María Malusardi: “La violencia está en las situaciones que el lenguaje representa”
Por Boris Katunaric
Foto: Marco Zanger
Agencia Paco Urondo: Lo primero que llama la atención de tu libro Artista del hambre es la noción kafkiana de “artista del hambre”, todo daría a entender que nace de ese cuento breve de Kafka.
María Malusardi: Hace poco escribí un texto donde hago ese comentario, tengo otro libro que se llama Artista del trapecio, ambos juegan con los títulos de Kafka y con algo en los cuentos de Kafka. Todo lo que yo escriba tiene que ver con él porque todos los que trabajamos desde la opresión o desde el ahogo estamos ligados nos guste o no a Kafka, uno puede ser kafkiano o estar ligado a él sin conocerlo, en este caso sí, hay deliberadamente una decisión de jugar con el título pero no tiene nada que ver con el cuento, lo que yo tomo es el encierro, la sensación de opresión, la sensación de sin salida aunque eso siempre está en mí y me seduce mucho de su literatura. Lo que tomo del cuento son algunos elementos, esa cosa de exhibirse como un “artista del hambre”, acá hay una exhibición pero “a pesar de”, en realidad es una ironía porque no es una decisión como en el cuento de Kafka sino que acá lo provoca el sistema, la provocamos nosotros, los que lo vemos no los que exhiben.
Todo esto es una reflexión que surge póstumamente de la escritura del libro, no hay un plan conceptual, hay un trabajo sobre la escritura misma tallando en lo que va surgiendo de un diálogo entre mi mundo interior y lo que el mundo exterior me propone y me interpela.
Volviendo a “artista del hambre” y “artista del trapecio” en relación a una propuesta del lenguaje, estética que tiene que ver con un procedimiento de escritura que en ambos comienzan “Hubo un día y no recuerdo” tomando ese procedimiento y dialogando deliberadamente con el cuento de Kafka. En el caso de “artista del trapecio” pasa lo mismo, toma ese misterio que propone la literatura de Kafka que por eso es poética porque no se puede explicar, él no tiene poesía en las palabras que utiliza sino en lo que corre por lo bajo en lo que logra a partir del clima que construye. “Artista del trapecio” es un cuento que me atraviesa muchísimo porque pasan cosas inexplicables y lo que tomo es ese personaje que está en la cuerda y la cuerda es la vida donde todo el tiempo uno se está cayendo, como en el mito de Sísifo, quieran o no siempre está, cae y vuelve a subir pero nunca se termina de recuperar.
APU: Y, como en el mito de Sísifo, nunca alcanza.
M.M.: Nunca se logra. Eso es el absurdo que bien estudio Camus, esa promesa que le hace a Sísifo que si llega a la cumbre y que la piedra caiga del otro lado iba a ser liberado de su condena nunca se cumple y se la pasa eternamente con la esperanza de que algún día termine. Lo que no sabe es que nunca va a poder llegar.
APU: Hablás del clima opresivo en Artista del hambre, eso se siente y además se siente la violencia que emana en la forma de utilizar el lenguaje. En como hablar de la muerte o de matar.
M.M.: Usaste una palabra muy atinada que es la violencia, la violencia en el lenguaje. Está en el lenguaje, en las situaciones que el lenguaje representa. Esa es una violencia que se me impuso, el lenguaje después sólo lo va trabajando. Yo soy muy obsesiva con el lenguaje, tallo mucho, como si hiciera una escultura, saco capas hasta que llego a lugares, inclusive, impredecible y a veces de manera mágica, pero voy hurgando. Van apareciendo a medida que voy sacando capas de lenguaje.
Paro esa violencia es la violencia que está en el mundo, en la ciudad. Esa violencia me interpeló en algún momento, es algo ineludible cuando uno sale a la calle en cualquier ciudad donde hay indigencia, gente que no tiene casa, que sus necesidades básicas dependen de la caridad, cosa que detesto, porque es contraria a un sistema socialista donde las cosas estén repartidas equitativamente. Entonces la violencia real está afuera, somos nosotros, es el entorno, esa es la violencia, el resultado es la pobreza, la indigencia, la miseria. Las víctimas de un sistema que entre todos sostenemos. Nos guste o no nos guste nadie puede escaparse, nadie puede decir “yo no tengo nada que ver”. Eso me interpela porque genera sufrimiento, inquietud, malestar. Uno cierra la puerta de su casa y está con sus cosas, su trabajo, con sus libros pero hay toda una realidad ahí fuera que nos excede, nos interpela y nos responsabiliza. No digo que seamos los culpables directos, sostenemos este sistema, esta trama social, no hay muchas vueltas, lo que le falta a unos les sobra a otros.
APU: ¿Son un poco las condiciones en que te pone el capitalismo?
