Parásitos: la arquitectura afectiva de una sociedad desigual
Por Tomás Eloy Gómez
La lucha de clases se ha vuelto un tema recurrente en el cine Hollywoodense de los últimos dos años, pero pocas de las producciones surgidas de este movimiento han contado con la originalidad, perspicacia y sensibilidad de Parasite (Parásitos), dirigida y coescrita por Bong Joon-ho. En esta comedia negra cargada de suspenso, el cineasta surcoreano cuenta la historia de dos familias, los pobres pero habilidosos Kim y los ricos e ingenuos Park, y los esfuerzos de los primeros por aprovecharse de la credulidad de los últimos con una serie de complejos engaños. Sobre esta premisa, Bong crea un universo sensorial donde elementos como la arquitectura, e incluso el olfato, develan las relaciones sociales que subyacen a la vida y las acciones de sus personajes.
La arquitectura en particular asume un papel tanto o más protagónico que el de los personajes humanos a través de la dirección, la cinematografía, el montaje y el diseño de producción. Parásitos nos transporta desde las claustrofóbicas profundidades urbanas hasta las alturas suburbanas, donde los espacios son amplios y luminosos. Y cuando la naturaleza acciona sobre esta arquitectura, el contraste visual entre los extremos de esta arquitectura alcanza una cualidad casi grotesca.
El elenco entero, por su parte, destaca por la naturalidad de sus interpretaciones, pero es en Kim Ki-taek (Song Kang-ho), el patriarca de la familia Kim, donde Bong encuentra el punto nodal de su parábola. De allí que la actuación de Song sea al mismo tiempo la más sutil y la más significativa. Song interpreta con delicadeza al trabajador desempleado, sobreviviente de varios negocios fallidos, quien por sus experiencias puede todavía solidarizarse con otros trabajadores como él. De los Kim, es el que más siente la desigualdad y marginación, no solamente de su propia familia, sino también de otros como ellos. A él le toca ser el que vive internamente la tensión entre la desesperación por superar la subterraneidad social y el reconocimiento de la frágil humanidad de la vida subterránea, así como la deshumanización que experimenta al vender su fuerza de trabajo a la familia Park.
La originalidad de Parásitos, sin embargo, está en el enfoque que Bong elige para contar su historia. Esta es una película sobre la sociedad de clases, pero a Bong no le interesa satirizar la explotación laboral, como lo hizo Boots Riley en Sorry to Bother You, o denunciar el abandono social, como Todd Phillips en Guasón. Parásitos, en su lugar, es una película centrada en el lado relacional y afectivo de la vida en sociedades desiguales.
El conflicto implícito en la película no es un antagonismo maniqueo entre los Kim y los Park, sino un desconocimiento mutuo y que se extiende hasta dentro de la misma clase social en que los Kim se desenvuelven. La brecha social, visualizada en la verticalidad arquitectónica de las grandes metrópolis surcoreanas, funciona como una barrera emocional a la empatía entre los personajes. Las miserias de las personas que viven literal y figurativamente en los niveles más bajos pasan casi desapercibidas por aquellos que viven en los niveles más altos. Y cuando esas miserias cruzan la barrera emocional y se vuelven perceptibles en las alturas, la reacción preponderante de los que viven arriba es el asco y el deseo de reconstruir y preservar la barrera de la ignorancia.
En este sentido, Bong no beatifica a los Kim como héroes hollywoodenses, ni demoniza a los Park como villanos caricaturescos. En su lugar, presenta a los más privilegiados como personas aisladas de la realidad, ignorantes, antes que maliciosas, y a los menos privilegiados como astutos y ventajistas por necesidad, antes que sencillos e indefensos. Parásitos tiene un giro argumental en su tercer acto, un giro genuinamente atrevido que lleva este enfoque temático y sus manifestaciones sensoriales hasta sus últimas consecuencias. Sin ahondar en su índole, este giro coquetea con el absurdo sin caer de lleno en él y quebrantar la credibilidad de la historia. Lo que hace, en su lugar, es sumar una nueva dimensión a su conflicto central, al recordarnos que la desigualdad no solo atenta contra la empatía de los que más tienen para con los demás, sino que también nutre una falta de solidaridad entre los que menos tienen.
Ese es tal vez el mayor logro de Bong en esta película: su dirección logra mostrar los sucesos más extremos delineados en el guion sin romper con la plausibilidad que construye en los primeros dos actos. Bong demuestra ahí una notable seguridad y capacidad de visión a la hora de crear y sostener un tono consistente, asistido por la cinematografía de Hong Kyung-pyo y la fluidez y delicadeza del montaje de Yang Jin-mo. Cabe resaltar también la banda sonora de Jung Jae-il, con sus melodías originales al estilo rococó, que complementa el montaje con una sinergia notable.
Con seis nominaciones a los Premios Óscar, incluyendo a Mejor Película y Mejor Director, Parásitos representa la visión de un grupo de artistas que confían plenamente en la claridad y solidez de sus ideas y su trabajo, así como en la inteligencia de sus espectadores. Los elementos que componen esta película se aúnan en una película pulida y deliberada, sin tosquedad ni descuidos, donde todo confluye hacia el sentido que Bong busca producir. En Parásitos, todo, desde la arquitectura hasta la empatía, es una cuestión de clase.