La vida a oscuras: homenaje y retrato de época del cine
Tras su estreno inicial el año pasado, La vida a oscuras volverá a proyectarse durante el mes de noviembre: estará los viernes a las 20 hs en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). El documental, dirigido y guionado por Enrique Bellande, es un homenaje a la vida y obra de su protagonista y, a la vez, es mucho más que eso: un retrato de época del cine.
Hace más de una década se instaló en nuestro país el Digital Cinema Package (DCP) o, en otras palabras, el sistema de proyección digital, que significó prácticamente una sentencia de muerte al fílmico con el que había nacido el cine y usado durante más de un siglo. Con ese cambió, las salas cambiaron sus analógicos, cerraron laboratorios e innumerables copias de celuloide fueron descartadas. A contracorriente, y en soledad, nuestro protagonista resiste: Fernando Martín Peña, central en la historia de la cinefilia argentina.
En primera instancia, La vida a oscuras es una aproximación a su figura, un documental de observación que sigue su vida diaria dedicada a la conversación -y también difusión- del material fílmico. En su casa los rollos se amontonan, casi como el único refugio posible. Según Peña, coleccionista desde la infancia, su archivo supera los ocho mil títulos. A lo largo de poco más de una hora, la cámara sigue al también docente y divulgador por, entre otros destinos, el MALBA, casi su segundo hogar. Es responsable del área de cine desde 2002, tras su paso por el BAFICI y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. A su vez, creó el programa Filmoteca - Temas de Cine, con distintos ciclos para la TV Pública.
La película podría describirse como una incursión furtiva en la vida cotidiana del protagonista. Su vida privada queda fuera de campo, es cierto, y su voz en off oficia de complemento de la narración en pantalla, pero, más que explicar, lo importante es ver. Más que una obra biográfica, es una aproximación didáctica. Un registro, dada su relación a través de los sentidos, de un verdadero obrero del celuloide. Al igual que en Los Fabelman, hay cierta fascinación por la magia en la manipulación del material. En ese camino, la trama se vuelve mucho más importante que sí misma. Hay un relato, sí, pero hay mucho más.
Si bien Bellande conoce a Peña hace más de treinta años, como alumno en 1991, nunca lo había imaginado en este rol. Fiel seguidor de sus ciclos, el estreno de Ciudad de María y de Camisea los volvió a cruzar. En 2015 comenzó a filmarlo, Peña ya había iniciado su cruzada en defensa del fílmico, ante la inexistencia de una Cinemateca Nacional -entidad autárquica para preservación y difusión del patrimonio fílmico-. Una de las cinematografías más ricas de la región, ante una copia dañada, no tiene dónde volver a producirlo. Para Bellande, ese esfuerzo solitario y silencioso, debía ser retratado. “Se había convertido en alguien con una misión y, entre tantas películas, una tiene que hablar de él”, había dicho, y llegó en 2023. En ese entonces salió “Diario de la filmoteca”, libro en el que el protagonista narra un año suyo.
De esa manera, con sutileza y elegancia formal, La vida a oscuras focaliza en el trabajo de Peña y a la vez funciona como alerta sobre el acervo cinematográfico argentino. Es el fin de una época y la consolidación de otra, es un homenaje al cine como una experiencia viva que también se degrada. Hizo del coleccionismo una de sus bases de vida, al punto tal que, por ejemplo, halló una copia completa de Metrópolis, de Fritz Lang. Es un restaurador de la historia del arte en pantalla y el documental evidencia la nostalgia por un cine que ya no es tal pero que, con sus rituales, Fernando Martín Peña intenta traer y sostener en el presente.
Bellande sintió que lo que el divulgador hacía pertenecía al cine, que era cine en sí mismo, y que por eso el cine debía dar cuenta. De alguna manera, una doble historia de amor por el cine que trasciende al espectador. Con esa tarea, las obras salen del ostracismo impuesto por la tecnología y se vuelven a exponer. No sólo las restaura para que revivan, restaura un público para cada una ellas. Las proyecciones que organiza Peña dejaron de ser un lugar como tal, son un espacio de resistencia, dado que siguen siendo casi el único lugar con funciones regulares en todo el país donde se proyecta en modalidad fílmica.
La Cinemateca ausente es, de alguna manera, otra protagonista, más o menos oculta, del documental. Ese faltante fantasmagórico sobrevuela todo el rodaje. La Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional (CINAIN) existe como tal, aunque sin recursos, a partir de un proyecto de ley de Pino Solanas. Se creó en 1999 y fue derogada por Carlos Menem. Luego, por unanimidad, fue aprobada y reglamentada durante el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Sus fondos deberían provenir de un porcentaje de lo que recauda por entradas vendidas el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), que desde su creación en 1957 debió formalizar la preservación del material fílmico.
Pese a largas décadas de reclamos, por diversas opiniones contrapuestas entre áreas culturales estatales, todavía no hay una institución oficial que se ocupe de la conservación del cine nacional, ante una pérdida de patrimonio sin pausa. No hay mejor perspectiva en el corto ni largo plazo, pero Peña apuesta -y Bellande coincide- como última salida a forzar su funcionamiento ante la herencia de todo el material. Para eso se hizo esta obra. La vida a oscuras es la de Peña, proyectando, pero ante dicha ausencia también sería la nuestra.