Sexo y revolución: la persecución a la homosexualidad en los 70
Por Agostina Gieco
En 1969 en Nueva York se desarrolló la primera contraofensiva pública homosexual del mundo conocida como la “Rebelión de Stonewall”, que duró varios días, a raíz de que grupos policiales ingresaron al bar Stonewall Inn con el objetivo de reprimir a los homosexuales que se encontraban dentro, a lo que éstos ofrecieron resistencia. Un año después, se llevó a cabo la primera marcha del orgullo gay a nivel internacional, y la más masiva. Ese fue el comienzo de un movimiento que comenzó a organizarse cada 28 de junio para visibilizarse y reclamar una vida en paz sin miedo a ser reprimidos, discriminados, sometidos a diversos tratamientos, e incluso asesinados por vivir un amor fuera de la norma.
En Argentina en 1971 se creó el Frente de Liberación Homosexual (FLH) al nuclearse distintos movimientos ya existentes como Nuestro Mundo— conformado principalmente por obreros y sindicalistas—, EROS— por estudiantes universitarios—, SAFO— por lesbianas— y Bandera Negra— por anarquistas—, junto con activistas e intelectuales homosexuales como Manuel Puig y Juan José Sebreli, entre otros. El Frente se autodeclaraba como una organización anticapitalista, antiautoritaria y antiimperialista que abogaba por la revolución y modificación total del orden establecido. El documental Sexo y revolución, dirigido por Ernesto Ardito, repone parte de esas vivencias, incluyendo testimonios de cómo se vivía en esa época el ser homosexual y cómo eran tratados, sobre todo, por cuatro de las instituciones primordiales: la familia, la escuela, las fuerzas policiales y la Iglesia.
Hasta 1990 la homosexualidad era considerada por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad mental y el sistema de salud estaba preparado para ello. Quienes “la padecían” eran sometidos a diversos tipos de tratamientos, desde hipnosis, si eran afortunados, hasta lobotomías, electroshocks, extracción de genitales y tratamientos químicos para anular el deseo sexual. Algunos eran apresados en manicomios, lo que tuvo como consecuencia, en la mayoría de los casos, depresión y suicidio por los inhumanos tratos sufridos.
En cuanto a las instituciones básicas de enseñanza, las familias desprestigiaban a sus hijos si eran homosexuales o si jugaban con objetos que no les pertenecían según su sexo, mientras que las escuelas trataban de “corregirlos” mediante su educación basada en un lineamiento heterosexual o desligándose y recomendando terapia. Por otro lado, las fuerzas policiales tenían manuales de identificación según supuestas características y reprimían y apresaban sin razón. Ahora bien, una de las principales instituciones cuyo discurso acerca de la homosexualidad todavía persiste, es el de la Iglesia. Con sus famosas “terapias de conversión” insta a padres y madres a que hagan algo por sus hijos, para alejarlos de la perversión y encaminarlos hacia el sendero de la heterosexualidad y la reproducción.
Posterior a las elecciones de 1973, al asumir Héctor Cámpora como presidente, el FLH sale a las calles con el objetivo de ser reconocidos como actores políticos y de poder insertarse en la sociedad como ciudadanos que promovían la libertad. Sin embargo, tras la muerte de Juan Domingo Perón, al quedar María Estela Martínez de Perón al mando, deben replegarse una vez más a la clandestinidad, debido a que expresamente se amenaza de muerte a los homosexuales. La actividad parapolicial represiva se acentúa, sobre todo por militares fascistas insertos en círculos de poder y por la alianza con la Triple A, con José López Rega a la cabeza. Ya con Jorge Rafael Videla, luego del golpe cívico, eclesiástico y militar, la persecución, tortura, desaparición y aniquilamiento de homosexuales fue atroz.
Tras el retorno de la democracia, las fuerzas de seguridad continuaban su persecución. En respuesta, Carlos Jáuregui creó la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). En 1984, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), organizada con el objetivo de investigar los crímenes cometidos durante la última dictadura, publica el libro “Nunca Más”. Tiempo después, el entonces rabino Marshall Meyer, uno de los integrantes del organismo, le confiesa a Jáuregui que, debido a la presión del sector Católico, en él no aparecen 400 casos de homosexuales detenidos, torturados, violados y desaparecidos por su identidad sexual. A partir de que ese dato salió a la luz, es que cada 24 de marzo, la comunidad LGBTIQ+ hace énfasis en que fueron 30.400 desaparecidos.
Una vez que la comunidad estaba logrando mayor visibilización, la aparición del SIDA como forma de discriminar a los gays, llamada en Argentina “la Peste Rosa”, se utilizó por mucho tiempo para estigmatizarlos y degradarlos. El objetivo era crear una relación causa-efecto en la que se los culpabilizaba por su orientación sexual y además se los dejaba de lado por ser portadores de la enfermedad. Tanto Jáuregui como Néstor Perlongher, referente del FLH, fallecieron a causa del HIV.
Varias son las voces que se manifiestan en el documental contando sus propias experiencias de vida. Daniel Molina estuvo diez años recluso en una prisión, logrando la libertad con la vuelta de la democracia. Valeria del Mar Ramírez fue la primera persona trans en declarar en un juicio de lesa humanidad como testigo de la apropiación de una bebé en el Pozo de Banfield, donde estuvo encerrada. Guillermo García, por su parte, también fue secuestrado y torturado.
A pesar de que se conquistaron derechos como la Ley de Matrimonio Igualitario (2010), la Ley de Identidad de Género (2012) o La Ley de Reproducción Asistida (2013), la comunidad homosexual sigue sufriendo acoso y tortura por parte de personas que no tienen tolerancia ni empatía por los demás, que no aceptan a un otro diferente a sí, y que no ven que éstos grupos oprimidos durante tanto tiempo no buscan otra cosa que vivir su sexualidad libremente sin sufrir discriminación. En esta sociedad de opresores y oprimidos los crímenes de odio no cesan.
El documental de Ardito lleva el nombre del manifiesto presentado por el FLH en 1973, modificado posteriormente y vuelto a publicar en 1974. En él, se presentan críticas al sistema cisheteronormativo y patriarcal que se sustenta sobre la dominación de clases y de sexos. Se plantea que en el seno de las familias se ejerce dominación no sólo física y económica, sino también simbólica hacia la mujer, degradada al ámbito doméstico no remunerado y sin posibilidad de autonomía. Una de sus frases deja en claro el funcionamiento: “La genitalización está destinada a quitar al cuerpo su función de reproductor de placer para convertirlo en instrumento de producción alienada, dejando a la sexualidad sólo lo indispensable para la reproducción. Es por eso que el sistema condena con especial severidad todas las formas de actividad sexual que no sean la introducción del pene en la vagina, llamándolas “perversiones”, desviaciones patológicas, etc.”.
A días del 28 de junio, recordemos que la lucha de la comunidad LGBTIQ+ continúa. Y que no basta con ponerse la bandera de los seis colores un sólo día del año, sino que hace falta la urgente implementación de políticas públicas que les brinden acceso integral a la educación, a trabajos no precarizados y a un sistema de salud con profesionales que los atiendan sin juzgar. Más complicado, pero idealmente posible, es el cambio de mentalidad de parte de la sociedad que aún hoy sigue con su intolerancia y discriminación.