“Mamma Roma”, de Pasolini: la maternidad desde la visión de una mujer que lo ha perdido todo
Por Silvina Gianibelli
En el año 1962, Pier Paolo Pasolini estrena su magífico film “Mamma Roma”. Exactamente el 22 de septiembre, se dio sala en los cines “Quattro Fontane” de la “ciudad eterna”.
Era de esperar, no todas las sociedades están a la altura de las grandes revelaciones poéticas y de magna sensibilidad dramática; Pasolini fue agredido por un grupo de neofascistas, que intentaron frenar el acontecimiento cinematográfico, aún con la intervención de la policía.
La creación de los personajes del director y guionista está guiada por la piedad romana. Hay una intervención del misticismo romántico en los personajes que intenta redimir: una mujer madura que lucha con su pasado de trabajadora sexual, un hijo adolescente que intenta buscar su lugar en el mundo rodeado de rufianes, un proxeneta que vuelve para oscurecer el camino.
Mamma Roma está interpretada por la genial Ana Magnanni, quien encarna el imaginario de una real madre italiana que pese a las dificultades de la vida lucha por su propio hijo. No hay un espacio escénico desde donde este personaje no abrace el dramatismo.
Indudablemente, las interpretaciones de la actriz más importante del neorrealismo italiano pasan por el cuerpo y hacen resonar las entrañas.
Su condición mística tiende a ser leída como María Magdalena, la prostituta redimida. Es ahí donde Pasolini no pierde pisada en mostrarla amorosamente. ¿Quién, con esa historia previa personal, no puede amarla? ¿Alguien no va a sentir piedad por su lucha sin pausa?
Ettore, su hijo, está interpretado por Ettore Garofolo. Este personaje se vuelve casi una pintura de Renacimiento, hay una rostricidad en él que lo envuelve en el imaginario de Cristo.
El padre ausente rememorado en el baile que dan, es una de las escenas más maravillosas de la historia del cine. Tal es así que Madonna la recrea para una campaña de Dolce & Gabbana.
Carmine es Franco Citti, el proxeneta que opera como un fantasma en la vida de Mamma Roma, dándole identidad a su miedo: contarle su pasado a Ettore.
Éste es el detonante de la tragedia y los vehículos machistas con que se percibía a la mujer en esa sociedad, bajo esas condiciones atravesando ese contexto.
Este triángulo de personajes tienen una necesidad dramática en común: alcanzar una vida pequeño-burguesa, pero la realidad les ha permitido vivir de una sola manera y es la que marca el rumbo. Hacia su propia deriva van los personajes, también el abismo es el conductor hacia la libertad.
Sin embargo, no hay mejor manera de mostrar la maternidad que de la visión de una mujer que lo ha perdido todo y que se ha puesto de pie, también con todo.
El registro de los paisajes despojados alcanzando una concepción de la imagen trascendental en el rol de la mujer, es un sello fundamental del director.
La mujer pasolineana es amada por la mirada, pero no por la hostilidad del mundo que la rodea. Su poesía todo lo enaltece.
Quisiera pensarlo en la trasposición de disciplinas en nuestro país, y pienso en Ramona Montiel, en la creación plástica de Antonio Berni.
Aunque el giro final es a puro Chéjov, y es ahí cuando los personajes son tan amados. No hay acontecimiento que los justifique sino el golpe total de la acción que libera a la escena en su camino hacia el alma del espectador que dirá : “¡Uf!... ¡Qué susto me he llevado!... ¡Me acordé de cuando...! (Se cubre el rostro con las manos.) ¡Hasta se me ha nublado la vista!...”