Gambito de dama: un jaque de Netflix
Por Marina Jiménez Conde
La nueva serie original de Netflix, Gambito de dama, se sumerge en el mundo del ajedrez al relatar la vida de una niña prodigio que se obsesiona con el juego hasta volverse una experta. Se encuentra ambientada en la década del 60 y está protagonizada por la actriz Anya Taylor-Joy —nacida en Estados Unidos y criada durante su infancia en Argentina— que da vida al personaje de Elizabeth Harmon en su juventud.
La historia comienza en la final de un torneo de ajedrez, a la que “Beth” Harmon llega demorada y con dificultades, dando a entender rápidamente que tiene problemas de adicciones. Enseguida, el relato retrocede en el tiempo para descubrir la infancia de esta chica, donde se muestra que su madre murió tras causar un accidente de autos de manera intencional. Isla Johnston es quien interpreta a Beth en su niñez y, al igual que Anya Taylor-Joy, realiza un gran trabajo.
La niña termina en un orfanato donde a las residentes le suministran pastillas tranquilizantes de forma cotidiana. Beth empieza a practicar ajedrez con el conserje del lugar, que le enseña a jugar, y usa las píldoras para visualizar los movimientos en su mente. Pronto logra vencer fácilmente al hombre y demuestra que tiene una inteligencia superlativa.
Luego, es adoptada por un matrimonio y desarrolla un gran vínculo con su madre adoptiva. En general, el director Scott Frank explota muy bien la relación entre las mujeres, sin llegar a lo obvio ni a lo trillado. Por ejemplo, una chica que pierde rápidamente contra ella le explica las normas internas del torneo del que participan y, lejos de envidiarla, desea que gane para poder demostrar que ellas también pueden estar ahí.
En un mundo donde los hombres dominan, la presencia de Beth en cada torneo es una alteración al orden. Con un estilo elegante y agresivo, la protagonista se va haciendo de un nombre y se pone como objetivo ganarle al campeón mundial, un soviético llamado Borgov.
Otra trampa que esquiva el director es contextualizar la competencia que había entre Estados Unidos y la Unión Soviética en plena Guerra Fría, sin llegar a demonizar a los segundos. Inclusive, uno de los amigos de Beth llega a decirle que sus contrincantes son mejores porque se ayudan entre ellos, a diferencia de los norteamericanos, a los cuales describe como individualistas.
También, en el momento en que se tiene que mostrar al pueblo soviético, se refleja la afición por el ajedrez que sienten, que sirve para explicar la gran cantidad de ajedrecistas de primer nivel que poseen. Allí se deja en claro que la rivalidad queda en el tablero y que, fuera de él, en realidad admiran a Beth.
Por otro lado, hay un gran trabajo de montaje, que no es poco teniendo en cuenta la gran cantidad de escenas de partidas de ajedrez que se ponen en pantalla. Si bien es cierto que
se puede percibir cierta lentitud para avanzar, esto se debe a la densidad del relato, donde la obsesión de Beth es una excusa para conocer al personaje y las dificultades que la atraviesan.
Puede ser que Gambito de dama sea adorable para quienes aman al ajedrez. Sobre todo, porque muestra muy bien ese mundo y habla en ese mismo idioma. Sin embargo, no hace falta tener conocimiento alguno sobre ese juego —aunque pueda despertar algún interés después de ver la serie— para disfrutar de la historia, ya que, en realidad, lo que Beth muestra con sus adicciones son los problemas que tiene para establecer vínculos y lidiar con su soledad, y ese idioma es universal.