Fernando Pessoa, el fingidor incurable
Para aproximarnos a la figura de Fernando Pessoa tenemos que decir que este poeta portugués nació en Lisboa en 1888 y falleció en la misma ciudad en 1935. Transcurrió su infancia y juventud en Sudáfrica, (luego del fallecimiento del padre, a sus cinco años, y del hermano menor al año siguiente), de donde volvió a su ciudad natal después de haber obtenido el Queen Victoria Memorial Prize en el examen de admisión a la Universidad del Cabo, en el mismo barco que transportaba el cadáver de su hermana de dos años. Esté hombre real, llamado Fernando Pessoa es el creador, único, de la edad de oro de la poesía portuguesa.
En la obra del poeta de los heterónimos está presente de manera notable la estética del fingimiento. En Un baúl lleno de gente (1998), Antonio Tabucchi postula que el centro de la obra de Pessoa es la heteronimia. Pero a su vez analiza al escritor lisboeta como un fingidor y nos propone el interrogante “¿Y si Fernando Pessoa hubiese fingido ser precisamente Fernando Pessoa? Es sólo una sospecha. … A falta de pruebas no queda sino creer (o fingir que se cree) en los datos biográficos de aquel que fue la ficción de un impostor idéntico a sí mismo”.
Como máximo ejemplo del fingimiento como tópico literario en la obra de Pessoa encontramos el poema “Autopsicografía”. Pessoa escribió: “El poeta es un fingidor/ finge tan completamente/ que hasta finge ser dolor/ el dolor que en verdad siente. Y quienes leen lo que escribe/ en el dolor leído sienten/ no los dos que el poeta vive/ mas sólo aquél que no tienen”.
De aquí empezamos a vislumbrar que en la obra del poeta portugués lo importante es la creación, no la veracidad del sentimiento. Es la poesía misma, y su infinita capacidad para crear aún los sentimientos que quizás las personas no sean capaces de percibir; pero sí el poeta, el creador, sea este una existencia material, o una experiencia heterónima, como sus innumerables invenciones.
La estética del fingimiento está absolutamente amalgamada a la noción de Pessoa de que “la literatura, como todo arte, es la demostración de que la vida no basta”, y por lo tanto será mediante la creación que se procurará dar sentido a la existencia. En El libro del desasosiego. Estética y materialidad de la sensación, Diego Giménez remarca, a partir de las reglas sensacionistas, la abolición de la personalidad, la objetividad y la dinamicidad. La “segunda regla” resulta ejemplar: “abolir el dogma de objetividad. La obra de arte es una tentativa de probar que el universo no es real”.
Entonces podemos destinarnos a disfrutar de esos fingimientos, ya que el universo es un producto de la imaginación, como toda obra de arte debe ser, según las reglas propuestas por el mismo Pessoa en el Manifiesto Sensacionista. En Carta a Adolfo Casais Monteiro sobre la Génesis de los Heterónimos, Pessoa explica: “Como quiera que sea, el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación… Desde niño he tenido la tendencia a crear a mi alrededor un mundo ficticio”.
En el poema “X” de El guardador de rebaños, poemario atribuido al heterónimo Alberto Caeiro (la obra paradójicamente inicia con el verso: “nunca guardé rebaños”) el juego del fingimiento se desarrolla de un modo exquisito. El poema representa un diálogo en el que se funden las voces, no hay una identificación precisa de los interlocutores. Una voz, que podría ser la del Niño Jesús, pregunta al guardador de rebaños: “¿qué te dice el viento al pasar?/ Que es viento y que pasa,/ y que ya pasó antes,/ y que después ha de pasar./ Y a ti ¿qué es lo que te dice?/ A mí me dice mucho más./ Me habla de otras muchas cosas./ De memorias y de saudades/ y de cosas que nunca fueron./ Nunca oíste pasar el viento./ El viento sólo habla del viento./ Cuanto le oíste es mentira./ Y la mentira está en ti ”.
En la obra del poeta de los heterónimos está presente de manera notable la estética del fingimiento.