M.M.: Finalmente el capitalismo parece una entelequia, algo que flota, pero es algo que sostiene toda la trama social ¿cómo se revierte eso? Y, en se sentido soy trotskista (risas), vamos con la revolución, y eso no va a pasar, así que por eso soy anarquista (más risas). Fuera del chiste, me parece que todos tendríamos que poder acceder a los mismos derechos y a vivir de manera igualitaria. Pero cuando hablás con alguien te dicen “el comunismo fracasó” y yo digo el stalinismo fracasó. Yo estoy diciendo que no es justo este mundo, nada más. No sé si lo que pasó es lo que hay que hacer. Cada vez entiendo más profundamente el gesto político en todo lo que uno hace, cada vez lo tengo más claro. Eso para mí es ineludible, ningún artista puede eludirlo, lo sepa o no, pero está. En mi caso lo empecé a percibir y clarificar conceptualmente pero a posteriori. Digamos que empiezo a escribir este libro a partir de lo que veo en el mundo y cómo me interpela, eso es lo que hace cualquier artista. Siempre en la oesía está el lenguaje, lo que uno propone porque, finalmente en el arte, eso es lo más importante. No se separan las cosas, funcionan juntas.
APU: Distintas ruedas del mismo engranaje.
M.M.: Exactamente, uno percibe el mundo. Me gusta la imagen de la cocina que ponés en un bol, huevos, harina, leche, esencia de vainilla, mezclás todo y sale un poema. Mezclás algo del mundo con lo que te pasa adentro, refinadamente. Después viene el arte, amasar las cositas.
APU: Hay que laburar.
M.M.: Hay que laburar mucho con el lenguaje. Para mí siempre hay una búsqueda ahí. Me interesa extremar lo más posible esa búsqueda, salir del lugar común, de lo esperable, sin dejar de ser fiel a mí misma y a lo que yo siento y a lo que me toca. Me gusta ir provocando al lenguaje, no es sentimientos del alma. Me parece que el gesto político es muy importante.
APU: Siguiendo con el lenguaje me gustaría preguntarte cuál es tu relación con el lenguaje musical ya que tenés dos libros basados en conceptos musicales o en figuras de la música. Son La música y El descenso de Jacqueline du Pré. ¿Tenés alguna formación o conocimiento del lenguaje musical? ¿Cómo pensás esa relación entre lo puramente auditivo, lo más simbólico si se quiere, y la palabra?
M.M.: Tengo formación musical, bastante informal, leo música, toco también de oído la flauta traversa. Es algo que ha quedado en mi vida secreta, canto también. La música es tan penetrante, envolvente y necesaria. Me hubiese gustado ser música de orquesta, esa es mi fantasía más infantil, si volviera a nacer estudiaría música antigua en Basilea. Es algo que por supuesto no voy a hacer, pero me hubiera gustado, como un sueño.
Pero cuando escucho cierta música yo me siento parte de esa orquestación y desde ese lugar escribo. No es muy sencillo de explicar, es como si en la escritura pudiera reproducir algo de lo musical. Muchas de las cosas que he escrito están impulsadas por la música. Además me gusta mucho el jazz, me gusta toda la música. También me gusta Gilda, pero no lo pondría para escuchar en mi casa, lo pondría para bailar.
APU: ¿Cómo encaraste para trabajar una escritura sobre la figura de Jacqueline du Pré?
M.M.: Todo surge con una obsesión, siempre. Fue una época cuando estaba muy obsesionada con toda su obra. Ella gana premios muy importantes, llega a la cumbre muy rápido y así como llega se derrumba. Por eso el descenso, ahí está la tragedia. Ese es otro de los temas de mi vida, lo trágico. Tengo una atracción, me encanta la tragedia griega, planteada en esos términos. Y esa zona trágica o ese sentimiento trágico de la vida que a mí me acompaña. Y hay algo muy trágico en la vida de ella, cómo puede llegar a tocar el cielo con las manos y de pronto darse la cara contra una piedra, porque la enfermedad la condenó. Uno escucha el concierto de Elgar o cualquiera de las cosas que ella toque que morís, es una cosa de otro mundo. Me impactó la tragedia detrás de la belleza. Ahí aparece Holderlin, Rilke, donde tragedia y belleza se funden.
Y La música se llama así pero tiene otra propuesta, porque la música es la zona de salvación en medio de la guerra y la devastación. Trabaja alrededor de la devastación del mundo. No queda nada, lo único que queda es el amor y la posibilidad del desamor. El desencuentro que forma parte de la guerra y la música como el único espacio de sanación o salvación o de cobijo. Son todas cosas que pienso después de haber escrito, la escritura siempre surge a partir de una obsesión, de algo que atraviesa y un trabajo con el lenguaje y lo que pasa por dentro. Todo lo demás viene después, cuando uno empieza a trabajar. Porque para trabajar un libro uno tiene reflexionar algunas cosas, siempre hay una zona de especulación, en todo el arte.
APU: ¿Cuál sería ese territorio de especulación?
M.M.: Ponerse a pensar hacia donde lleva uno las cosas. Pensar lo que está escribiendo, ese trabajo es ir tallando. La escritura poética tiene esa cosa totalmente infernal, indescriptible, que no tiene ni tiempo ni espacio y tampoco se entiende por qué esta ni cómo surge y otra parte puede conceptualizarse, que puede moldearse, la combinación que tienen esas dos cosas para mí logra algo potente en la poesía. No creo que sea una cosa que sale sola y así queda ni tampoco que se pueda forzar. Si me siento a escribir un poema ninguna de las dos cosas es un equilibrio entre ambas, lo cual es bastante difícil que suceda, pero cuando está hay que aprovecharla.