Los true crimes le ganaron a la época: la historia de Lyle y Erik Menéndez
Domingo 20 de agosto de 1989. Una noticia sacude y trasciende el micromundo de Beverly Hills. José y Kitty Menéndez, una pareja millonaria, son asesinados en su living. Meses después, las sospechas se centran en sus hijos: Lyle y Erik. Sus gastos excesivos y su comportamiento errático se vuelven tendencia en una televisión acostumbrada a vivir sin sobresaltos. Ya consagrados como fenómeno popular, el juicio se transmitió por la cadena Court TV.
Pionero en el streaming, el caso de los hermanos Menéndez fue interpretado al calor de la época: ¿Un crimen justifica otro crimen? ¿Qué pasa cuando el abuso no nos convierte en las víctimas deseadas por las audiencias? ¿La tragedia es capaz de edulcorar el delito frente a los ojos de los consumidores? Acaso, ¿somos capaces -hoy- de reinterpretar los hechos juzgados hace casi treinta años de una manera completamente diferente?
Capítulo I: La ficción
Ryan Murphy tiene un sexto sentido para interpretar la época y sus consumos. En 2003 irrumpió en la pantalla chica con Nip/Tuck, un drama médico reversionado que se alejaba de los parámetros tradicionales y narraba el día a día de dos cirujanos exitosos con precisión quirúrgica. Años más tarde, repitió su éxito con Glee y American Horror Story, que ponían el foco en en los on demand de las audiencias: musicales adolescentes y terror bizarro. No obstante, cada apuesta tenía un giro.
La serie ideada para el prime time de Fox reinterpretaba las canciones que se agolpaban en los rankings que MTV o Much Music reproducían hasta el hartazgo, mientras la segunda, concebida para un público más adulto, lograba entremezclar algunos hitos del terror con el género slasher. A este impulso se sumaron los true crimes y Murphy los convirtió en un nuevo epílogo de su carrera. American Crime Story fue el puntapié que le permitiría transformar el género hasta encontrar en la saga Monster su propia forma de dosificar la narrativa de un crimen vintage con una cadencia acorde a esta época.
Antes de los Menéndez vinieron OJ Simpson, Gianni Versace y el escándalo Clinton - Lewinsky, pero con Netflix Murphy edificó el comienzo de una saga. La primera temporada, titulada Dahmer, se centró en la historia del asesino en serie que mató a 17 jóvenes entre 1978 y 1991. Si en esta entrega la atención narrativa estaba dirigida no sólo a relatar su genealogía sino también una crítica a lo que lo rodeaba, Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez utilizó de excusa a los hermanos para hablar de los monstruos que realmente los acompañaban: sus padres, médicos y abogados.
La miniserie de nueve capítulos, protagonizada por Javier Barden, Chloe Sevigny, Cooper Koch y Nicholas Alexander Chavez, conjuga una escenografía nostálgica que evoca los bronceados y excesos de una década musicalizada al compás de “Im gonna miss you” entonada por la banda Milli Vanilli. Esa evocación no es una casualidad sino una intención. La ficción de Murphy no narra únicamente una historia precisa sino que pone de manifiesto un contexto.
Capítulo II: El documental
Netflix hizo de los true crimes su columna vertebral y explotó su narrativa para posicionarse en los rankings de consumo en plataformas. Si HBO estilizó el género, Netflix lo hizo mainstream. Potenció el documental con la ficción y viceversa, como si fuera un círculo vicioso, y lo hizo bien. Llegó Conversaciones con asesinos: Las cintas de Jeffrey Dahmer, una miniserie que contaba con la voz en primera persona de uno de los asesinos en serie más icónicos de la historia yankee. Esta dualidad entre ficción y documental, que también había servido para posicionar a Ted Bundy entre los contenidos más consumidos de 2019, hizo lo propio con la historia de los hermanos Menéndez.
Ahí entra en escena el documental Los hermanos Menéndez de la mano del cineasta argentino Alejandro Hartmann. Frente a nosotros no hay sólo una grabación en primera persona sino un contexto y una duda. El crimen y sus circunstancias vuelven a evocarse en pantalla. Ese es el diferencial que lo distingue de tantos otros. Carmel: ¿Quién mató a María Marta? y El fotógrafo y el cartero: El crimen de Cabezas, dos crímenes enquistados en el ADN argentino, marcaron su desembarco en el gigante del streaming. Sobre esos cimientos, Hartmann reconstruye los testimonios de ambos hermanos que se entrelazan con quienes participaron en el proceso de su condena por el homicidio de sus padres.
Si la ficción de Murphy es un placebo estético que consigue resumir el impacto que generó en la memoria emotiva el caso, una mezcla entre lo bizarro y aberrante, el documental de Hartmann le proporciona el peso narrativo que se merece una mirada actual sobre los hechos. ¿Podemos hoy revivir los hechos juzgados en 1996 con otros ojos? ¿El abuso es algo hoy posible? ¿Nos permitimos siquiera pensarlo por fuera de los patrones de buenas víctimas?