Los diarios de Andy Warhol: la máquina aún funciona
Por Dani Mundo
Los primeros días de marzo se estrenó, a través de Netflix, Los diarios de Andy Warhol, miniserie documental que ahonda en las memorias del artista y actor estadounidense. Como suele suceder, en especial ante las producciones presentadas mediante plataformas de streaming, las críticas se dividieron entre quienes la descartaron por parecer una bazofia y quienes admitieron que les encantó. Nosotros estamos más cerca de este segundo grupo.
Aunque no llegó al grado del fanatismo, vi Los diarios de Andy Warhol en un par de días. Me contagió la fiebre de las series y me quedé hasta las 6 am viéndola. Es cierto que todo el tiempo me estoy interesando en Andy Warhol, releyendo algún libro o alguna parte de uno, comprándome una historieta de su vida, adentrándome en algún aspecto sobre su obra, adquiriendo algún póster o postal con la reproducción de alguna de sus imágenes, etc. No menos cierto es que también me irrito cuando un documental está mal hecho. No es el caso de esta producción que se pergeña a partir de una interpretación de esos diarios míticos que Warhol dictó por teléfono todas las mañanas a su asistente, detallándole los gastos del día— 2,5 dólares de taxi— y con qué famoso había cenado la noche anterior.
La serie tiene varios logros y un par de defectos. La reconstrucción digital de la voz de Warhol es impecable. La voz, sin duda, es uno de los rasgos del personaje. O mejor dicho, más que la voz, sus silencios. La tira cruza información que proviene de los diarios con reportajes a personajes cercanos al artista o a diferentes personas de su intimidad— el hermano de alguno de sus novios, por ejemplo—. La cagada acá es el tono en el que se desenvuelve el comentario del entrevistado: neutro y reposado, sensiblero. A alguno se le pianta un lagrimon.
Leí los diarios hace unos años y algunas anécdotas me había olvidado. La serie me reveló cosas que no sabía. Ya con eso basta para mirarla, para mí. Acentúa, también, rasgos del carácter de Warhol que, personalmente, interpreto de otro modo. Pareciera que tiene como objetivo exhibir su homosexualidad. Lo hace como si fuera fácil de demostrar: basta con repetir machaconamente que era gay y listo. Y no, no alcanza. Acá también, como en tantas otras cosas, Warhol era un adelantado y su sexualidad no era para nada fácil de encasillar.
No sé siquiera si hoy es tolerable en esta sociedad “liberada” que supimos (de)construir. Tenía más de la impersonalidad de una máquina que de la sensualidad con la que fantasea nuestra sexualizada cultura. Como mínimo era voyeur antes que homosexual. Pero su asexualidad era más radical. ¿De dónde provenía esta sexualidad realmente queer? Lo escribiré en alguna nota futura. Salvo este énfasis en estabilizar lo desequilibrante de la sexualidad, lo demás de Los diarios de Andy Warhol es recomendable y vale la pena.