Gladiador 2: una gran película si no hubiera existido la primera

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Gladiador 2: una gran película si no hubiera existido la primera

17 Febrero 2025

El año pasado estuvo marcado por el estreno de varias secuelas: Dune, Beetlejuice, Intensamente, Joker, entre otras. Cada una con su recepción particular, para bien o para mal, donde si las segundas partes son complicadas, sorprender lo es todavía más. El punto central son las expectativas generadas y si hay una a la que el escenario previo -a lo largo de casi 25 años- no le favoreció es a Gladiador 2, que vio la luz en noviembre.

Para quien no recuerde, Gladiador sigue, a grandes rasgos, la historia de Máximo (Russell Crowe), un general romano que es traicionado y forzado a convertirse en esclavo. Termina en el Coliseo, donde rápidamente destaca y comienza a planear su venganza. Su director, Ridley Scott, ofreció en varias oportunidades una secuela, que finalmente se anunció en 2018. En otras palabras, durante dos décadas, y sobre todo el último lustro, las expectativas fueron en aumento. Scott repite en dirección, del guion se ocupó David Scarpa y de la producción Paramount. Sin embargo, las dudas y posibles fantasmas nunca se fueron.

Gladiador 2 se sitúa 16 años después de la entrega inicial. Esta vez conocemos a Lucio (Paul Mescal), que se alista bajo las órdenes del general Acacio (Pedro Pascal). Tras la muerte de su esposa, es convertido en prisionero y comprado por Macrino (Denzel Washington) para luchar en el Coliseo. A partir de allí, la trama se divide en dos aunque irán entrelazándose. La falla de origen del proyecto, dado el paso inevitable del tiempo, es justificar su propia existencia, para lo cual apela en demasía a la grandilocuencia y a la nostalgia como los principales cánones de la industria cinematográfica actual.

Desde el vamos, hay que decir que la película emociona, si bien no sorprende, gracias a una estructura que copia casi al pie de la letra a la original. ¿Cuál es el problema? Quizás el atractivo de la primera ya no resulta de la misma manera ante la audiencia. Por eso apela al derroche. Roma es aún más bárbara y desquiciada, se agregan conspiraciones e intrigas palaciegas y desde el inicio se nos ofrece una batalla a gran escala para establecer la pauta. Es, prácticamente, una lucha permanente de casi dos horas y media.

No debe malinterpretarse. No atenta contra el legado ni el símbolo de la estrenada en el 2000, hasta puede ser disfrutada sin haberla visto -puede que incluso más-. Funciona como una secuela de manual, con un protagonista más complejo, mayor diversidad de ambientes y personajes -sólo Lucila (Connie Nielsen) y Graco (Derek Jacobi) repiten-, referencias a la anterior y un final distinto. Sin embargo, otra vez, ya existe la 1. Scott pone todo de sí: más herramientas digitales, más proverbios, más sangre. Sirve para olvidarnos que hizo Napoleón, pero no para dispersar la sensación de que se percibe a sí misma innecesaria

Cabe señalar, además del mérito del director, la influencia de los intérpretes, cuando la sombra de Crowe y Joaquin Phoenix es gigante. Los interludios entre las armas y los vicios hacen avanzar la narración. Mescal desborda carisma y, a pesar de no parecer del todo cómodo, eso favorece su expresión; Pascal es reducido a un papel secundario; el actor que más destaca, para variar, es Denzel, que siempre merece un Oscar -sería el tercero-. Es una interpretación hipnótica sobre el poder crudo.

Con todo, es una obra colosal, aunque no tan verosímil. No le importa cómo era Roma, fallos históricos, hipérboles, anacronismos o repeticiones. Tal es así que, mientras se toma todo tipo de licencias, sobre el final termina por diluirse en un exceso de melancolía. ¿Es poético que el héroe actual camine sobre los pasos del anterior? ¿Cierra el círculo o se vuelve disparatado? A pesar de su final anticlimático, Gladiador 2 resulta muy digna -no es poco, dado el desafío- y sabemos que las comparaciones son injustas. Es un alarde continuo a la altura del espectáculo y, al fin y al cabo, entretiene. 

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