"Borges y el libro de los libros" de Miguel Ángel Morelli
Por Martín Massad y Melany Grunewald
Agencia Paco Urondo: ¿Qué hacés un domingo a la mañana aparte de charlar con nosotros?
Miguel Ángel Morelli: Como todo viejo tengo hábitos, me levanto razonablemente temprano y por lo general me pongo a leer o a escribir, y algunas otras cosas que por el ajetreo semanal no puedo hacer, de lunes a sábado porque soy librero, tengo una librería en Quilmes, y no tengo más remedio que estar pegado al mostrador, más ahora en estos tiempos tan difíciles.
APU: Para los quilmeños ¿dónde está ubicada la librería?
M.A.M: Mi librería está frente a la catedral y frente a la plaza San Martin, que como toda plaza que se llame San Martin está en el centro, a un pasito de la peatonal Rivadavia.
APU: ¿Sos librero desde hace muchos años?
M.A.M: Nosotros, con mi familia, heredamos esta librería de mis suegros, que la pusieron hace 75 años. Hoy en día es la más antigua de Quilmes. Yo vengo del libro, mi profesión es el periodismo hasta que vino el golpe militar del 76 y ahí se me acabo, fue cuando llegué a esta hermosa ciudad a vender libros.
APU: ¿Y te sentiste como Burgos en algún momento de tu vida como librero? Nos referimos al bibliotecario Burgos, personaje de Borges y el libro de los libros.
M.A.M: Sí, Burgos es el alter ego de aquel bibliotecario de El nombre de la rosa de Umberto Eco, que a su vez es un alter ego de Borges. Borges significa “burgués” y Burgos también, Eco evidentemente jugó con los dos apellidos.
APU: ¿Te sentís asi, como quien calma la ansiedad de alguien que tiene avidez por la lectura?
M.A.M: Sí, a lo largo de estos años uno no se da cuenta pero ha puesto su granito de arena para formar a algún lector, ayudarlo a leer algo más que esta realidad cruel que vivimos, alguien que viene a buscar en la literatura cosas distintas. Hemos ayudado, sin ser vanidoso, a que algunos jóvenes adquieran el hábito de la lectura. Es un oficio hermosísimo pero se está perdiendo detrás de la computadora y los autoservicios. Mi primer trabajo como librero fue en marzo del 76, en la hoy mitológica librería Hernández, y eran épocas en las que tenía unos profesores increíbles, que me formaron muchas veces sin decirme una sola palabra. Tengo una anécdota, cuando llegué a Hernández el primer día, el dueño, Carlos Damián Hernández, me dijo: “Bajá todos los libros de literatura, pasales un trapo sobre la mesa y después volvé a ponerlos en la estantería”. Yo hice eso y al día siguiente cuando llegué me pidió lo mismo, y le dije: “No Hernández, eso lo hice ayer”, pensando que se había equivocado y me iba a pedir que haga lo mismo con otros libros. Y me dijo: “No, bajá los mismos y volvé a limpiarlos”. Yo pensé que estaba loco, pero lo hice. Al rato cae alguien y pide un libro (supongamos un libro de un autor con la letra A) y le digo: “Ah sí, lo tengo” y cuando iba a buscarlo Hernández se reía, y ahí aprendí que la mejor manera de saber qué libros había, y qué títulos, era pasándoles el trapo y el plumero. Después uno se hace lector, pero eran enseñanzas que no necesitaban casi palabras.
APU: ¿Cómo era ser librero en la época de la dictadura?
M.A.M: La experiencia era bastante siniestra, en esa época trabajaba en Galerna. Participé de un montón de ferias de libros; comenzaban a las 15 hs pero uno tenía que estar mucho mas temprano porque venían unos tipos a revisar el stand, a mirar que no hubiera libros “subversivos”, y a esas ferias llegaba gente de todo el mundo. Un día fue un inspector que traía una canasta, y aquellos libros que le sonaban subversivos los sacaba de la estantería y los ponía ahí. A un librero de la calle Suipacha lo metieron preso por tener un libro de Perón en la vidriera. Prohibieron un libro que se llamaba Principales tesis marxistas, el autor era profesor de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y lo censuraron sólo porque tenía la palabra “marxista”, y era un hombre de sus propias fuerzas.
APU: Volviendo a tu libro, está destinado a lectores jóvenes, se abren muchas puertas a través de él.
M.A.M: Sí, el primer objetivo era que sea leído en los colegios, pero lo que me ha pasado es que mucha gente me dice “lo estoy leyendo con mi hijo”, y es una sorpresa gratísima. Yo conocí a Borges, a los 17 años me acerqué a él y empecé a ir asiduamente a su casa, durante muchos años. Lo había leído a través de sus reportajes, pero creo que no había leído un solo libro de él. No puedo acá hacerme el intelectual. La idea del libro es que lo tomen los chicos del secundario, que después van a leer a Borges, entonces, sembrarles un montón de pistas para el día de mañana cuando empiecen con "El Aleph", "El sur", o cualquiera de sus cuentos, digan: “Acá hay una resonancia, yo he leído algo de esto”.