Lucifer: hasta el diablo puede redimirse
Por Diego Moneta
La llegada de una nueva década cambió definitivamente la actitud de Netflix en relación a sus series insignia y a las producciones que rescataba para continuar su contenido, cuando hoy en día la rápida cancelación se transformó en su bandera. De las primeras, tal vez la única sobreviviente sea Stranger things. De las segundas, Lucifer es el último gran exponente con vigencia, si descartamos a la tira española La casa de papel.
Lucifer se estrenó originalmente el 25 de enero de 2016 en Fox. Fue desarrollada por Tom Kapinos y está basada en un personaje tomado de la serie de cómics The Sandman (El hombre de arena), creado por Neil Gaiman, Sam Kieth y Mike Dringenberg, tridente que también se ocupa del guión actual. Gaiman ya lo había incluido como protagonista de un spin off de su propia novela gráfica. En esta ocasión, priorizaron a la comedia como vehículo de representación del célebre "señor de las sombras", Samael, Satán, o cómo sea que gustemos nombrarlo.
La trama gira en torno a Lucifer Morningstar (Tom Ellis), el diablo, que fue expulsado del cielo acusado de traición. Tras miles de años, se aburre de reinar en el infierno y se muda a Los Ángeles, donde dirige su propio club nocturno. Luego de involucrarse en un caso de asesinato, a cargo de la detective Chloe Decker (Lauren German), se convierte en consultor de la policía. A diferencia de la anterior producción de Kapinos, Californication, esta ficción no muestra pecados y vicios sino que se asienta en la idea del cambio, tomando como protagonista a un ser aparentemente inmutable. Con el correr de los capítulos nos daremos cuenta que esa cualidad no existe como tal, ni en él ni en el resto de los personajes.
A lo largo de sus tres primeras entregas en Fox los índices de audiencia no acompañaron a la serie, por lo que fue cancelada. Uno de sus productores indicó que estaba intentando disuadir la decisión y alentó a que la comunidad replicara la voluntad con el hashtag #SaveLucifer (Salvar a Lucifer), en una movida que unió a fanáticos, elenco y equipo de realización. El efecto tendencia llevó a que Netflix la rescatara para una cuarta temporada en junio de 2018, la cual en el nombre de uno de sus episodios hace honor a la campaña, y fue mucho más exitosa en visualizaciones. Una clara muestra de la relación bidireccional entre medios masivos y redes sociales de los tiempos que corren.
Ese proceso puede ser leído como una transición que terminó de asentar de nuevo a la tira. La quinta entrega, anteriormente considerada la última, se dividió en dos partes, de ocho episodios cada una, y estrenó su segunda mitad antes de que terminara mayo de este año. La temporada final será la sexta, compuesta por sólo diez capítulos, que deberán dar el cierre definitivo a esta historia. Pero, ¿qué hizo de Lucifer un fenómeno exitoso con circulación contemporánea entre medios masivos y redes sociales que renació de sus cenizas?
Su mejor cualidad es un adecuado equilibrio entre el componente policial, que funciona a pesar de no ser original y de que sus casos pierdan interés, las referencias y los personajes sobrenaturales, a través de lo celestial, y el humor, mediante el cual se cuestionan creencias arquetípicas. La premisa del diablo resolviendo crímenes puede sonar absurda, y más si su don obliga a la gente a decir su verdadero deseo, pero la tira deja en claro desde el inicio que no busca tomarse en serio a sí misma. Por esa razón estos seres inmortales se preocuparán a veces por asuntos tal vez demasiado “mundanos”.
A partir de ahí, nos encontraremos capítulos muy buenos y otros que caen en cierta monotonía, ambos manteniendo el eje de ser autoconcluyentes con un hilo conductor común. De la gracia a la profundidad, hay momentos de comedia, tensión, drama, reflexión y hasta hay lugar para numerosos musicales, donde David Bowie cobra una centralidad destacada. Con mayor o menor frescura y convencionalidad, con varios vaivenes y el coronavirus de por medio, la serie ha logrado sostenerse.
Lucifer toma como punto de partida que nadie previamente bueno puede convertirse en malvado tan rápido. Samael es el guardián de las almas que han pecado y por ello están en el infierno. Cabe preguntarse, más allá de lo dogmático, si el hecho de que las castigue es un síntoma de bondad o de maldad, y si los tortura por lo que hicieron o para que superen sus culpas. Antes de su estreno inicial, la Asociación Americana de la Familia, organización estadounidense, lanzó una petición para evitar su emisión por considerar que “glorificaría” al diablo. Sin embargo, Lucifer es más bien una historia de redención motivada por el amor, alejada de cualquier mensaje antibíblico. El escape de los maniqueísmos es la base de su originalidad.
El otro cimiento sobre el que se apoya es su elenco, con un protagonismo diverso y que, por momentos, podría considerarse coral por las subtramas. Ellis es brillante a lo largo de toda la narración. Es el antihéroe más irónico, que no se perdona ni a él mismo. A Chloe Decker sumamos al también detective Daniel Espinoza (Kevin Alejandro), su ex marido; a uno de los hermanos de Lucifer, Amenadiel (David Bryan Woodside); a la demonio Mazikeen (Lesley Ann Brandt), tal vez quien tenga el mayor arco narrativo; y a la forense Ella López (Aimee Garcia).
En la misma línea, a medida que avance la historia se irán sumando distintos personajes celestiales, como Caín, Abel, Eva y hasta Dios y su pareja. El papel de la principal deidad está a cargo de Dennis Haysbert, una versión que nos recuerda a Morgan Freeman en Todopoderoso. Aún más destacable es el rol de la terapeuta Linda Martin (Rachael Harris), una figura típica estadounidense, que cobra relevancia por los problemas que debe asumir Lucifer. Estos son generados no sólo por sus tendencias narcisistas, sino por ser parte de una familia complicada, con enfrentamientos y rivalidades internas de toda clase.
Desde el vamos, es ese tipo de serie que encanta y repele por igual desde sus primeros minutos. Sin embargo, por sobre todo, Lucifer es la demostración de una producción equilibrada, en un contexto de tanto desborde de gastos, efectos e hipérboles narrativas. ¿Qué tiene por delante su sexta entrega? El cielo o el infierno, sin importar cuál representa el éxito o el fracaso.