Lluvia de jaulas: un retrato de la vida desde la villa
Por Marina Jímenez Conde
Cine.ar subió a su plataforma el documental Lluvia de jaulas, del director de cine César González, donde se muestra la vida de Alan Garvey. Justo en la semana donde han retornado discursos a favor de la baja en la edad de imputabilidad, el film tiene como portavoces a una banda de jóvenes y se encarga de señalar el accionar de las fuerzas de seguridad en los barrios populares. Sin nombrar explícitamente el gatillo fácil, se relatan situaciones de vida donde personas muy chicas fueron asesinadas por la policía.
Además, se problematiza a la pobreza como un factor producido adrede por el sistema capitalista, como consecuencia de la división social del trabajo. Desde las primeras tomas en la villa Carlos Gardel, en la que tanto Garvey y González viven, se hace visible la puesta en escena que las fuerzas de seguridad despliegan en el lugar y las perturbaciones que esto genera.
La asunción de la posición política que hace González está presente a lo largo de toda la obra, pero el director interviene muy de vez en cuando a través del uso de la voz en off, para, de esa manera, subrayar algo puntual. Por ejemplo, en un momento acota: “La suma del dinero total robado por todos los pibes chorros en un año no supera lo que roba sólo un pequeño grupo de buitres en un día de especulación financiera”.
En general, el film -de 82 minutos de duración- está hecho a base de extensos montajes, donde lo artístico, lo sonoro y lo visual tienen un peso importante. El relato que se presenta escapa a la lógica de los clásicos documentales y, si se acuerda en la lentitud con la que se van creando las distintas imágenes, el saldo es positivo.
Lo distinto de Lluvia de jaulas es que está filmado y protagonizado por personas del mismo lugar. González conoce de primera mano las dificultades por las que se atraviesa al nacer en una villa. Inclusive, antes de convertirse en cineasta y poeta estuvo preso por robo durante unos años en el penal de Marcos Paz. La producción y composición de imágenes que se eligen muestran todo acerca de la cotidianeidad en los barrios: se puede ver a alguien cocinar, a personas charlando, acariciando un perro, pibes jugando a la pelota, esqueletos de autos robados y el exceso en el consumo de drogas.
La historia es cruda y real, pero no romantiza lugares, personas o situaciones. Ni tampoco lo que se elige mostrar es para promover el asombro, sino simplemente para conocer esa otra vida con su complejidad. Quizás, el único elemento a criticar es que cuando se muestra el armado de cigarrillos de marihuana y cocaína; se pasa la imagen de un paisaje nevado, como se le suele llamar en la jerga a ese tipo de cigarro, y como doble alusión, no aporta mucho.
Por lo demás, si se pacta salirse de los relatos convencionales de los documentales más tradicionales y entrar en una estética lenta, pero de múltiples imágenes que hablan de muchísimas cosas a la vez, y a las que encima se le suman los comentarios apuntaladores, el documental resulta más que interesante. Sobre todo porque miradas que no sean simplistas y que abarquen estas cuestiones, no abundan.