Martín Sancia Kawamichi: "La novela es la voz del narrador, los personajes me importan muy poco"
Por Raúl Haurat
Martin Sancia Kawamichi estudió el Profesorado de Lengua, Literatura y Latín en el IES Alicia M. de Justo y Realización Cinematográfica en el CIEVYC. Actualmente forma parte del programa de radio Kriminal Mambo y dicta talleres literarios tanto de literatura infantil como de literatura para adultos. Publicó, dentro del género infantil: “Breves historias de animales sabrosos, engreídos, enamorados, malditos, venenosos, enlatados, tristes, cobardes, crueles, espinosos... (y otras historias)” (Penguin Random House, 2009), “Los poseídos de Luna Picante” (Segundo Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil 2014), “25 tarántulas” (Editorial Sigmar, 2016). Su novela “Todas las sombras son mías” obtuvo el Primer Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil 2017. Por fuera del género infantil, su novela “Hotaru” obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Novela Negra BAN! –Extremo Negro 2014, y su novela “Cachivaches” (inédita) fue finalista del Premio Internacional de Novela Negra Córdoba Mata 2015. En abril del 2017 publica, por Evaristo Editorial, su novela “Shunga”, y su obra teatral “El desamor” resulta ganadora del Concurso de Dramaturgia TBK 2016/2017. Recientemente se editaron en Bolivia, su novela corta juvenil “Anchoa” y su libro de cuentos infantiles de enigmas detectivescos “Cosquillas en la oscuridad”. En abril del 2018 salió publicado su primer libro de cuentos para adultos, “Este pálido mundo mío”, por Evaristo Editorial.
Estamos en medio de las fiestas. ¿Cómo eran las navidades cuando eras chico?
Me crié en Barrio Sarmiento (Villa Celina, Partido de La Matanza) Cuando yo era chico, hasta mi pubertad, la navidad y el año nuevo se celebraba en la calle. Vivía enfrente del quiosco de Pelusa que abría toda la noche. Ibas a las cinco de la mañana y podías comprar cerveza. Eran otros tiempos, ahora son mucho más tristes y salvajes las fiestas en el barrio. Se sacaban las mesas y festejabas con el barrio entero. Después la gente se fue encerrando, la cosa cambio.
¿Viviste toda tu infancia en Barrio Sarmiento?
No. A los diez años me fui a vivir a Capital, a Parque Chacabuco. Era aburridísimo. Los pibes tenían que pedir permiso a los padres para salir. ¡Eran unos panchos! Todas las vacaciones de verano y todos los viernes a la tarde me iba a lo de mi abuela y me quedaba hasta el domingo a la noche. Porque mi barrio era Sarmiento. Éramos veinte y estábamos todo el día en la calle. Era Tom Sawyer.
Recientemente se editó en Bolivia, por Otero ediciones, tu novela corta juvenil “Anchoa” ¿Quién fue el Anchoa?
Era un chico que tenía un retraso mental. Nosotros teníamos nueve y Anchoa quince años. Era un pobre chico, el padre era alcohólico, no había estudiado. Tenía maldad. Le quemó con ácido los ojos a un gato de un amigo. Nosotros creíamos que habían sido otras personas de Las Achiras. Los fuimos a buscar y nos recontra cagaron a palos. ¡Ayer se me curó la última herida! Después nos enteramos que había sido él (Anchoa), que era vecino nuestro. Con el gordo Chango, que murió hace unos cuatro años, planeamos una venganza que la cuento en la novela.
¿Qué le hicieron a Anchoa?
Para vengar algo monstruoso tenes que transformarte en algo peor. Con el gordo Chango perdimos todo eje. Dijimos “vamos a robarle el único regalo que recibió este pibe en su vida” Un yo-yo importado. Se lo cambiamos por un mapa del tesoro, donde le hacíamos pegar saltos. Agarrar una piedra y pegarse en la cara. Hizo todo. Fue una cosa de locos. Con el gordo nos hicimos los bobos, como que nosotros también creíamos en el mapa. Y el padre nos dijo “¿y es cierto?” El padre era más boludo que Anchoa.
