Jesús seguro se veía como Robert Powell
Por Manuela Bares Peralta
La rutina de la catequesis duró dos años: todos los sábados a la mañana entrábamos por la Iglesia y escuchábamos la misa. Después, cuando el cura nos permitía retirarnos, cruzábamos el patio— donde las chicas y chicos salían al recreo— hasta llegar al aula que nos habían asignado. No sé si seguirá siendo igual, pero en esa época, para cada pregunta que teníamos nos hacían aprender una canción. Aprendí muchas canciones mientras tuve 11 o 12 años, pero encontré muy pocas respuestas. Un día nos mudaron de aula y pusieron una película, Jesús de Nazareth del director italiano Franco Zeffirelli. Repetimos esa actividad durante dos sábados seguidos porque la película duraba más de 6 horas, aún hoy toda esa puesta en escena me parece olvidable, aunque por muchos años me imaginé que Jesús seguro se veía como Robert Powell.
La religión siempre estuvo unida al cine diversificando enfoques y formatos. Sin ir más lejos, El Libro del Éxodo fue adaptado en la película animada El Príncipe de Egipto en 1998 y, años después, en Exodus: Dioses y reyes de Ridley Scott. La pulsión por recrear los antiguos y nuevos testamentos también se centró, especialmente, en la figura de Jesús. Del cine mudo a la interpretación de Max von Sydow en La historia más grande jamás contada, de la recreación de Martin Scorsese de la novela La última tentación de cristo escrita por Nikos Kazantzakis a La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Mientras que la obra de Zeffirelli fue casi un encargo de la iglesia católica que aún vivía la popularidad que generó el Concilio Vaticano II, la adaptación de Scorsese se alejaba de la mirada oficial y emprendía su propia revolución en las pantallas de todo el mundo.
Estrenada en 1988, La última tentación de cristo fue disruptiva en muchos sentidos, pero el más central fue representar a Jesús como un hombre, capaz de cuestionar el destino que se le había impuesto y de desear una vida sin sufrimiento ni sacrificio. La divinidad del filme no radica en lo determinante que se nos presenta muchas veces la religión católica, sino en la capacidad de elección. El Jesús de Scorsese pudiendo optar por otra vida elige sacrificarse por la humanidad. La banda sonora compuesta por Peter Gabriel, la interpretación de William Dafoe como el Mesías y la aparición de David Bowie como Poncio Pilatos acompañan un planteo que continúa siendo revolucionario, aún más de 30 años después, porque lo que vemos es un Cristo lleno de miedo y dudas, un hombre más parecido a nosotros y más alejado del mito.
El nuevo milenio propuso otro enfoque para acercarnos a Jesús a la pantalla, menos íntimo y, quizás, más grandilocuente. Volver a construir el mito que lo aleje de las visiones terrenales, narrar su sufrimiento más que su sacrificio. Bajo esa premisa, Mel Gibson construyó una puesta en escena fiel a los episodios evangélicos que narran los sucesos entre la última cena, la crucifixión y muerte de Jesucristo. La película no está exenta de logros como el maquillaje y la ambientación, habiéndose rodado íntegramente en latín, hebreo y arameo, las lenguas que se utilizaban en Galilea en esa época. Pero en La Pasión de Cristo no hay disrupciones, sino un efecto fugaz. A diferencia del film de Scorsese, no hay polémica en lo que se dice sino en cómo se decidió hacerlo, con una brutalidad que, por momentos, hace imposible ver las escenas de flagelación y crucifixión. Si bien se la acusó de promover el antisemitismo por el rol preponderante que le da al pueblo judío en su muerte, no es más que una lectura de lo que ya existe, pero, por fuera de los golpes de efecto— que los hay de a montones— no queda nada.
La religión es una constante en el cine. Los enfoques cambian, es verdad. Historias más terrenales y menos míticas parecen las demandas de esta era. Escenificar los errores o los debates pendientes de las religiones se transformó en una praxis para la pantalla grande, pero también para la chica. El Jesús de Powell era una visión hegemónica de divinidad, mientras que el de Jim Caviezel significaba el regreso al dogma, a la Iglesia alejada de la gente y más centrada en las tradiciones. En esta época, la visión de Scorsese es la más parecida a nosotras y nosotros, la de la duda y el debate constante, la que sigue invitándonos a mover los cimientos de las bases, aún treinta años después.