Buscar la identidad río adentro
Por Boris Katunaric
Río adentro es una novela escrita a ocho manos, esto puede llegar a causar vértigo, un vértigo que puede variar entre el desconcierto y el entusiasmo. Cuatro autores que desarrollaron un método de trabajo particular y lograron la construcción de una obra cerrada, escribiendo y reescribiendo cada uno los capítulos de este libro, cada palabra es leída y reescrita por cada uno de los participantes de este proyecto. No recuerdo haber leído algo escrito de esta manera, hay un trío de autores que escribieron una novela, pero con un método distinto, o casi ninguno: un capítulo cada uno enviado por mail y fin. La celebración del trabajo colectivo es una marca difícil de quitarse cuando uno ve la tapa y encuentra las cuatro firmas. La experiencia de lectura se llena de interrogantes ¿cómo se decide de manera colectiva un adjetivo, una escena o una metáfora?
“Si algo aprendimos en esta empresa fue a perder. Había que acuchillar al monólogo interior, llevarlo a un pasillo oscuro y arrojarlo por el hueco del ascensor”, dice Damián Cots en uno de los cuatro epílogos que cierran el libro. Una idea sumamente violenta para despojarse de ciertas vanidades de escritor, violenta y necesaria. Es obvio que también es una manera política de encarar la escritura, no puede haber escritura colectiva (o no) sin un planteo estético y, por ende, político. Sin dudas lo colectivo en la literatura argentina empieza con Oesterheld. El Eternauta es la clave para pensar ficción y organización política. Pero los autores de Río adentro invierten o, mejor dicho, amplían ese orden. Ya no encontramos sólo en la obra este héroe colectivo, sino fuera de la obra o, incluso, antes de la obra. “Como una banda de rock que se juntaba a ensayar, cada encuentro era un intento más por abordar esa ambición tan peculiar que es escribir”, sintetiza Julián Saud, y me gusta pensar eso de rítmico que tiene la literatura cuando se piensa la musicalidad. También me gusta pensar en el rock, porque la novela lo tiene, en sus personajes, en sus situaciones y en cantidad de falopa que se va consumiendo página tras página.
Hay otra clave que lo saca de alguna forma tradicional. La narrativa se divide en dos planos, un narrador omnisciente en tercera persona por partes y un narrador en primera persona van entretejiendo la historia. Por un lado la historia de dos hermanas, Julia y Verónica, por el otro la voz de Sergio. Los une en común su historia familiar y presenta una constelación de personajes que funcionan como nexos entre estos tres personajes principales que casi no se tocan pero pertenecen a una misma estructura. Otra de las riquezas está dada en el plano espacial, la división entre la Ciudad de Buenos Aires, con paisajes, calles y esquinas reconocibles para todes, y un ambiente más indefinido, El Delta, selváticas y erráticas.
También hay un contexto social que condiciona el ambiente tenso y angustiante que se cuenta, pareciera tener una conexión con el advenimiento del macrismo, la llegada de supuestos grupos terroristas que ponen bombas en inmobiliarias y su contraparte, la organización de grupos civiles “autoconvocados” que pretenden mantener el orden, se los identifica por su corbata amarilla y esta iniciativa es festejada por parte del espectro político, medios de comunicación y la ciudadanía en general (recuerda un poco a los autoconvocados de María Eugenia Vidal para dar clases en las escuelas durante las jornadas de paro docente, aunque la novela empezó a escribirse mucho antes del macrismo en los ejecutivos nacional y provincial). Una de las hipótesis que se barajan es que estos terroristas y los grupos civiles son lo mismo, es como una discusión constante entre los sectores progresistas y los conservadores, “la grieta” podríamos llamarla.
El sol de Irak
Una casa tomada tras la muerte de un viejo anarquista es el epicentro de la génesis de la historia. Sergio y sus amigos, El Mago, Juan y Mario, vienen de esta experiencia comunitaria que dejó una huella imborrable en su juventud, El sol de Irak la llamaron. Es parte de su pasado latente en este presente donde trabajan para Angelito, padre de Julia y Verónica, un importante empresario inmobiliario con vínculos estrechos con el poder. Angelito es todo lo contrario a lo que su nombre indica, uno de los estafadores y mafiosos más importantes de su rubro. Por su parte, Julia quedó viviendo en el Sol de Irak y se dedica a vivir de su padre y traficar cocaína para unos peruanos en sus ratos libres, mientras verónica está en un psiquiátrico cuyo director es su tío, el doctor Ford, y su único compañero es Octavio, un personaje encantador, un loco lindo.
Tras el ocaso del Sol de Irak los personajes se separan y quedan en un estado de parálisis, Sergio trabaja para Angelito y es prácticamente el hijo varón que nunca tuvo. Hay una comodidad en esa relación de poder del benefactor todopoderoso que se rompe al momento de encarar un gran negocio inmobiliario en El Tigre. El hecho de desalojar familias quiebra la comodidad del personaje y comienza la búsqueda de identidad a través de un dirigente comunista en el territorio del conflicto, Dassano, compañero de militancia del padre de Sergio y lider de la organización que defiende sus tierras en la isla. Al mismo tiempo reconstruye un viejo espíritu de lucha que había quedado sepultado. Algo similar a un hijo de desaparecidos cuando descubre su verdadera identidad, empieza un proceso de transformación y de autoconimiento. “Julia pensó que cuando uno busca su verdadera identidad termina siempre en un intento más de forzar la realidad para que entre en un cuadrado” y algo así es el intento de los personajes a partir de este quiebre. Una búsqueda personal por salir del horror, el horror que cada uno carga: la droga, la locura y la injusticia. “La construcción de esta novela es la construcción del proceso mismo, los orígenes de Julia, Vero y Sergio, sus recorridos, los desenlaces, el métodos fue la ausencia de método, los tres son cadáveres exquisitos de las ambiciones frustradas, de los egos achacados y renacidos de cada uno de nosotros”, define Ignacio Ibáñez.
A lo largo de la novela, la trama va descubriendo las verdaderas causas de estos males, siempre dentro del núcleo familiar, hiperdisfuncional, que tiene a Angelito por patriarca y su vínculo con el poder. “En nuestra novela no existen héroes sino personas con virtudes y defectos. Y existen también aquellos seres cuya experiencia de vida nos ha marcado” dice Mariel Iglesias para cerrar su epílogo. Y es cierto, no hay héroes en sentido clásico, hay personas luchando con sus propias dificultades y carencias, con todo el horror que les ha tocado vivir; abusos, embarazos perdidos, apropiación de identidad, internaciones, violencia familiar, corrupción, depresión, adicción. Temas que atraviesan nuestra vida cotidiana y que también son el producto de una política de opresión.