Porno y helado: otra cara de la comedia argentina
Por Diego Moneta
En general, desde cierto intelectualismo suele impugnarse a Adrián Suar por su forma de hacer televisión. En particular, se señalan sus telenovelas. No hay que caer en acusaciones de “malos o buenos” consumos, menos reeditar la separación “alta y baja” cultura. Ya no hay lugar para etiquetar producciones “de masas” de forma peyorativa. El análisis debe recorrer otros caminos, revisando críticamente lugares comunes, estructuras presentes y pasadas, y diversas resoluciones propuestas.
En este sentido, no debe ser el centro del debate quiénes miran lo que la productora Polka lleva al cine o a la televisión. Tampoco la forma “chueca” de actuar de Suar— que, como muchos otros en la industria, hace siempre el mismo personaje—. Nos interesa que las producciones argentinas, en este caso las comedias, den un salto de calidad y se sostengan en el tiempo. Nos interesa, por sobre todo, que la industria nacional crezca.
Estrenada el 11 de marzo, Porno y helado se inscribe en esa clave. Escrita y dirigida por Martín Piroyansky— creador de Abril en Nueva York y Voley—, la serie de ocho capítulos, de media hora cada uno, propone una búsqueda humorística para dejar marcado un registro propio. Sigue a Pablo (Piroyansky) y a su mejor amigo Ramón (Ignacio Saralegui), que deciden formar una banda— sin tener la más mínima idea de nada— junto a Cecilia Von Trapp (Sofía Morandi), joven estafadora, como manager. Luego de un primer éxito, inspirado en su visionado de pornografía mientras comen helado, el plan original comenzará a tambalear.
El trío irá descubriendo nuevos universos, que involucran desde músicos y hipsters hasta taxistas y políticos, a los que cierto hilo de conspiración o casualidad parece unirlos. La variedad temática es una de las fortalezas de Porno y helado, en su apuesta por cautivar al público joven y adulto de Amazon Prime, junto al tándem Maradona: sueño bendito y El presidente. Es una producción llena de sarcasmo e ironía, con un humor que mezcla incomodidad e inocencia. Entre una mentira que lleva a la otra podrá pasar cualquier cosa, pero hay una historia que lo contiene todo, por eso nunca se desbalancea.
Ese ir y venir se traduce en la construcción de una amistad. Aprenderán a soportarse y luego quererse, con sus mezquindades individuales y compartidas, con metas distintas, pero hermanados por una forma de comprender el contexto que los rodea, que hasta sobrepasa la ficción. De esa manera, resulta fácil empatizar como espectador, más allá de esa vieja y hegemónica idea de la comedia de que cualquiera podría identificarse con los protagonistas por ser buenas personas. Una regla escenificada en Friends y contrastada en Seinfeld. La serie— escrita por Piroyansky, Martina López Robol y Santiago Korovsky— recupera la mística de Seinfeld en la que no se intenta caer bien a la audiencia, pero ésta termina por encontrarse y transitar en paralelo victorias y fracasos ajenos como propios.
Otro de los elementos destacables de Porno y helado es el tono temático que maneja, con una aparente superficialidad pero con la contundencia justa, desde cuestiones LGBTIQ+ hasta nuevas masculinidades. Pablo y Ramón exponen, siempre y cuando sean honestos, sus sentimientos de manera natural. En el mismo camino, aunque casi de costado, aborda cuestiones del ámbito de la política y de la inmigración. Ya sean temas generacionales o referidos a la autopercepción del éxito o el fracaso, la amistad los atraviesa de manera transversal y con el humor que le da el toque propio.
La otra faceta de la serie es su exponencial cantidad de referencias específicas o metatextuales que, variadamente, aluden a diferentes décadas. Desde guiños a clásicos como La naranja mecánica o al procedimental de CSI hasta tiras noventosas como Mi familia es un dibujo, pasando por los primeros años del rock autogestivo de principios de siglo. En especial, hay citas muy locales que resultan efectivas— como la pelea de Mauro Viale con Alberto Samid o la fallida salida de Fernando de la Rúa del estudio de Videomatch— y un calibrado manejo del lenguaje fundacional de las sitcoms, con las estadounidenses como las más prolijas pero también, dado que por la misma razón se vuelve universal, sosteniendo sus elementos autóctonos y su gracia particular.
Piroyansky juega con las formas y los distintos tipos de registro. Sabe cómo incorporarlas a la narración sin afectar el verosímil construido y logrando que no haya respiro entre risa y risa. El desarrollo de las subtramas escala a medida que avanzan los capítulos y cada una aporta a los personajes, alejándose de producciones acartonadas, demostrando que todo tiene un sentido en el guion y otorgando solidez. Ese tipo de estructuras y el manejo de un buen timing son la manera más genuina de llevar a cabo una comedia: cada frase, gesto y movimiento, cada escena y cada actor, están al servicio del humor.
Ese reparto está conformado por una combinación entre Argentina y Uruguay. En general, son más cercanos al cine que a la televisión tradicional. Son una nueva generación en la forma de dirigir y de actuar. Sin embargo, en el proceso de la serie nos sorprenden un Favio Posca, como Picky Valeroso, y una Susana Giménez, como Roxana, esposa del senador Servio Vieira (Humberto de Vargas) y que tiene un particular fetiche. Lejos de caprichosas estrategias publicitarias, sus personajes secundarios aportan a la esencia de Porno y helado y se adaptan a una comedia diferente. Una apuesta riesgosa, y una rareza, que sale bien. Son dos generaciones actorales que se combinan de la mejor manera.
Porno y helado captura formas de humor contemporáneo que se desentienden de los lugares comunes del género nacional. Su tono incómodo— al mejor estilo The office— nos hace reír de manera constante. No es hacer una copia, sino adaptar la idea de comedia a nuestro país. Claro está, lo logra con creces y con espíritu propio. Es uno de los títulos del año, con todavía mucho potencial. Es la propuesta de un cambio de paradigma para las producciones cómicas argentinas.