The gilded age: un melodrama estadounidense con tintes políticos
Hace unos años la serie Downton Abbey fue un verdadero éxito. En un tono menos serio y un poco más ligero se revisaban los melodramas ambientados antes de la primera guerra mundial. Todavía existía una aristocracia en Europa y en Estados Unidos una primacía decadente pero todavía protagonista de la vida nacional de los grandes estancieros o latifundistas. Allí se ambienta The gilded age -La era dorada, en español-, en el proceso por el cual se da un ascenso de la burguesía proveniente de la guerra civil, es decir, el surgimiento de la industria como el motor económico.
Al igual que la primera tira mencionada, tiene un profundo elemento melodramático en lo que refiere a amores prohibidos para la época, ya sea entre familias enfrentadas por conflictos de antaño o por pertenecer a clases sociales distintas, y dados por lo general en relaciones de infidelidad. En ese marco, además, se agregan aristas novedosas como relaciones por fuera de lo heteronormativo y venganzas personales, lo que fue sumado a las ficciones epocales por la cinematografía repleta de arribistas y cazafortunas, un aspecto primordial del cine negro característico de ese país.
Cabe destacar la banda sonora de la producción, similar a la propuesta de Martín Scorsese en La edad de la inocencia: composiciones modernas en una ambientación grandilocuente con colores exagerados para dar la sensación de que se está viendo un cuento. El objetivo es que quede claro que lo mostrado ya sucedió y que el espectador está poniendo la lupa en algo viejo, ya sin usarse. El vestuario, en el mismo sentido, es con colores más apagados en el caso de las mujeres de mayor edad, ya que se intenta evidenciar que vivieron lo anterior a la Guerra civil. Como reliquias en vida, son lo queda del Estados Unidos de algodón y venta de niños negros en cada esquina.
La música también juega su rol importante por narrar momentos de incomodidad entre mujeres. Además, la ópera es vista como una señal de status porque allí se ven entre ellos los ricos. Otro caso son las ceremonias donde se reúnen las señoras y dirimen las intrigas entre ellas y los pactos o traiciones entre los maridos, rivalidades en donde ser nativo lo era todo y marcadas por el aislacionismo característico estadounidense, al igual que su desprecio hacia los católicos o irlandeses.
En particular, sobresale la actuación de Bertha Russell (Carrie Coon), protagonista, que comenzó su carrera haciendo de hermana menor de Ben Affleck en Perdida. Poco a poco comenzó a tener lugar en Hollywood, aunque más interesante y fructífero desde hace algunos años en televisión que en el cine. Representa de manera brillante a una mujer que utiliza a su hija para entrar en el mundo de los ricos. Es despreciada por no ser de cuna de oro y volverse exponente de la nueva burguesía. Una arpía de buenos modales, su ética no es la moral inquebrantable de la época. Su enemiga, la aristocracia, es capaz de humillar públicamente para demostrar que se sigue la ley al pie de la letra.
En paralelo, y característico del melodrama de la época, las jóvenes son las que pagan los enfrentamientos de las familias a las que pertenecen, aunque sea sin saberlo por diversos motivos. Bellas, ingenuas y de gran simpatía, pero ignoran su medio circundante de manera contundente. Algo así como Mujercitas, donde las realidades adolescentes se chocan de lleno con una realidad violenta.
Por último, conviene ver la serie en conjunto con la mencionada La edad de la inocencia. Si bien hay menos humor y los juegos de intereses son mucho más crueles. No son apariencias lo que se disputan sino el lugar ocupado en su época con el conservadurismo característico. De algún modo, Michelle Pfeiffer hace una versión lúgubre de la protagonista de esta serie.