La poeta Liliana Ancalao y sus primeros pasos hacia la lengua madre
Por Norman Petrich
Ediciones La mariposa y la iguana reeditan, a 20 años de su salida, el primer libro de poemas de Liliana Ancalao, Tejido con lana cruda.
Hija de mapuches que migraron del territorio ancestral Puel Mapu a Comodoro Rivadavia en la búsqueda de un trabajo dentro de la industria del petróleo, escribe poesía en castellano y la traduce al mapuzungun, la lengua que siempre aclara “seguir aprendiendo” y a la que define como su verdadera lengua madre. Y sus versos dejan registro de este trabajo, de esta búsqueda que se inició al desandar lo caminado y que, probablemente, no se detuvo al encontrarse.
Tejido con lana cruda nos trae esos tibios primeros pasos, a tal punto que Liliana recuerda que “en la primera edición sólo un poema aparece traducido al mapuzungun”.
“Son poemas escritos durante mi vivir en las décadas de los ochenta y los noventa, en el tiempo que ahora veo como un torbellino. Torbellino y marea baja con fondo musical de vinilos o cassettes”, afirma.
Para esta nueva edición, incorpora la traducción de "Fachi züngún/Esta voz", "Ngellípun üngümafiel ti nikló/Oración para esperar el colectivo" y "Tíchi potro engü ko/El potro y el agua", realizadas por Víctor Cifuentes y autotraducciones, muy recientes. Y también aclara: “En algún momento de este proceso de autotraducirme del castellano al mapuzungun me sentí tentada de cambiar algunos versos para que fueran menos ‘occidentales’ pero, finalmente, decidí no hacer traducciones culturales. No en poemas de este primer libro que dan cuenta de alguien que también fui”.
Guiado por sus propias palabras, podría decir que el libro se divide en tres partes donde el asombro de lo que empezaba a revelarse, el amor de quienes la acompañan y ese lugar donde comienza a hacer pié eso que llamamos identidad, son los ejes respectivos que nos permiten entender las coordenadas por donde transita el texto.
Luego de abrir con el ritual del mate, la primera sección se eleva con ese tremendo poema que arranca diciendo “yo he visto a los chulengos en manada/ iluminados por la luna”, y es como si el asombro de Allen Gingsberg no fuera atrapado por los alucinógenos de las mejores mentes de su generación sino por la cosmogonía del sur, y el “aullido” se transformara en canto del viento asombrado ante la belleza desplegada por el movimiento en conjunto de las crías de los guanacos, “el aire estremecido entre sus ancas tibias/ y a la libertad y a la ternura/ galopando con ellos”. También pertenece a esta sección “la oración para esperar el colectivo” (no de uno cualquiera, sino el que tendrá que romper con la quietud de las horas en pleno desierto patagónico) en la cual se pide que éste “venga pronto/ pues la espera amontonan cenizas en la frente” y uno tiene que “apalearlas y hacer señas/ y asomar los ojos a la ruta/ aunque las venas duden tironeando”.
A la segunda sección la abre el “poema del mameluco”, el que carga su “viejo” y “tiene el talle del cansancio en la garganta/ el salario ajustado en la cintura/ y guarda un corazón de estopa en el bolsillo”. Qué mejor forma de empezar una sección donde el amor se asoma en todos sus sentidos, traído por el ruego de “que vengan juntos los ruidos conquistados/ que los abuelos me canten en la sangre” y se renueva con la nueva vida que llega para “ordenar los días/ en estantes de leche/ trivisol/ y vitina”.
La primera vez que se llevó a cabo la mesa de lenguas originarias dentro de las actividades del Festival Internacional de Poesía de Rosario (FIPR), la poeta mapuche contó que ella aprendió el mapuzungun de grande, que fue la necesidad de recuperar su lengua, sus raíces, de reconocerse en esas palabras lo que la movió a hacerlo. Recuerdo cerrar los ojos y sentir que la mujer que desarmaba de dicha forma la constitución de un ser en el que no se reconocía completa, era una hija de desaparecidos de la última dictadura militar contando cómo fue que recuperó su verdadera identidad. Esa lucha, la labor por desandar los pasos y dar inicio a la reconstrucción cobran su verdadera dimensión en la tercera sección del libro, donde la voz que quiere decir “respira en la membrana/ de un tambor remojado en la garganta/ desde la piel de cueros costurados/ hasta la aguada de los teros”, ese tambor llamado tierra “que sólo escuchan los árboles”.
Las lenguas originarias han sido reconocidas por las Naciones Unidas como “herramientas para el desarrollo, la protección de los derechos humanos, la consolidación de la paz y la reconciliación de los pueblos”. El derecho de una persona a utilizar el idioma de su preferencia es un requisito previo para la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión. Las lenguas ayudan a preservar la historia, las costumbres, la memoria, las formas únicas de pensamiento, significado y expresión y una de las condiciones necesarias para el pleno ejercicio de los derechos culturales. Contribuyen a la rica trama de la diversidad cultural mundial.
Será por eso que Ancalao mira hacia atrás y se reconoce, con ternura y respeto, en las huellas dejadas en el camino: “¿Quién era yo? ¿Quién estaba siendo? ¿Quién soy? Hoy puedo afirmar que soy un ‘Tejido con lana cruda’, un Tejido en telar mapuche y también a dos agujas. Soy Lana Cruda, hilada con huso y también con rueca, teñida con raíz de calafate y también con anilina Colibrí (la que venía en latita). Soy mapuche con todo el orgullo, aunque no viva en el campo, aunque mis ancestros, aunque siga aprendiendo el mapuzungun: mi idioma materno, paterno, fraterno, filial y sororo. Con estos poemas aprendí a exponerme, a mostrar lo que no he dejado de amar, a llorar escribiendo y a llorar leyéndolos en voz alta”. Y nosotros podemos reconocer en esa voz lejana la otra, la ya consolidada como una de las poetas más importantes de la actualidad, en nuestro país.
Liliana Ancalao es poeta e investigadora mapuche, profesora en Letras por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Jubilada en la docencia de escuela secundaria. Integra los colectivos artísticos-culturales “Peces del desierto”, “Trovadores Patágonicos”. Como parte de la comunidad Ñamkulawen, promueve actividades de fortalecimiento cultural y Experiencias de Educación Autónoma mapuche. Publicó Tejido de lana cruda (2001), Mujeres a la intemperie (2009) y Resuello (2018).
yo he visto a los chulengos
yo he visto a los chulengos en manada
iluminados por la luna
cuando aparecen ellos
el invierno se entrega
cubierto de pelusas y de lana
he visto el aire estremecido entre sus ancas tibias
y a la libertad y a la ternura
galopando con ellos
sueltas
por la tierra
he visto creo
más de lo que merezco:
he visto a los chulengos desde lejos
yo presiento que he de andar más todavía
quién sabe cuánto
hasta vencer el miedo de acercarme hasta ellos
para medirme en sus ojos tan profundos de espacio
y aceptar el milagro de un silencio de nieve
que desprenda la costra los últimos abrojos
si resisto es posible que me permitan ellos
sumergirme en sus ojos ingenuos infinitos
estaquearme un instante
en el centro del tiempo
ser la libertad ser la ternura
galopando con ellos
sueltos
por la tierra