The wire: 20 años de una de las mejores series de la historia
Por Diego Moneta
A fines de octubre del año pasado, la BBC publicó los resultados de una encuesta llevada a cabo entre más de 200 especialistas de 43 países alrededor del mundo para determinar cuál era la mejor serie del presente siglo: la elegida fue The wire, de la cual el jueves se cumplieron veinte años desde su primera emisión, un 2 de junio de 2002. La producción, tras sesenta capítulos divididos en cinco temporadas, finalizó el 9 de marzo de 2008 y se posicionó como una de las mejores producciones de la industria.
Hay diversos factores que se pueden llegar a considerar para respaldar esa afirmación, pero la diferencia con todo lo hecho previamente cobra centralidad: hasta ese momento, las series en general apostaban por estructuras con capítulos autoconclusivos —al estilo CSI—, personajes unidimensionales, estéticas bastante modestas y narrativas lineales, por no decir básicas en algunos casos. Es cierto que David Lynch rompe con ese molde en 1991 gracias a Twin Peaks, pero representa tan solo una excepción.
Sin embargo, cualquier análisis carecería de sentido sin considerar elementos que fueron claves para que The wire fuera posible: la mencionada Twin Peaks y The X Files cambiaron la manera de pensar la televisión; Hill street blues puede estimarse como un antecedente en los años ochenta, pero el punto de partida más cercano fue Los Soprano, en 1999, y en ese camino la libertad creativa ofrecida por una cadena como HBO, que además la sostuvo en el tiempo sin cosechar premios ni una buena audiencia.
Las temporadas están centradas en algún aspecto o ángulo de la ciudad de Baltimore, Maryland, con el tráfico de drogas como denominador común, abarcando desde el día a día de la policía, pasando por el rol de la justicia, la política, los medios de comunicación y el sindicalismo, hasta el sistema de contrabando y la educación. The wire fue ideada, escrita y producida por el periodista y escritor David Simon, quién cruzó su propia experiencia como redactor de policiales del Baltimore Sun con el trabajo de su socio Ed Burns, antiguo detective de homicidios. Ambos investigaron durante un año la cultura de la droga y la pobreza en la ciudad para escribir otro de sus libros.
Simon ya había escrito y producido para la NBC con Homicide: Life on the Street, basada en su libro casi homónimo, pero la cadena quedó disgustada por el pesimismo de la serie. De esa manera, optó por trabajar con HBO, dado su anterior paso en el año 2000 con The corner. Con la colaboración de Burns y otros escritores, conforma un guión con preocupación por el detalle y el verosímil, alejado de lugares comunes, un gran rigor en la construcción de mundos y una fuerte profundidad psicológica, en dónde el hilo conductor que da nombre a la tira son las intervenciones telefónicas —wire podría traducirse como cableado—.
En ese sentido, la característica más destacable de The wire es su visión realista, que desde la primera escena demuestra un enfoque distinto a lo usual, que atravesará cada aspecto de la narración, y que le permite renovarse. La serie es una radiografía social de las grandes ciudades estadounidenses, con sus contradicciones y competencias, que cruza historias y sucesos entre las perspectivas de diversas instituciones y sectores marginales.
Todo el reparto, ausente de grandes nombres, tiene impresa esa cualidad, más allá de su sólida o casi nula experiencia. Simon es consciente de que debe optar por una estructura coral donde los secundarios tengan peso propio y su entrecruzamiento de forma a un resultado global. Esa historia colectiva permite el ingreso y salida de los personajes y que, por ejemplo, Jimmy McNulty (Dominic West), el héroe imposible del inicio, se ausente casi una temporada para darle lugar a otros como Avon Barksdale (Wood Harris) o Cedric Daniels (Lance Reddick), entre tantos. Son piezas claves de un engranaje narrativo donde el motor es Baltimore, en el que siempre habrá alguien ocupando los mismos lugares.
