El misterio de Macedonio Fernández: escritor marginal, transgresor y vanguardista
Por Analía Ávila
Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando. (Macedonio Fernández)
El 10 de febrero pasado se cumplieron 69 años de la muerte del escritor argentino Macedonio Fernández (1874-1952) y su vigencia es innegable. Abogado, metafísico, ensayista, teorizador, humorista y poeta, conjugó todos estos aspectos en la mayor parte de su obra, y en esto fue un precursor.
Su vida dio un vuelco después de la muerte de su esposa Elena de Obieta en 1920. En las fotos en blanco y negro que lo retratan lo vemos envuelto en un halo de misterio, con una mirada melancólica, infaltable sobretodo negro con varias chaquetas debajo (sufría mucho el frío), barba y largos mechones de pelo blanco. Empezó a vivir de pensión en pensión, cerca de Tribunales, donde se encerraba a meditar y a llenar cuadernos y libretas con sus pensamientos. Entre los pocos objetos que poseía estaban su guitarra y una pava. Los sábados a la noche se lo podía encontrar en el mítico y ya desaparecido bar La Perla de Once, donde los jóvenes vanguardistas de los años veinte se reunían para escucharlo.
Vinculado cronológicamente con el modernismo sin embargo no participó de él ya que evitó todos los retoricismos. En 1928, Raúl Scalabrini Ortiz, en la revista Nosotros, lo reconoce como el primer metafísico argentino, comparándolo con Schopenhauer y Berkeley. Quizás por el difícil acceso a sus obras iniciales, hubo una tardía revalorización de su obra. A partir de la década del 60 volvieron a imprimirse sus libros gracias a Centro Editor de América Latina, y aparecieron materiales inéditos que nos acercaron más su concepción de la literatura. En los años 2000 Ediciones Corregidor empezó a reeditar su obra completa.
Es interesante ver cómo un autor que en su tiempo era un marginal, fue reconocido por las nuevas generaciones como un precursor de la novela contemporánea. El cuerpo de la escritura de Macedonio reaparece en Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Leopoldo Marechal y Ricardo Piglia, por mencionar algunos. La presencia de Fernández es explícita en Rayuela con el tema del “lector salteado” y en los cuentos de Borges, con el sueño de una literatura sin autores y las posibilidades del cambio de identidad. “La ciudad ausente es la novela que escribí pensando en Macedonio”, dijo Piglia. También fue inspiración para la obra teatral Macedonio. Para empezar aplaudiendo de la escritora y psicoanalista Liliana Heer.
Fernández escribía febrilmente, pero por una necesidad vital y sin ninguna intención de publicar. Borges, que había heredado de su padre su amistad con Macedonio, dijo acerca de él en sus Prólogos: “No le daba el menor valor a su palabra escrita (…) Escribir y publicar eran cosas subalternas para él”. También el autor de Ficciones confesó: “Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio”.
Encontramos coincidencias en los distintos artículos que se publicaron sobre la vida de Macedonio. Una de ellas es el carácter profético de su obra por las preguntas que hace acerca del acto de escribir. Además por su particular concepción del rol del lector. Nélida Salvador en Macedonio Fernández. Precursor de la antinovela, dice que “se anticipa de un modo extraordinario a todas las concepciones – surgidas después de 1950 cerca del problema estructural de la nueva novela- que intentaban romper con las formas anquilosadas de la narrativa tradicional”.
El rol del lector
En su libro El último lector, Piglia, en el capítulo “¿Qué es un lector?”, busca las representaciones imaginarias del arte de leer en la ficción. No se refiere tanto a qué es leer sino a quién es el que lee (dónde está leyendo, en qué condiciones), y menciona a Fernández como el primero que pensó en estos problemas: “Para poder definir al lector, diría Macedonio, primero hay que saber encontrarlo. Es decir, nombrarlo, individualizarlo, contar su historia”.
La obra de Macedonio es una especie de escritura a la vista del lector. Es un texto autorreflexivo: el autor se contempla a sí mismo y muestra al lector sus contradicciones. Fernández no quería un lector pasivo. Lo invita a reflexionar y a coincidir o no con él. Quería un receptor que supiera que estaba leyendo una novela y no viendo un vivir. El destinatario de sus textos es el lector salteado, obligado como él a pensar e intervenir en el texto que ve desenvolverse. Opina que la verdadera tarea creadora es la que se hace ante la vista del lector, informándolo acerca de las dificultades que debe ir resolviendo para la organización de sus relatos y hasta de las pausas que emplea para planear sus pensamientos.
Este tema del lector activo se manifiesta en su obra Papeles de Recienvenido que apareció en 1929 gracias al impulso de Borges, y está conformada por escritos humorísticos, relatos, poemas, en donde se entremezclan las teorías del autor con su creación literaria. Su organización es heterogénea y sus capítulos son inconexos. Los nombres de algunos de sus escritos apuntan a la fragmentariedad, a lo que puede estar haciéndose, a la construcción de la inmediatez, por ejemplo: “Continuación de la nada” y “Temas de un libro que se despide”.
En el relato “Donde Solano Reyes era un vencido y sufría dos derrotas cada día”, se presenta en tema de la inmortalidad, de la eternidad y también hay una burla a los métodos y la terminología cientificista. Si analizamos el efecto que produce este relato en el lector nos centramos en el desconcierto que provoca el autor con sus idas y vueltas en el tiempo, con sus explicaciones del tema. Aparecen también contradicciones: “Es clarísimo y me costaría muchos explicarlo”. Hay apelaciones al lector que puede impacientarse leyendo, por ejemplo al final del capítulo II: “(…) Omití anticipar al lector que daría entera explicación de toda idea y aserto en cuestiones que reconozco profundas. Déjeme pacientemente, pues, proseguir la narrativa (…)”. Y en el capítulo IV: “Pero esta impaciencia del lector no puede compararse al incurable temblor (…)”.
Su obra fundamental, Museo de la Novela de la Eterna, en la que Macedonio trabajó durante toda su vida, fue compilada por su hijo Adolfo en 1967. En palabras de Piglia, “establece las bases de una historia del género” y “propone una relación directa con las grandes poéticas europeas y define la especificidad de la tradición”. Allí leemos su manifiesto sobre “el lector salteado”:
"Confío en que no tendré lector seguido. Sería el que puede causar mi fracaso y despojarme de la celebridad que más o menos zurdamente procuro escamotear para alguno de mis personajes. Y eso de fracasar es un lucimiento que no sienta a la edad.
Al lector salteado me acojo. He aquí que leíste toda mi novela sin saberlo, te tornaste lector seguido e insabido al contártelo todo dispersamente y antes de la novela. El lector salteado es el más expuesto conmigo a leer seguido.
Quise distraerte no quise corregirte, porque al contrario eres el lector sabio, pues que practicas el entreleer que es lo que más fuerte impresión labra, conforme a mi teoría de que los personajes y los sucesos sólo insinuados, hábilmente truncos son los que más quedan en la memoria.
Te dedico mi novela, Lector Salteado, me agradecerás una sensación nueva: el leer seguido. Al contrario el lector seguido tendrá la sensación, de una nueva manera de saltear: la de seguir al autor que salta".
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La obra de Macedonio sigue vigente porque la enriquecemos con nuestra cultura y lecturas actuales y porque se siguen haciendo nuevos análisis, interpretaciones y traducciones. Lo vemos como un genial transgresor que plantó las bases de la nueva novela y que ejerció una influencia decisiva en las nuevas generaciones de escritores y escritoras.