada. El juicio de los 7 de Chicago choca contra la historia misma.
Los ocho acusados iniciales son los siguientes: Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rubin (Jeremy Strong); “Yippies”, una variante hippie para el Partido Internacional de la Juventud; Tom Hayden (Eddie Redmayne) y Rennie Davis (Alex Sharp), estudiantes universitarios movilizados; David Dellinger (John Carroll Lynch), líder de un movimiento pacifista vecinal; John Froines (Daniel Flaherty) y Lee Weiner (Noah Robbins), presentados como dos jóvenes sin ninguna relación con los hechos; y Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen II), integrante de Las Panteras Negras.
Los abogados defensores eran William Kunstler (Mark Rylance) y Leonard Weinglass (Ben Sherkman). Por el lado de los acusadores, tenemos al fiscal general John Mitchell (John Doman), al fiscal Tom Foran (J. C. Mackenzie) y a su asistente Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt), quien llevará a cabo el desarrollo del juicio. El juez Julius Hoffman está representado estupendamente por Frank Langella. Para el proceso se implementó la modalidad de juicio por jurados.
La película hace un repaso por distintos días de los meses que duró el juicio. Desde el principio, Seale deja en claro que es incluido para asustar y condicionar al jurado, ya que fue arrestado por el supuesto homicidio de un policía, mientras el resto de los acusados salieron bajo fianza. Su abogado no se presenta por problemas de salud y le niegan sucesivamente su derecho a defenderse, evidenciando el racismo del tribunal. Su única consulta a mano es el vicepresidente de su organización, Fred Hampton (Kelvin Harrison Jr.), quien es asesinado en su casa por policías mientras se desarrollaba el juicio. Bobby Seale es separado del resto y se anula su proceso luego de ser atado y amordazado por orden del juez.
Una de las claves en la resolución del caso es el testimonio de Ramsey Clark (Michael Keaton), fiscal general anterior, que evidencia los motivos políticos del proceso judicial. La historia final ya es conocida. Cinco acusados recibieron penas de cinco años por sobrepasar fronteras para incitar a la violencia, dos fueron absueltos, y se decidió que Seale había sido injustamente acusado de homicidio. Las sentencias que Hoffman dictaminó por desacato fueron desproporcionadas e irrisorias. Todas las condenas fueron revocadas por un Tribunal de Apelaciones del Circuito Séptimo en 1972, considerando la parcialidad del juez al rechazar la examinación del jurado por motivos raciales y culturales. De esa manera, nadie fue encarcelado o multado y el Departamento de Justicia se negó a iniciar un nuevo juicio.
El juicio de los 7 de Chicago es la gran apuesta de Netflix para los Premios Oscar. Sin embargo, una de sus fortalezas es, a la vez, una debilidad. La ramificación del elenco y el protagonismo coral hacen que ningún personaje tenga la suficiente profundidad, lo que no significa que no se luzcan. La convivencia de acusados tan diversos resulta interesante, en especial la disputa interna entre Abbie y Hayden. Todos los actores demuestran que cada escena es importante, pero Baron Cohen se convierte en el Don Quijote de Sorkin, público admirador de Miguel de Cervantes.
Más allá de excluir ciertos datos de color, suavizar las burlas de Hoffman y Rubin hacia las autoridades, y la licencia tomada en el final, el film es una obra marca registrada de Aaron Sorkin. Es la segunda vez que dirige uno de sus guiones, entre los que destacan las series The newsroom y The west wing, y las películas Red social y Cuestión de honor. La palabra tiene un peso firme, con diálogos tan ampulosos como bien construidos, que son capaces de sostener la acción.
De igual manera, las formas no están descuidadas. La narración comienza con una vertiginosa secuencia que marca las coordenadas básicas del relato, mezclada con material de archivo de noticieros de la época y de conferencias presidenciales. A su vez, se intercalan flashbacks con declaraciones en el estrado y un show de standup que Abbie realiza en otro momento. La trama oscila entre un thriller judicial y una comedia absurda sobre el funcionamiento del sistema.
Sorkin demuestra, una vez más, que el drama legal es su punto fuerte. Diálogos brillantes, monólogos ideológicos, romanticismo político y pasión democrática, combinados en una devoción tan patriótica como crítica de su país. Sin dudas, el principal defecto es la falta de personajes femeninos, que hace que parezca que las manifestaciones de 1968 fueron forjadas únicamente por hombres; pero la impronta del guionista se nota de principio a fin.
El mensaje final retoma un lema de las protestas de ese entonces: “Todo el mundo está mirando”. De todas maneras, el racismo institucionalizado, el abuso policial y el sesgo judicial, que El juicio de los 7 de Chicago puso en evidencia, están más presentes que nunca en la sociedad estadounidense, como lo demuestran el asesinato de George Floyd y las muertes por represión en las protestas que le siguieron. Más de medio siglo después, y con la expectativa por las elecciones de noviembre, todavía todo el mundo está mirando.