La derrota y la memoria levantándose, voces que se oyen en los ensayos de Beatriz Vignoli

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    Beatriz Vignoli
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La derrota y la memoria levantándose, voces que se oyen en los ensayos de Beatriz Vignoli

26 Mayo 2024

Hace una decena de años atrás, cuando se armaban mesa de debates en festivales o ciclos y se tocaba el tema de si existía o no eso que podría llamar “Literatura de Rosario”, Eduardo D´Anna (legendario poeta, uno de los miembros fundadores de la mítica revista El lagrimal trifurca) no dejaba de señalar la imposibilidad de que eso se concretara por la sencilla razón de que Rosario no tenía crítica. Algo que repitió sin demasiadas modificaciones hasta que en un tiempo no muy lejano, a esa frase le agregó un “ahora, con las reseñas de Beatriz Vignoli, eso ha cambiado un poco”.

Es que además de construir una extensa obra como poeta y narradora, Vignoli no ha parado de ejercer una labor crítica a través de sus notas en varios medios de la zona (rosario12 y El Mirador, por nombrar algunos) a través de las cuales se puede trazar un mapa del movimiento literario de esta región. Por lo cual, saber que se presentaban casi simultáneamente dos libros de ensayos de esta escritora, no me deparó sorpresa alguna. La sorpresa vino al descubrir qué traía cada libro, porque no eran una simple selección de reseñas, sino que cada uno reflejaba un sentido y le daba una orientación a los trabajos seleccionados.

“Yo sola no hubiera podido armar ese corpus”, asegura la escritora rosarina en una entrevista realizada por Pablo Bigliardi para REA, depositando palmares en las manos de Patricio Bordes (7 vidas) y Alejandra Correa (La Gran Nilson), quienes estuvieron a cargo de las dos ediciones. En la primera de ellas, Canción de la derrota, Vignoli exprime del género todo lo que éste parece estar dispuesto a darle. Lo acorrala, le saca todo su potencial que reside, como ella afirma, “en que uno expresa un pensamiento y hay una toma de posición”.

Es un libro incómodo, para ser sincero. Porque si bien habla de cultura, en cada nota hay una toma de posición política constante. Porque al leerlo no sé si estoy de acuerdo con lo que ella expresa en varios de sus registros, pero no puedo negar que me pone a pensar. Me corre de cierta zona de confort, como en “La Calle”, ese texto que fácilmente se puede ubicar en la pandemia:

 

Nos robaron la calle. Era la calle donde luchábamos. Nos robaron la rebeldía. Nos robaron las pancartas, las marchas, las banderas. Hasta los pañuelos nos robaron. Nos robaron los cacerolazos y los cánticos. La bronca nos robaron, la multitud nos robaron… Nos robaron los muertos… Hasta los robos mismos nos robaron… No podemos quejarnos del encierro. Solo podemos quejarnos de los que se quejan. La queja es de derecha, la bronca es de derecha, es de facho salir a protestar.

 

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Tapa canción de la derrota

Si la primera reacción es la de no estar de acuerdo, el reflejo de una posición que no quisimos/ no supimos/ no intentamos ver, late. “Si el arte no viene a molestar, no me dice nada”, confesaba hace días el cineasta Elad Abraham en una entrevista realizada por Agencia Paco Urondo. Vignoli profesa esa mirada con suficiencia, pero no se encierra en la misma. Hay lugares del libro donde tiende a explorarse y lo hace sin miramientos:

 

Si todo este tiempo no me ocupé de que Harvey fuera recordado, fue por terror. Terror a copiarle también el destino atroz… Los poetas esperan tragedias y así las configuran; destruyen las vidas de sus colegas con una magia negra que no asumen que practican. Me asociaron a él de todos modos, pero nunca di pruebas. Tengo la edad que él tenía el año que nos conocimos. Murió al año siguiente, en la calle. Conservó hasta el fin sus modales. Le irritaba que yo dejara la cuchara dentro de la taza. Cuidé ese detalle hasta hace poco. Una noche tomé el té, dejé la taza en la mesada, vi la cuchara adentro; su ira ya no estaba.

 

Después, están los ensayos llenos de poesía, como el que le da título al libro. “La escribí cuando Argentina quedó afuera del mundial 1994, tras el doping positivo a Maradona. Fue como un desplazamiento donde todo el dolor de la situación económica, política y social lo expresamos frente al fútbol. Porque nos habían cortado las piernas a nosotros. El Diego puso en palabras lo que nos tocaba como sociedad”, asegura la autora de Reality en la misma entrevista.

