Nomadland y el fin del sueño americano
Por Manuela Bares Peralta
Frente a la emergencia económica, sanitaria y social que aún azota al mundo, Chloé Zhao escenifica el éxodo de hombres y mujeres que alguna vez pertenecieron a la clase media y que, empujados por la recesión y la falta de oportunidades, quedaron al margen del sistema. Una película que visualiza un presente de exclusión, una realidad que no es invisible sino que habita en todas partes, extendiéndose a lo largo de la carretera.
Los Premios de la Academia siempre ensayan una introspección televisada. Es parte del ritual coreografiado de cada año. Es una forma muy estadounidense de abordar las falencias del sistema democrático del que son propietarios, revolucionado en las formas y estancado en una falsa institucionalidad que reproduce la desigualdad y la segregación. El argumento de Nomadland es terriblemente incómodo. Su columna vertebral es la exclusión de millones de hombres y mujeres que alcanzaron el sueño americano y que, el mismo sistema, se encargó de arrebatárselos. La película también es un duelo emocional y territorial, una aproximación a la pérdida y al desarraigo. Esas personas forman parte de una de las urgencias de esta época, sobre las que la democracia aún no ensayó soluciones: gente que el sistema expulsa y descarta.
Nomadland hizo historia. No sólo por el peso actual de su narrativa sino porque su directora Chloé Zhao ganó el Oscar a Mejor Dirección, convirtiéndose en la primera mujer asiática en ganar en esa terna y en la segunda mujer en la historia, tras el triunfo de Kathryn Bigelow por The Hurt Locker once años atrás. Además, se alzó con el premio a Mejor Película y Actriz Principal por el papel de Frances McDormand.
El triunfo de Zhao se enmarca en una entrega de premios atípica. Fue una ceremonia con menos brillos y parafernalia, más ajustada a esta época, donde nuevamente las mujeres marcaron un hito parecido al del 2018, representando el 32% de las nominadas y alzándose con 15 estatuillas.
La gran depresión no fue una anomalía pasajera, sino que transformó la vida de la sociedad estadounidense para siempre. El sueño americano continúo siendo un imperativo de deseo, pero, a medida que se acumularon los años y las crisis, dejó de estar materialmente disponible para una porción— cada vez más grande— de la población. La recesión que azotó las economías mundiales en 2008 profundizó la exclusión de muchos americanos de la economía formal y la crisis crediticia-hipotecaria a la que dio lugar, terminó por hacerlos perder sus casas. Sobre esa memoria emotiva se edifica Nomadland, un trayecto cinematográfico de 108 minutos dirigido por la ahora ganadora del Oscar, Chloé Zhao.
El cierre de la planta de yeso y de la fábrica destruyó al pueblo de Empire. La pérdida de 95 puestos de trabajo apagó para siempre la matriz productiva de la comunidad y exilió a las familias que vivían en él. Fern (Frances McDormand) es parte de ese grupo empujado, fuera de los márgenes del sistema capitalista, a seguir andando, a permanecer en constante movimiento.
La fuerza argumental de Nomadland está en su estructura musical repleta de paisajes y climas. El viaje de Fern arriba de su furgoneta es una crónica hecha plano, pero también es el gesto documental convertido en ficción. Esa inestabilidad que produce el camino, el territorio recorrido, las paradas que nos ofrece esa América profunda y desconocida se transforman en poesía bajo la dirección de Zhao.
Este trayecto comenzó unos años atrás con el libro de la periodista Jessica Bruder, donde compila una serie de relatos de hombres y mujeres que se describen a sí mismos como “not homeless but houseless” (no en situación de calle, sólo sin casa). Nomadland: Sobreviviendo a Estados Unidos en el siglo XXI es el testimonio escrito que dio origen a la película y es el acta de nacimiento de una nueva clase social: los nómades de esta era.
Por fuera de McDormand y David Strathairn, el resto de las voces y caras del film se interpretan a sí mismas, escenificando los diálogos que compartieron con Bruder cuando los entrevistó, a lo largo de tres años, para su libro. Ellos, los marginados, el coro griego que acompaña a Fern en su viaje, forman parte de una clase media dinamitada, donde la ilusión de progreso y movilidad social se hizo añicos por la tiranía del dólar. Son los sobrevivientes no ficticios de un sistema económico y social que se encargó de relegarlos; son quienes hicieron de una circunstancia una forma de vida; son quienes decidieron hacer de la pérdida un perpetuo éxodo.
En este ejercicio audiovisual de supervivencia que ensaya Fern diariamente en el camino está alojado el corazón y el motor argumental de esta historia. La ruta ya no es sólo un territorio de tránsito sino el espacio físico donde se desarrolla el duelo. Una forma de sobrevivir a la pérdida y al desarraigo de los bienes materiales, pero también de los vínculos afectivos. Es el recordatorio constante de que lo único que no se adjetiva como imaginario es el dolor.
La escena que grafica el comienzo, un depósito repleto de muebles para llenar el recuerdo de los ambientes vacíos de la casa que ya no existe, anuncia el final de la película. Una escena con tantos puntos en común que pareciera repetirse y que despide los últimos minutos del film, antes de que Fern salga nuevamente a la ruta. Hace poco me dijeron que las buenas películas soportan los spoilers y Nomadland es una de ellas.