Tinelli: el fin de una época
Por Manuela Bares Peralta
En pleno rebrote de la pandemia, tras más de una temporada alejado de la pantalla chica, volvía Marcelo Tinelli con un poco de todo. Un híbrido de las mejores experiencias de su praxis televisiva: los clásicos sketchs del "Videomatch" de fines de los 90', las imitaciones a políticos que sirvieron como boca de urna en la elección de 2009 y el formato de baile importado pero con lenguaje propio.
La televisión de Tinelli siempre fue una televisión de mayorías, capaz de reinventarse y de exorcizarse en el minuto a minuto que imponía el rating. También fue base fundante de una nueva narrativa, la de interpretar la demanda con incorrección política, la del producto no cómo horizonte sino como resultado, la de la identificación, más masiva y popular, donde las formas le ganaban terreno al contenido.
Esa televisión fue resultado de su propia época y Marcelo fue su mejor traductor. No creó nada pero se creó a sí mismo y, alrededor de su figura, consiguió congregar a las familias argentinas por casi tres décadas y construir un punto de acuerdo con su público: reírnos a costa de todo. Y en un país de emergencias y crisis cíclicas, reírse no es poca cosa.
Quizás, al calor de la época, es la forma más justa de leer e interpretar este año accidentado no sólo para Marcelo sino para toda la televisión tradicional. Nada de lo que había funcionado volvió a funcionar. Quizás, también, porque la televisión abierta que abandonó Tinelli en 2019 ya no era la misma y su audiencia tampoco. El programa de los 30 puntos de rating perdía con un formato importado que había puesto en práctica un sentido del humor menos incisivo y más coreografiado pero también lo hacía con lo propio, quedando atrás de otros programas emitidos por el mismo canal que todas las noches lo ponía al aire. Showmatch no fue un fenómeno aislado sino parte de un proceso más complejo. Sin ir más lejos, Intrusos dejó atrás sus formas tradicionales de anunciar la primicia y contar el chisme para convertirse en otra cosa, capaz de sobrevivir en esta nueva coyuntura y lo logró, a costa de sacrificios.
Medio y producto forman parte de una misma ecuación y sobre ambos pesa la performance accidentada de este año. Cambios de horarios, un desplazamiento en la grilla que coquetea con la medianoche y un rating que no llega a los dos dígitos. El formato no sólo no pudo reinventarse y, en el apostar a lo ya probado— como lo ha hecho en otras épocas— fracasó sino que, además, perdió ritmo y cintura televisiva. Esa conclusión no nos corresponde sólo a nosotros sino que es una forma que ya no funciona en esta televisión abierta ni en los servicios de streaming que se imponen mensualmente al cable.
Tinelli se consagró en éxitos pero también cosechó fracasos. Esa carrera política que aún no fue y que, año tras año, las encuestas acuerdan que no despegue o esa elección fallida de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) allá por 2015. Pero, el mayor producto de Tinelli fue él mismo y, tal como lo hizo Menem, aplicó en su forma de hacer televisión las mismas reglas que en el mercado. En esa metodología, cuando los números caen sólo queda barajar y dar de nuevo.
Hablar de Marcelo Tinelli es hablar de un conglomerado de programas, muchos de ellos apéndices de uno central, que es él mismo. Es referirnos a una empresa de entretenimiento que forma parte indisoluble de la dinámica televisiva pero sobre todo de la capacidad de su producto de repensarse al calor de la época porque, cuando el discurso pierde ritmo y se aleja de la aprobación popular, hay que crear uno nuevo. Porque, en esta empresa, lo único que no puede cambiar es su columna vertebral. Ese pacto que Tinelli hizo con su audiencia a sus inicios: "Reírse a costa de todo", y cuando eso deja de pasar hay que cambiar las formas y el contenido, pero cambiar al interlocutor, eso sí es más difícil.