Es la infancia el momento donde uno comienza a leer libros de aventuras. ¿Era tu caso o las correrías las encontrabas poniendo el cuerpo?
No hacía falta buscar la diversión, como tampoco hacía falta ir a una colonia de vacaciones. Me divertía muchísimo con los chicos. Me despertaba temprano. A las nueve de la mañana había un batifondo de quince pibes jodiendo, jugando a la pelota. A la hora de la siesta se hacían las maldades. Ibamos a robar a la iglesia. Una vez robamos un cáliz y una virgen. Otra vez, le pusimos un balde de mierda en el confesionario. Hasta que no nos dejaron entrar más.
Hay una edad donde los pibes empezaban a ponerse de novio y así se iban desmembrando los grupos de amigos. ¿Tu grupo de mantuvo al llegar la adolescencia?
Cuando cumplimos los doce hubo un desmembramiento. Empezamos a salir con unas chicas del fondo. Curiosamente había tres rubias. Eran pocas cuadras de diferencia, pero era como otro mundo. Era otra raza. Yo me puse de novio con una. Fue mi primer sufrimiento de amor porque me terminó engañando con mi mejor amigo. Me dejó porque el otro había desarrollado y yo no. Ella tenía quince años y yo tenía once. La mina se aburría conmigo. ¿Por qué andaba con chicas más grandes? ¿Por qué me daban bola? No entiendo. Lo único que tenía diferente a todos que usaba aritos y pelo largo. Además, vivía en Capital. Eso me daba prestigio. Había salido de la cueva de Platón.
La biblioteca no tuvo que ver con el mundo de Martín niño ¿Cómo y cuándo fue el choque con la literatura?
No creo que haya cosas más importantes en mi vida que ese choque con la literatura. Fue a través del programa de radio de Alejandro Dolina. Tenía insomnio. A partir de los nueve años empecé a tener un problema profundo con la muerte. No podía entender ¡Algo hay que hacer! De noche me quedaba pensando en eso. Hasta que empecé a escuchar “La Venganza será terrible” que empezaba a la una de la madrugada y ahí la noche se llenó de otra cosa. Un tipo que tenía terror a la muerte igual que yo. Me decía “lee a estos tipos que comparten tus mismas obsesiones”.
¿Qué fue lo primero que leíste a partir de escuchar a Dolina?
«Del sentimiento trágico de la vida» de Miguel de Unamuno. Sentí que fue escrito para mí. Eso no se me iba a pasar nunca, a lo sumo te podía distraer. Ahí nace mi necesidad de leer y leer en serio. Me había perdido toda la infancia la lectura de Julio Verne. Comencé con Unamuno, Borges, y Schopenhauer. (Ernesto) Sábato, fue uno de los escritores que me marcó. Al margen de que ahora no lo leería. Sería injusto si no lo reconociera. Fue más importante en mi vida que muchos otros escritores que son mejores. Después el que me disparó, que me voló la cabeza por completo fue (Juan Carlos) Onetti. Era la tristeza en estado puro llevado al extremo, con una belleza que no había leído nunca en otro lugar. Dije, “desde acá se puede hacer algo bello”. Nunca quise regodearme en la angustia ni mostrar esa cara mía. Yo era un tipo triste. Fui el mejor alumno, buen deportista. Salí campeón sudamericano de Yudo. Pero estaba todo sostenido en una mentira: mi papá no vive conmigo, a todo el mundo le hago creer eso, vivo en un conventillo. Era todo una construcción mentirosa.
Empezar a escribir
¿Cuándo comenzàs a conectarte con la escritura?
En esa época me conecto con la lectura y la escritura. Me ayudó a aceptar todo lo distinto que yo tenía. Toda la vida quise ser igual al resto. Bueno, no puedo y puede ser interesante no serlo. ¿Para qué andar buscando ser parecido? Busquemos por otro lado. Para mí era importante ser uno más. Me llamo Laureano, ya por el nombre la habían cagado. El primer Laureano lo conocí cuando tenía treinta años. Nunca me había cruzado con nadie que tuviera ese nombre de mierda. Todo lo mío era raro.