Como dijimos, la producción se ocupa de la diferencia de los detalles, con la creación de los personajes policiales como ejemplo paradigmático. Por empezar, para distinguirse de otros detectives de la televisión, la estrella del Departamento no está motivada por el deseo de proteger y servir, sino por la vanidad de creerse más inteligente. Hay otros que sí exhiben cualidades altruistas, están los curiosos, y otros que son retratados como incompetentes o frustrados, pero que deben cumplir con una tasa mínima de desempeño. De la misma manera, los criminales no siempre buscan el lucro o el daño, ya que están atrapados en su propia existencia, aunque sin minimizar ni ocultar los efectos de las acciones.
La selección de escenarios contribuye reconstruyendo la situación de los estratos más bajos, muy distintos a tiras como CSI: Miami o Fringe. Ofrece la imagen de una totalidad desde sectores interdependientes y en tensión. Los contrastes en iluminación aportan a crear esa atmósfera asfixiante. Si las cúpulas frenan procesos, abajo en la cadena no pueden investigar por trabas legales, problemas de comunicación interna, falta de recursos o vidas personales con alcoholismo e infidelidades —como muestra de la absurda efectividad de otras series—. Un universo que, alejado de maniqueísmos, maneja su dinámica con códigos y reglas específicas, donde lo intrascendente puede tener alcances insospechados.
La idea de enfrentar un sistema al que le es indiferente la moralidad está inspirada en las clásicas tragedias griegas. En paralelo, si Héctor Germán Oesterheld exploraba el concepto de “héroe colectivo”, The wire nos habla de una tragedia colectiva, en la que para conseguir el verosímil había que sacar la cámara a la calle —en un ejercicio que remite a Okupas—, sin descuidar fallos y vicios institucionales. Ese trasvasamiento del verosímil incluye hasta la banda sonora. Las cinco temporadas tienen como apertura el mismo tema —"Way down in the hole" de Tom Waits— versionado por cinco grupos diferentes. Además, la música es diegética, la audiencia escucha lo que los personajes a través de radios o en bares.
Esa verosimilitud se replica también en las distintas temáticas que se abordan. La violencia no es arbitraria, sino que hay determinados sucesos que la vuelven evidente. Allí, entre el casi nulo interés en diversos niveles y las insuficientes buenas voluntades, el problema es mostrar los nexos que la generan y avalan. El sistema es una máquina que se autosostiene.
El último aspecto que explica las credenciales de The wire es la apuesta por la inteligencia del espectador. No hay giros o cliffhangers, los capítulos son piezas donde se cruzan personajes y tramas corales —a veces elípticas—, que se asocian a medida que pasan los episodios, para que uno vaya construyendo las narraciones. Así como en Los Soprano o Mad Men, cada temporada resuelve el caso y arma un riguroso relato antropológico.
Hace tiempo que Simon tiene contrato de exclusividad con HBO, convertido en una de las figuras más respetadas de la industria. A pesar de no tener una carrera tan prolífica, sus producciones posteriores, en general, le valieron los premios negados a The wire. En un rápido repaso: Generation kill, sobre la guerra de Irak; Treme, que sigue la reconstrucción de un barrio tras el huracán Katrina; Show me a hero, una historia de segregación; The Deuce, acerca de un grupo de marginales en Nueva York, que cuenta por primera vez con un decidido protagonista; The plot against América, distopía que imagina qué hubiera pasado si un antisemita se convertía en presidente en 1940; por último, la reciente We own this city, que implica un regreso a sus fuentes, basándose en un libro y reconstruyendo el caso de un grupo de élite policial de Baltimore transformado en asociación ilícita.
En cada una de ellas, Simon muestra el tema que más le fascina: la otra cara del "sueño americano", tarea que viene llevando a cabo desde sus comienzos y donde resalta el 2002. Baltimore es muy cercana a Washington, pero siempre fue su contraparte. De la misma manera, a contramano de lo que se ponía al aire hasta ese entonces, The Wire es lo que todo espectador debería ver —hoy disponible en HBO Max o en Stremio—. Su mito emergió desde su final. No por nada la cadena patenta su eslogan distintivo junto con la serie: "No es televisión, es HBO". The wire es un antes y un después en la industria y en la vida.