Intimidad: cuando la vida sexual femenina pesa más que las capacidades
Por Agostina Gieco
Intimidad, la nueva miniserie española de Netflix, muestra cómo la vida privada, cuando se trata de una mujer, pareciera tener más peso que sus propias capacidades. La trama sigue a Malen Zubiri (Itziar Ituño), abogada y candidata a alcaldesa de la ciudad, cuya vida da un giro cuando se filtra un video suyo manteniendo relaciones sexuales. Al transmitirse en redes sociales, medios de comunicación y hasta en el colegio de su hija adolescente Leire (Yune Nogueiras), el clima de acoso y burla constante hacia ella y su familia no cesa. Sin embargo, Malen no está sola. Casi en paralelo, Begoña Uribe (Patricia López Arnaiz) le cuenta que su hermana Ane (Verónica Echegui) se quitó la vida luego de que filtraran fotografías y videos de desnudos suyos en su trabajo, lo que provocó situaciones de mobbing— hostilidad sistemática en ámbito laboral—. Ambas se encuentran en el limbo de denunciar o no la difusión de material privado por todo lo que entra en juego.
La miniserie permite observar en detalle la sociedad machista en la que transitamos. Sin importar la ocupación o no de cargos de poder, a la mujer se la desautoriza y desprestigia utilizando su sexualidad como excusa. Se comenta que lo que hizo fue por impulsividad, emociones descontroladas e irracionalidad, como si no tuviéramos el derecho de estar con alguien libremente y sin que nos juzguen. Allí tenemos el “no hubiese abierto las piernas” emitido a diario por parte de hombres y algunas mujeres.
El machismo atraviesa diferentes edades, géneros y clases sociales, y es producido y reproducido en diversos contextos. Importa más cómo vive cada mujer su vida sexual que sus habilidades o inteligencia en el ámbito en que se desarrolla. Los hombres temen que haya mujeres al mando porque saben que de esa manera la situación de privilegio, en la que estuvieron insertos por siglos, puede ceder hacia una sociedad más equitativa. Y eso les incomoda.
La mirada feminista de la miniserie se refleja en diversos aspectos. En principio, se observa en el protagonismo de varias mujeres independientes y corajudas, con iguales niveles de importancia en la trama y preocupaciones que van más allá de su vida en torno a un hombre. Además, en la aparición de organizaciones en defensa de la violencia de género, con movilizaciones y pancartas de denuncia. Por último, muchos de sus diálogos refieren a su situación laboral u otras cuestiones que nada tienen que ver con sufrir por la falta de amor de un varón. Si aplicamos el famoso Test de Bechdel— usado en la industria para analizar qué tanta representación femenina tiene una producción—, probablemente lo superaría y estaría en la lista junto a Mujercitas, Parásitos o Dear White People, entre otras.
Otra cuestión visible en esta ficción es la idea de que la mujer es la culpable de todo, ya sea que hace o no hace, que dice o no dice, siempre se la responsabiliza por lo que ocurre, sin mirar al hombre con ojos inquisidores. En el caso de los varones, si es una figura política o reconocida, los medios de comunicación lo catalogan como ganador, en cambio con una mujer lo mínimo que le dicen es “puta”. El hostigamiento que sufren, en este caso Malen y Ane, no es aislado, la serie lo deja bien en claro. Es parte intrínseca del sistema que desde niñas nos enseña a comportarnos como “señoritas”, que avala la masturbación masculina pero cuestiona la femenina, y que si sos varón mientras más chico tengas relaciones sexuales más experimentado sos, pero si sos mujer más zorra te ven. No fuimos educadas para hablar libremente de nuestra sexualidad, ni para vivirla.