Flee: un relato sensible e intenso que expande las fronteras de lo narrable
Por Diego Moneta
Muchas veces encasillar a una obra en un género cinematográfico o en una categoría específica para una entrega de premios resulta forzado, lo que termina por potenciar ciertos preconceptos del espectador. En general, suelen discutirse las barreras entre la ficción y lo documental y si la animación califica como técnica o no. La ya multipremiada, y también multinominada a los Premios Oscar, Flee no deja lugar a dudas. La coproducción entre Dinamarca, Francia, Noruega y Suecia aún no tiene fecha de estreno en nuestro país pero su centralidad en la conversación la convierte en una de las grandes piezas del año.
El director y guionista danés Jonas Poher Rasmussen, que había ganado notoriedad por Buscando a Bill, se une a Riz Ahmed y Nikolaj Coster-Waldau en la producción ejecutiva, conocidos por Sound of metal y Game of thrones respectivamente. El formato “documental de animación”, que puede sonar contradictorio, está en auge por dos razones: permite reconstruir el pasado sin elenco de actores y, a su vez, otorgar otro tipo de narrativa a las historias. En este caso, además, se agrega la protección de la identidad de los involucrados.
Flee narra la historia de Amin Nawabi, de origen afgano, que vive en Dinamarca y es entrevistado por el propio Rasmussen, su compañero en la secundaria. Tras mantenerla oculta durante veinte años, decide contar su travesía como niño refugiado buscando asilo en el extranjero. El viaje no lineal desde Kabul a la actualidad parece avanzar en forma de thriller pero sostenido por la credibilidad del documental— ya que, por ejemplo, se intercala con imágenes de noticieros—. Su elemento central serán las idas y vueltas, llegadas y escapes de Amin y su familia, que se va desmembrando a partir de la emigración.
La estructura de Flee es sencilla. El director guía y profundiza el diálogo en diferentes direcciones— incluyendo la orientación sexual en un ambiente conservador, como parte de un todo—, de alguna manera es coprotagonista. Su enfoque, en cambio, se aleja de lo simplista dada la necesaria reconstrucción de fragmentos. Allí resalta la influencia de Vals con Bashir a la hora de contar tragedias a través de una animación sutil que catalice la emoción. Amin inicia sus relatos mirando hacia adelante y hacia nosotros, lo que nos transforma en parte de la narración y nos obliga a conectar con su proceso.
El recorrido de Amin, tan particular como específico, es representativo y se convierte en una película sobre la identidad, la aceptación y la necesidad de expresarse. Su trazo estético y poético no se molesta en competirle al de grandes compañías como Pixar, sino que además se permite jugar con la realidad subjetiva y la percepción como temáticas. Su discurso sincero escapa a la lágrima fácil, y a los excesos en general, sin dejar de lado su voluntad de concientización. Los colores suavizan el relato, sí, pero nada hace ignorar lo narrado.
Flee cobra valor por su delicadeza, claridad e intensidad en partes iguales. Al humano se lo coloca por encima de los acontecimientos. Se narra con humanidad. Lo importante es el espacio para quien necesita contarse, ser escuchado y ser comprendido. En paralelo, se cuestiona el significado y los estándares de una “mejor vida” y de las maneras en que distintas realidades pueden ser plasmadas en una obra. Es una historia que no será fácil de olvidar. No por su triple nominación en los Oscar— mejor película internacional, de animación y documental, lo que ya es inédito— o por los 36 premios que ya cosechó. Es una pieza artística que expande las capacidades del género y del medio como una forma de activismo.