Desde el onceavo verso en adelante es una consecución de contradicciones y engaños, a las “cosas que nunca fueron”, le corresponde la desacreditación mediante una certeza entre absurda y metafísica. Los últimos versos son la sentencia propia con que el maestro Caeiro juega en el arte del engaño y la creación: todo es mentira, y la mentira es lo que te hace hablar/ser, si aceptamos que son las palabras el medio de la existencia para lo que realmente le importa a Pessoa.
El heterónimo Bernardo Soares, quien firma el Libro del desasosiego, (“grandioso diario de textos diarísticos, diario de un alma”, en palabras de Tabucchi) nos aporta casos al estudio de la estética del fingimiento. Esta creación tan cercana a la identidad del Pessoa “real” (es interesante la salvedad de que con Pessoa es tan relevante y presente la figura del heterónimo como la del ortónimo, pero eso depararía un estudio aparte dada la todavía inmensurable constelación de personalidades nacidas de su mente, tantas que se funden y confunden maravillosamente).
Soares escribe: “No tomando nada en serio, ni considerando que nos fuese dada, por cierta, otra realidad que nuestras sensaciones, en ellas nos refugiamos…”. Así declara explícitamente que no importa la verdad, la realidad, sino lo que produce en nosotros, porque la sensación nos refugia, es ahí donde los seres podemos asir aquello que únicamente vale la pena de esta vida, pero no con dolor y sentido trágico de la existencia. Porque para él, lo importante es distraerse, y nada más: “Ser pesimista es tomar algo por trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad. No tenemos, es cierto, un sentido de valía que apliquemos a la obra que producimos. La producimos… para distraernos, como la joven que borda almohadones para distraerse, sin nada más.”
Pessoa crea, finge para vivir la vida, una vida repleta de ausencias, de fatalidades que serán contrarrestadas desde una primera infancia con la creación de heterónimos con los cuales mantendrá una comunicación como la que no mantuvo con ninguna persona física, su comunidad poética.
En Un baúl lleno de gente (un título que produce una imagen irónicamente fatal) se afirma que todo Pessoa es “como si”, pero que también es verdad que los “como si” producen dolor. Él mismo se define como un poeta dramático, “ha elegido la literatura simplemente porque ‘no podía’ elegir el amor”. En las cartas a Ophelia Queiroz, la estética del fingimiento también se hace presente: “Y como te había prometido, chiquilla, te escribo para decirte, por lo menos, que eres muy mala; excepto en una cosa, en el arte de fingir, en el que me doy cuenta que eres excelente”.
La caligrafía también juega un papel protagónico: “no te asombres si mi caligrafía es algo extraña”. Pessoa trabaja la caligrafía como medio de expresión, le atribuye correspondencia con sus estados de ánimo. Envía cartas a Ophelia firmadas por el ingeniero naval Álvaro de Campos, en las que aconseja: “arrojar esta imagen mental por el agujero del fregadero, ya que es materialmente imposible dar igual destino a esa entidad ficticiamente humana…”. El fingimiento es un recurso presente en toda la producción textual de Pessoa.
Tabucchi plantea que “en Pessoa, los giros del motor autobiográfico caen al mínimo… se tiene la sospecha de que murió antes de su certificado de muerte… O bien, se tiene la sospecha de que Pessoa nunca existió, que es la invención de un cierto Fernando Pessoa, un homónimo suyo, alter ego de ese torbellino sin aliento de personajes que con Fernando compartió las modestas pensiones lisboetas donde él, durante treinta años, llevó la rutina de la más banal, la más anónima, de la más ejemplar vida de empleado oficinista”.
Esta incertidumbre esquizoide, delirante, sólo puede tener asidero si recordamos que estamos tratando acerca de un poeta que publicó sólo una obra en vida (Mensagem, 1934); en los márgenes más extremos de una Europa destrozada por las Grandes Guerras del siglo XX y que tras su muerte, en un baúl hallado en su habitación de alquiler, se encontraron un sinfín de obras literarias de un valor artístico tan alto que lo posiciona como uno de los escritores más singulares de la historia de Occidente.