Último adiós a Homeland: los trasfondos de las agencias de inteligencia llegan a su fin
Por Diego Moneta
El 2 de octubre de 2011 llegaba Homeland a las pantallas de Showtime, un thriller dramático producido por Fox 21 y basado en la serie israelí Hatufim (Prisioneros de guerra). Casi una década y ocho temporadas después, se despidió el último domingo haciendo honor a sus inicios y mejores momentos.
La trama sigue la historia de Carrie Mathison (Claire Danes), oficial de la CIA a la que una de sus fuentes le advierte que un prisionero de guerra estadounidense se ha unido a Al-Qaeda. En ese entonces, se conoce la noticia de que el soldado Nicholas Brody (Damian Lewis), desaparecido en combate desde 2003, ha sido rescatado. Por la información que maneja, Carrie desconfía, pero el gobierno elige presentarlo como héroe de guerra.
Un detalle fundamental es que la protagonista tiene un trastorno bipolar, lo que le presenta un gran dilema: estar medicada le impide aprovechar toda su capacidad mental. Carrie mantiene oculta su condición, ya que podría ser echada de la CIA. Su inestabilidad nos hace dudar de toda investigación que ella lleve a cabo. Sin embargo, en Homeland nunca hay que dar algo por sentado. Se puede pasar de investigadora a culpable en un simple giro, por lo que nos toparemos, en todo momento, con traiciones, agentes dobles y negociaciones paralelas.
La serie se sitúa tras los sucesos del 11-S, y la narrativa de la lucha antiterrorista nos acompaña siempre. Carrie siente culpa por los fallos de inteligencia que permitieron los atentados a las torres gemelas. Por eso, sus superiores la ponen junto a Saul Berenson (Mandy Patinkin) a investigar la posibilidad de otro ataque.
Es cierto que es una temática muy usada, pero Homeland va más allá. Representa el día a día, desdibujando la línea entre buenos y malos, para no dar tregua al espectador, y así, romper todo maniqueísmo y presentar un abanico de grises. La moralidad es un tema central, con la decadencia del sistema como eje. El objetivo es exponer la perversión, corrupción y falta de valores de la élite política, en donde destaca un modo muy eficaz de construir tensión con elementos mínimos; incluso con nada más que un polígrafo y una cámara.
La serie resalta por la brillantez de su guion. Puede ser frenética o reflexiva, sin perder de vista la construcción de sus personajes. Juega con la percepción de lo que está pasando y teje una compleja red de lealtades y traiciones, para oscilar entre la paranoia colectiva y la tensión moral. En este sentido, la distribución del conocimiento del espectador se vuelve clave.
Una de sus pautas principales es la regla de causa y efecto. Cualquier acción debe y servirá para una consecuencia, dentro de un ritmo adecuado, donde todo funciona como el mecanismo de un reloj. Cada uno de los pasos dados aporta para avanzar en la trama. El recurso más utilizado es el cambio de foco sobre un asunto de manera repentina, para jugar con la entrada de un nuevo factor.
Si hay algo que caracterizó a Homeland fue su capacidad de reinventarse, con la salida de Brody de la trama como gran desafío. No era seguro cuánto podía durar su historia así que, luego de tres entregas, abandonó la serie. Desde entonces, cada temporada narra una historia diferente y autoconclusiva que sigue a Carrie en un nuevo destino. La cuarta se traslada al corazón del conflicto en Pakistán para mostrar las revoluciones de Medio Oriente, la quinta se ocupa del terrorismo en Berlín, la sexta aborda el desarrollo de elecciones presidenciales con centro en Nueva York, y la séptima se inserta en la actual guerra de la información.
Para la temporada final recupera la tensión de su primera entrega en Afganistán, poniendo la sospecha sobre su protagonista. Así cierra el círculo, ofreciendo una variación de la trama que vehicula sus inicios y proponiendo una necesaria reflexión sobre los costos humanos y políticos de la guerra contra el terrorismo —en apariencia, inacabable— encabezada por EE.UU. y sus reacciones frente al “otro”.
Otro de sus puntos fuertes ha sido su repertorio de actores y protagonistas. La serie trabaja con un “protagonismo coral” para presentar los hechos desde varios ángulos y, de esa manera, desarrollar a los personajes. Luego de su participación con Leonardo DiCaprio en Romeo + Julieta, en 1996, y pensar varias veces en dejar la actuación, Claire Danes, también productora de la serie, nos regala uno de los mejores y más complejos papeles femeninos de los últimos tiempos.
Homeland ganó casi todos los premios Emmy con su primera temporada: mejor drama, actriz y actor protagonista, y guion. Sin embargo, analizar el éxito en un país donde la seguridad nacional y el terrorismo son una auténtica obsesión, es bastante sencillo. También gozó de un gran reconocimiento en Argentina. Por ejemplo, cuando todavía era senadora, Cristina Fernández, en una conferencia en Bruselas en 2017, hizo referencia a la tira para demostrar el funcionamiento de las fake news y los trolls, y su relación con el periodismo sensacionalista.
La serie llegó a retratar, de tal manera, la conflictiva política exterior estadounidense en Medio Oriente que hizo apodar a su protagonista “reina de los drones”, mientras Barack Obama incrementaba los bombarderos no tripulados sobre la región. La cuestión era interpretar el escenario político para no perder actualidad. Anticiparía fenómenos vigentes, como la retirada de tropas de Afganistán, los nacionalismos europeos o la guerra de información para influir en la opinión pública, destacando la inclusión de Brett O'Keefe (Jake Weber), gurú derechista de Youtube.
Luego de tantas predicciones, que Homeland llegue a su fin no es tan sorpresivo. La lógica con la que se manejó ha sido desplazada por la irrupción de políticos y conflictos inimaginables para los guionistas. Por ejemplo, la apuesta por el triunfo de una mujer en las elecciones de EE.UU. (la trama de Elizabeth Keane estaba basada en Hilary Clinton) finalmente no ocurriría, gracias a Donald Trump, lo que trastocaría la línea argumental de la serie. A eso podríamos sumarle la aparición de Nayib Bukele, presidente de El Salvador que despide funcionarios por Twitter, o de Marjan Serec, humorista elegido primer ministro esloveno.
Homeland ya no es la serie que asombraba al mundo y ganaba premios con facilidad, pero finaliza dejando la vara muy alta. El mundo y la televisión con los que arrancó, hoy son bien distintos. Incluso la serie es otra; peor o mejor, según cada opinión. Sea como sea, se va con el mérito de haber logrado reinventarse durante ocho temporadas y seguir siendo relevante, a pesar de todo.