Porque quien aprende la canción de la derrota, aprende a resurgir de sus cenizas. Cómo será que está lleno de poesía este texto que el fragmento que lo cierra lo vi “gritando” en unas de las paredes de ese monumental edificio que hasta hace poco llevaba el nombre de Centro Cultural Kirchner, quizás como resabio del último Festival Poesía Ya! del cual ella fue partícipe. Si mal no recuerdo, eran estas líneas:

 

Reincidir, por ejemplo, al final de cada día, en estúpidas ilusiones de control: poner el despertador a las ocho… no, mejor por las dudas a las nueve, con la firme decisión de comenzar mañana una vida sana, que nos hará triunfadores y nos redimirá, y nos devolverá las fuerzas de la juventud… abrir los ojos, legañosos, al mediodía, una vez más. Derrotados. Y perdonarse.

 

Aunque suene raro, me muevo más cómodo en el segundo libro de ensayos. Y si digo que puede sonar raro, es porque en Podré recordarte sin que me interrumpas (nótese la belleza de ambos títulos y cómo juegan con el corpus) reúne una serie de obituarios, algo de lo cual Vignoli se ha convertido en toda una especialista. “El género del obituario bordea la cursilería, pero pierde dignidad si se zambulle en ella. Buscar el equilibrio entre el recato y la expresión de la pena, tal el arte de su tono”, asegura en el prólogo del libro, para luego agregar “tiene que guardar la memoria de la persona fallecida, destacando precisamente aquella singularidad irrepetible que se perdió con ella; tiene que dar cuenta del legado que deja”.

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Tapa podré recordarte sin que me interrumpas

Músicos como Leonard Cohen y Rosario Bléfari, artistas plásticos como Julián Usandizaga, Mele Bruniard, Raúl “Negro” Gómez, editores y libreros como Poli Laborde y Liliana Ruiz, y escritores como Mirta Rosenberg, Hugo Paledetti, Angélica Gorodischer, Estela Figueroa, Fernando Callero, son los receptores de estas cálidas eulogias que rescatan aquello que no debemos olvidar. Primando la sinceridad, no hay lugar para acciones forzadas, flores falsas en las palabras. Por eso dice de Hugo Diz “Fue tan querido por sus colegas como aborrecido por las enemistades que supo ganarse”. Por eso confiesa en el que está dirigida a su hermana “Ella es, o ha sido, Adriana Vignoli; L’Ardi o Lardi para los íntimos, es decir: todos. Con ella estabas cerca o no estabas. Yo no estuve. Pero me estoy poniendo al día”.

Este delicado trabajo de equilibrio donde camina por la delgada línea de la memoria, evitando caer en lo cursi, convierte a este libro en uno necesario para entender el arte de la geografía cercana que la rodea.

En la saga de Ender, Orson Scott Card convierte a un niño en el héroe que salva a la humanidad de la extinción a manos de una raza alienígena conocida como los insectores. Pero al atacarlos en su propio planeta, al eliminar por completo con una superarma a una raza de la que se comprende poco y con la que está conectada en sus sueños, Ender descubre que en ese mismo instante se ha convertido en genocida. Tratando de redimir esa acción, escribe un libro en el que desarrolla el pensamiento y su amor por esta raza, la reivindica y ensalza, firmándolo con el nombre de “El portavoz de los muertos”, la persona que hace entender a las futuras generaciones del error cometido y cambia la forma de relacionarse con los otros seres inteligentes de la galaxia.

Nadie reconoce a Ender en el otro (a esa altura, conocido como Andrew Wiggin) y ser portavoz, de ahí en más, se convierte en su oficio. Cuando Ender muere, su discípula Plikt cavila sobre la complicada labor que le toca ejercer:

 

“Ella lo comprendía, lo amaba; compartía con otros que no le conocieron lo que era, cómo amaba. Les diría que este hombre brillante, imperfecto pero bien intencionado y lleno de un amor lo bastante fuerte para infligir sufrimiento si era necesario había cambiado el curso de la historia. Que la historia era diferente porque él vivió /…/ Y por eso escribió, y lloró; y cuando dejó de llorar siguió escribiendo. Cuando el cabello que de él quedaba fuera puesto en una cajita sellada y enterrado en la hierba cerca de la raíz de Humano, ella se levantaría y hablaría. Su voz lo levantaría entre los muertos, le haría vivir de nuevo en la memoria. Y ella también sería piadosa, también sería justa. Era una de las cosas que había aprendido de él”.

 

Beatriz, sin lugar a dudas, es nuestra Plikt. Por eso la escuchamos, la leemos ávidamente, tratamos aprender de ella en la construcción de la historia de este paisaje que nos une, donde nos podrán encontrar derrotados, mas no vencidos.