Sky Rojo: una producción forzada de Netflix para quedar bien con los tiempos que corren
Por Agencia Paco Urondo
Situado en España, en medio de una ruta aislada de la urbanización, el prostíbulo “Las Novias” donde se encuentran secuestradas treinta jóvenes que todos los días se levantan, maquillan y visten, sin saber qué rol tendrán que jugar, ni a quién deberán satisfacer. Usan pelucas y trajes distintos, y lo único que siempre deben mantener es su nuevo nombre, ya que al ingresar al burdel sus identidades quedan guardadas en un cajón. Allí, son otras personas, cuya historia pasada queda olvidada. Romeo (Asier Etxeandía), dueño del lugar y quien está al mando de todo lo que ocurre, las penetra sexualmente apenas llegan para “probarlas” y “educarlas” acerca de cómo hacerle sentir más placer a sus clientes.
Como si fuera poco, el proxeneta las mantiene cautivas con la excusa de una supuesta deuda económica y bajo la amenaza de lastimar a quienes aman. Un día, luego de que las protagonistas principales llamadas Wendy (Lali Espósito), Coral (Verónica Sánchez) y Gina (Yany Prado) se defendieran y lastimaran gravemente a Romeo, escapan con el objetivo de dejar atrás aquello que tanto sufrimiento les había causado y comenzar de cero. Incluso con sus esperanzas a flor de piel, sabían que Moisés (Miguel Ángel Silvestre) y Christian (Enric Auquer), dos hermanos que cumplen las órdenes del dueño del prostíbulo, iban a ir por ellas, sin importar cuán lejos se fueran.
Sky rojo, la nueva serie de Netflix estrenada el 19 de marzo, muestra imágenes de cómo en ese lugar las mujeres son víctimas de todo tipo de tratos deshumanizantes. Son trasladadas con correa y cadenas, azotadas y sometidas a prácticas sexuales humillantes como cuando son orinadas por hombres. Además, son representadas como mercancías que están ahí para consumo del cliente, como si fuesen muñecas sin sentimientos. Cuando Romeo dice “hay que dignificar la profesión y defender los derechos y las libertades del consumidor”, y también, “aquí el no es sí, el sí es sí, y el no sé, también es sí” está demostrando que las chicas no tienen poder de decisión alguno. El problema es que durante todos los capítulos, el guión mezcla los conceptos ya discutidos largamente de "la trata de personas" con el "trabajo sexual", englobando ambas categorías en la prostitución y omitiendo la violación a los derechos humanos que implica el primer término.
A pesar de la seriedad que debería conllevar el tratamiento de esta problemática y de la confusión que genera al respecto, la serie suma otros aspectos errados. En una de las escenas, podemos observar que Wendy después de haber sido abusada sexualmente en el baño de una estación de servicio, comienza a comer chocolate de manera compulsiva. Acto seguido, en un intercambio con Gina asegura que a partir de ahora, tienendo en cuenta que se habría librado de ser consumo sexual de los hombres, sería "gorda” y que lo lograría porque es buena tomando decisiones. Un comentario tan inesperado como fuera de lugar, por el que parte de la audiencia no tardó en expresar su disgusto, catalogándolo de gordofóbico.
Debe reconocerse que abordar la explotación de personas con fines sexuales desde una plataforma masiva podría haber resultado una buena idea. Por el contrario, la serie no hace más que frivolizar el tema, dejando una sensación de confusión en la audiencia. En definitiva, una producción forzada de Netflix para quedar bien con los tiempos que corren.