Nombrabas a Onetti, cuesta encontrar una página de su escritura que no esté atravesada por la tristeza y el pesimismo. Sin embargo, hay una búsqueda estética en su prosa poética. Es lo que encontré en tu novela «Shunga» ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Fue muy rápido. Esto tiene que ver con Damián Vives (editor de Evaristo Editorial) fue casi una novela a pedido. Escuchó leer un cuento mío y le gustó. Me dijo: envíame un libro de cuentos y lo empezamos a elaborar y yo no se lo mandé. Lo encuentro como dos meses después en una fiesta, y él me pregunto por los cuentos y yo no le quería decir que no me animaba a mandárselo. Le dije que estaba haciendo una novela y que en quince días se la mandaba. En dos semanas escribí «Shunga».
Seguís metiéndote en bretes como cuando eras chico.
Si, podría haberle dicho: mira, te mentí con los cuentos y tuve que hacer la novela en quince días. La que era mi mujer se fue, y cuando volvió lo primero que me dijo fue anda a bañarte. Lejos de dramatizar, viví como un linyera, pero la terminé.
¿Cuál es la diferencia entre tragedia y drama?
Roland Barthes decía que lo opuesto a la tragedia no es la comedia sino el drama. El plantea que si uno ve la Medea de Pasolini ahí te das cuenta lo que es una tragedia. Medea termina matando a los hijos. Pasolini no trata en ningún momento de conmoverte, eso sería desviarte del tema. El drama busca que vos te conmuevas, te arrastra en la historia. La tragedia busca que puedas tomar una distancia para ver de lejos eso que está pasando. Te está hablando de la condición humana. El drama no quiere que pienses, quiere que llores, patalees.
En la novela «Shunga» haces una desemejanza entre el erotismo y lo genital. ¿Crees que el erotismo desvía la atención como lo hace el drama?
Claro, sería como una manera dramática de mostrar el sexo. No trato de calentar al lector. Para mí en «Shunga» el sexo es una tragedia y es un horror. No porque yo piense que el sexo es un horror. Sino, en la manera que estos hombres ejercen un poder bestial sobre las mujeres, que usan el sexo como tortura. El tratamiento que le quería dar a lo sexual si lo trataba desde lo erótico la cagaba. Se desviaba la atención.
Hay una superstición sobre la oposición entre la cultura oriental y la occidental, donde el oriental personifica la calma sin embargo en «Shunga» se dejan ver situaciones brutales ¿Cuál es tu mirada sobre la cultura japonesa?
Yo no tengo una mirada muy positiva sobre Japón. Eso hace que mi libro no haya podido traducirse porque cada que vez que pude la he cagado. ¿Te gustaría que todo el mundo fuera japonés? Me preguntaron y respondí “mira, sería una distopia” Hice yudo pero no tengo una fascinación por la manera de ser japonesa. Si por la cultura, por el arte, sobre todo el cine, la caligrafía y la literatura. No tanto la danza, no la entiendo. En Japón ponen vagones exclusivos para mujeres porque los tipos las filman por abajo. La prostitución infantil estuvo permitida hasta hace muy poco. Hay un mundo sórdido. No son ejemplo de nada.
¿En qué proyecto literario estas trabajando?
Estoy escribiendo una obra de teatro. Este año escribí tres novelas. Necesito parar de escribir un poco porque tengo acumulado un montón de cosas que no sé cuándo las voy a publicar. Para mí es un vicio escribir. Jamás lo puedo relacionar con un trabajo. ¿Obrero de la palabra? Es un chiste todo eso.
La última, ¿La novela son los personajes o la voz del narrador?
La novela es la voz del narrador. A mí los personajes me importan muy poco. Si encuentro un lindo adjetivo que me gusta y hace cambiar la personalidad del personaje no tengo ningún problema, es más, no creo que un personaje tenga que ser verosímil. Como en la vida. Escribir para chicos me enseñó a purificar y pulir la escritura. Ahí no hay vueltas, no podes regodearte en pelotudeces, tenes que buscar una síntesis. Creo que un pibe lector en cada renglón va a estar queriendo dejar el libro entonces yo no tengo que dejarlo.