Lo nuevo de Celia Fontán: el jardín grande como un grano de mostaza
Mientras leía La guerra en los jardines, este precioso y para mí tan esperado libro de Celia Fontán, me acordé de una enciclopedia titulada Las enseñanzas de la pintura del jardín grande como un grano de mostaza. Esa enciclopedia está dedicada a la pintura china y reúne las enseñanzas de antiguos maestros orientales capaces de lograr, según se cuenta ahí, “que las flores nacieran del solo movimiento de sus manos”.
La clave, explican, consiste en penetrar con inteligencia todas las transformaciones para alcanzar así una grandiosa sencillez, por haber captado, justamente, la sencillez real y profunda que gobierna las apariencias complejas del mundo en su constante fluir.
De esa misma penetración, de esa misma grandiosa sencillez se diría que están atravesados estos relatos de Celia Fontán, que en el detalle de su escala, en el encanto medido de su forma, hacen de lo real un lugar renovado por pasadizos y deslizamientos entre mundos, y dan la bienvenida a sirenas de cabelleras rojas que nadan en la desembocadura de un arroyo; elefantes soñados que visitan la aldea de quien los sueña en la noche y vuelven a convertirse en un sonido interior de la tierra; un hombre lobo herido que parece más bien un caballo viejo, y se queja de la impericia de los cazadores; trenes rusos que conducen al reino de los muertos; muertos siempre amables que retornan en visitas tímidas o resurrecciones parciales o que apenas se enteran de su muerte.
Y están también los encuentros que cambian para siempre la suerte; los cruces de destino; los acontecimientos que nunca siguen el curso planeado o temido. Los seres que transitan estos relatos mínimos aceptan sin extrañeza la porosa y fluctuante condición de ese universo misterioso en el que les toca vivir —incluso las gallinas, incluso las lombrices, incluso los caballos blancos de cuento y los reales, los gatos muertos en las veredas, los perros fantasmas—; y ese universo es, también, lo admitamos o no, el nuestro. Pero ellos no son los únicos protagonistas, lo son, igualmente, los pequeños actos con su rostro inesperado; los objetos con su poder de convertir una vida en otra (la llave que se pierde, la cartera robada, los álbumes donde faltan ciertas fotos); los curiosos desfasajes entre la conciencia y el cuerpo (como el de Lucy, en un relato titulado “Confusión”); las extrañas sincronías que unen la travesura de un niño y el comienzo de la enfermedad de su joven profesora de música; gestos como el llanto bajito de Noelia ante el golpe de la piedra, que por fin termina con la guerra en el jardín.
Los relatos han pasado a convertirse en parte de la misma fluyente materialidad e inmaterialidad de la vida de la que provienen sus imágenes.
De esas delicadas miniaturas, de esas minúsculas colisiones entre lo imposible y lo probable, entre lo probable y lo inverificable, Celia Fontán hace surgir estos relatos brevísimos, nacidos como de un solo movimiento de la mano, de un saber de la palabra que se ha vuelto segunda naturaleza, y ya no necesita poseerse como técnica.
Los relatos han pasado a convertirse en parte de la misma fluyente materialidad e inmaterialidad de la vida de la que provienen sus imágenes, sus seres, sus actos. Y todos rehúyen, mansa pero firmemente, ser leídos en clave sobrenatural, mientras no dejan de indicar con insistencia la presencia de un misterio, porque en cada uno de ellos hay algo que —como escribió un sabio alemán— “solo se deja aprehender en el gesto”.
Quizás por eso mismo es que me cuesta tanto no pensar en este libro como una forma que asume la poesía para entrar a ese lugar que alguien llamó “el espacio nebuloso de la parábola”, en el que brilla una vez más, cándido y revelador, alejado de toda astucia, de toda calculada especulación, el jardín grande como un grano de mostaza de Celia Fontán, su encanto liberador, su grandiosa sencillez.
*Celia Fontán nació en Rosario. Es profesora de Letras, egresada de la Universidad Nacional de Rosario. Ha publicado las siguiente obras: Ha crecido el césped, 1974; Los árboles rebeldes, 1975; De cruces y señales, 1976; Hijas del mar, 1981; Restos del navío, 1995, Un taxi a Bucarest, 2007; Herbarium, 2018 y el actual La guerra de los jardines, de este año.