La ira de Dios: un nuevo policial argentino desembarca en Netflix
Por Manuela Bares Peralta
En 2003 había llegado a las librerías “Crímenes imperceptibles”. Lo compré unos pocos años después por un proyecto de literatura que nos propuso nuestro profesor de esa época. A esa edad, estaba obsesionada con las novelas góticas y los policiales, había leído y releído intensamente la colección completa de cuentos de Edgard Allan Poe y me fascinaba esa incertidumbre que se te aloja en el cuerpo hasta llegar al último párrafo. Leí la novela de Guillermo Martínez de un tirón pegada a la estufa de casa. Fue mi propia pelea contra el tiempo: terminar la novela antes de tener que volver al secundario. A partir de esa primera lectura, llegué a otros de sus libros como “Acerca de Roderer”, “La muerte lenta de Luciana B” e “Infierno grande”. En todas esas oportunidades volvió a repetirse la misma sensación: sentir que el tiempo no alcanzaba para leernos con la vertiginosidad que me imponía el relato.
Creo que esperaba volver a sentir esa misma sensación con La ira de Dios, la versión cinematográfica de “La muerte lenta de Luciana B”, que se estrenó hace pocos días en la plataforma de Netflix. Su director Sebastián Schindel ya había llevado a la pantalla grande un cuento de Martínez, "Una madre protectora", de la mano de Joaquín Furriel, después del éxito que cosechó con El patrón: radiografía de un crimen.
Tras una sucesión de muertes cercanas que abarcan los últimos diez años, Luciana (Macarena Achaga) decide comunicarse con Esteban (Juan Minujín), su antiguo empleador, para pedirle ayuda ya que está convencida de que el famoso escritor Kloster (Diego Peretti) quiere vengarse de ella asesinando a toda su familia.
La expectativa comienza a diluirse a medida que la película se desarrolla. Atrás quedan los escenarios impactantes y la fotografía majestuosa, rodeados de una trama narrativa que pierde el espíritu del libro. Ya lo había dicho Martínez en una entrevista al referirse a la adaptación de Álex de la Iglesia de “Crímenes imperceptibles” que tenía sus propias licencias: “El lenguaje cinematográfico exige amputaciones y algunas magnificaciones, una síntesis de escenas”. En este caso, más allá de las amputaciones necesarias para condensar esas 241 páginas, en el trayecto la propuesta pierde la atmósfera que construye la novela, un estado dubitativo y una sucesión de hipótesis que obliga al lector a dudar de todo lo que lee.
El foco, a diferencia de la obra original, está en los asesinatos y no en lo que sucede alrededor de ellos, es decir, las conjeturas que tomamos y abandonamos, el propósito de la venganza y el azar que atraviesa las versiones contrapuestas que ensayan los personajes. Quizás porque termina siendo una versión apurada para quiénes tenemos el libro a cuestas donde se presentan, sucesivamente y con saltos temporales, distintos obstáculos, pero que no cuentan con el tiempo necesario para ser digeridos y analizados. Una película interesante y correcta que se contrapone a un libro hipnótico. Para quienes no conocían la obra de Martínez o esta novela, bien vale la pena verla.