Snowpiercer: ¿Qué pasa después de una crisis mundial?
Por Manuela Bares Peralta
Un mundo destruido por el calentamiento global y el cambio climático. No hay meteoritos espaciales ni invasiones zombies. Son los seres humanos los artífices de este futuro postapocalíptico. La brecha entre el mundo que fue y el mundo que vendrá se reproduce frente a nosotros: los 1001 vagones en constante movimiento delimitan las posibilidades de consumo, poder y ascenso social de cada uno de los pasajeros del “Snowpiercer”. Todos ellos tienen una posición preasignada en esa realidad en marcha de la que son espectadores y, por momentos, protagonistas. Cada acción y personaje forma parte de la narrativa de un sistema que se resiste a cambiar, aun cuando todo a su alrededor se derrumba.
Si en medio de esta crisis sanitaria nos animamos a fantasear con fracturas lo suficientemente poderosas para modificar las estructuras de poder y las relaciones de consumo, ambas adaptaciones del cómic francés Le Transperceneige se encargan de dinamitar cualquier visión idealista que intentáramos imprimir en esta distopía. El escenario cambió, el mundo exterior ya no existe; se encuentra, hace años, sumergido en una capa de hielo que lo puso en pausa. Lo único que se mantiene en movimiento es el tren creado por el magnate Wilford.
Antes de que Parasite se convirtiera en un hit del cine surcoreano, Bong Joon-ho dirigió Snowpiercer hace casi siete años atrás. Un laberinto de puertas que se abren y se cierran y que, en su interior, recrea realidades diferenciadas para cada estatus social: los oprimidos luchan por subsistir en la cola del tren, mientras que los ricos son propietarios y consumidores de las extravagancias y placeres de los que sólo se puede acceder en la parte delantera del tren. Esta pieza audiovisual de dos horas reconstruye y refuerza las relaciones de dominación tradicionales: la degradación de los lazos de solidaridad, el materialismo y el hartazgo ante las injusticias palpables del sistema son los catalizadores de la revuelta que Curtis, junto con el resto de los pasajeros de la cola, emprenderá hacia el motor del tren.
A diferencia de la serie, la versión de 2013 tiene un desarrollo menos pausado, y pareciera que se anima a tocar de manera más directa, y sin subtramas paralelas, el corazón de la desigualdad estructural. “Mi lugar está adelante, su lugar está atrás. Mantengan su lugar”, grita por un altoparlante una de las empleadas de confianza de Wilford a los pasajeros de la cola del tren. Ese eco opera como punto de partida de la rebelión. Los vagones son el escenario del sometimiento que sufren los que menos tienen y los excesos que ostentan los más poderosos. Esa diferencia, que parece inalterable entre las clases que conviven en el tren, es el motor que hace que esta realidad se mantenga en marcha. El capital odia a todo el mundo, como dice Maurizio Lazzarato, pero sobretodo a los que menos tienen.
Nuestros consumos culturales son producto del contexto y de las circunstancias. En una época signada por la urgencia y la incertidumbre que el coronavirus deja a su paso, Snowpiercer nos obliga a preguntarnos: ¿qué mundo nos espera? ¿Es posible sostener y reproducir un sistema social a costa de la desigualdad? ¿Las crisis son una fase necesaria para reafirmar las estructuras y fortalecer el sistema capitalista? ¿Es posible un cambio irreversible o es una utopía —recreada por la industria casi a la perfección— en la que necesitamos desesperadamente creer?
La película se puede ver este sábado 13/06 en el canal A&E a las 19:45 hs.