Mickey 17 o cómo disolver el cine en el espacio

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    Mickey 17

Mickey 17 o cómo disolver el cine en el espacio

17 Abril 2025

La oportunidad de extender sus vidas ad infinitum que no tuvieron los replicantes de Blade Runner la tiene el personaje homónimo de Mickey 17 (2025) de Bong Joon-ho, adaptación de la desmañada novela de Edward Ashton, a quien le podemos cargar el agravante de haber escrito el guion junto a Joon-ho. 

Deudores de un implacable prestamista, Mickey (Robert Pattinson) y Timo (Steven Yeun), su amigo y luego Judas, deben huir de la Tierra hacia destinos peores. Así se embarcan en la nave de la invisible corporación-iglesia cuyas máscaras son el fracasado político Kenneth Marshall (Mark Ruffalo) y su esposa Ylfa (Toni Collette), macchiettas que evocan a Donald Trump y, un poco menos, Ivana Trump, respectivamente. Marshall, asimismo, filigrana barrocamente sus discursos con ciertos mohines y poses de Elon Musk. Mickey se apunta en la nave de Marshall como «prescindible», lo que equivale a ser un trabajador expuesto a morir en terribles accidentes además de cobayo con el cual prueban los efectos de virus y radiación solar. Cuando Mickey muere es devuelto a la vida gracias a la tecnología de la (re)impresión y cada nuevo Mickey recibe la memoria actualizada en un «ladrillo» de información que asegura la permanencia de la identidad.

Gracias al dudoso privilegio de haber sido elevado a figura sacrificial del neocapitalismo y sus tecnologías –en esto sí está hermanado a los replicantes de Blade Runner–, Mickey es infectado con los virus de Nilfheim hasta que los científicos o magos de la nave obtienen la vacuna que permite el desembarco de las tropas de Marshall en el helado planeta. Nilfheim es «hogar de la niebla» en nórdico antiguo pero excepto por la nieve y el frío, esta referencia «mitológica» nada tiene que ver con el planeta elegido por Marshall para fundar una nueva civilización blanca y pura, a pesar de que la nave está llena de negros, orientales, etc. La pregunta es por qué Marshall en la novela está en un plano secundario y en la película termina siendo el protagonista. La respuesta es simple: Mickey 17 se dirige a un público que detesta a Trump y Musk. Y por supuesto que no consideramos que esté mal burlarse de ellos, el problema es que, al tratarse de una película, la burla o el desprecio dependen de una eficacia cinematográfica que aquí por los diálogos, entre tontos y predecibles, y las sobreactuaciones de dos excelentes actores como Ruffalo y Collette lejos está de alcanzarse.

El desbarranque se consolida cuando tras escapar por milagro de morir una vez más, Mickey 17 regresa a la nave y descubre a un recién (re)impreso Mickey 18, hostil y con deseos de no compartir cartel. La metáfora de Mickey como reproducción de la clase obrera alienada en mero instrumento del capital se suprime por la metáfora de la identidad asediada por el doble, ese daimon que viene martillando cabezas desde Poe, con sus cada vez más insufribles variaciones solipsistas. La narración se pierde en vericuetos teleteatrales pseudo eróticos y las bellas Kai (Anamaria Vartolomei), la agente «buena», y Nasha (Naomi Ackie), la agente «mala», flotan alrededor de los Mickeys como adornos que no saben bien para qué están en la nave. Es también una pena que el guion haya desechado las posibilidades que presentaba el personaje de Alan Manikova, el cerebro de la tecnología de la (re)impresión, que en la novela tiene un desarrollo más extenso y más interesante. La voz en off woodyallenesca de Mickey 17 relata que Manikova fue en la Tierra un psicópata que asesinaba gente en situación de calle –un candidato ideal para la gente de bien que denuncia a «fisuras» y vendedores ambulantes–, pero había otro Manikova que servía de coartada. Todo se complica aún más cuando estando en la cárcel los Manikova 1 y 2, un Manikova 3 comete un nuevo asesinato. Se plantea así un problema jurídico-filosófico: ¿Son tres asesinos o uno solo? El acertijo se salda integrando a los Manikova y su tecnología al sistema y prohibiendo la existencia de los múltiples. Una prohibición esencialmente política ya que de los múltiples podría nacer un colectivo de iguales.

En sus momentos finales, vestido como un oficial del SS, otra redundancia, Marshall pronuncia un discurso guerrero que Nasha interrumpe revelándole que los únicos alienígenas en Niflheim son los humanos conquistadores como ellos. Marshall no comete el genocidio de los rastreros, los habitantes originarios de Niflheim, que al principio asoman como los primitos hermanos de Alien y finalmente son más buenos que Lassie. Esta otredad débil, organizada en un sentimental matriarcado, encaja bien en la tonalidad pacifista de Mickey 17, más del lado de Bradbury que de Heinlein.

Al revés de la habilidad que demostró en Parasites, esta vez Joon-ho perdió la brújula y estrelló la nave contra la constelación de citas parodiadas y o hurtadas –procedimiento que llega al paroxismo de la desfachatez con la piedra negra saqueada a 2001: Odisea del Espacio– que suman la novela de Ashton y el guion que ambos perpetraron. El resultado general es que Mickey 17 se parece mucho a su desgraciado personaje: es una reproducción más en la extensa galería de los panfletos que confunden el cine con un oportunismo disfrazado de buenas intenciones.