Natalia Ginzburg: audazmente tímida

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Natalia Ginzburg: audazmente tímida

31 Octubre 2021

Por Inés Busquets

Natalia Ginzburg, audazmente tímida, la biografía escrita por Maja Pflug, traducida por Gabriela Adamo y editada en el 2020 por Siglo veintiuno, revela cada uno de los momentos de la vida de la escritora italiana, la infancia, los inicios en la escritura, los vínculos y la participación política.

El oxímoron del título ya nos introduce a una personalidad compleja, como se describía Clarice Lispector, en una entrevista, dueña de una timidez osada, términos que definen un “temor” que no les impidió atravesar barreras para superarlos. Vivir afrontando la timidez es la osadía. Cualidad que las ubicó en el podio de sus actividades. Tímida y mujer, dos condiciones que ya aventuraban una serie de obstáculos a transitar.

En la literatura de Natalia hay personajes verosímiles, donde se muestran realidades familiares crudas y a veces despiadadas, aun así subrepticiamente siempre deja ver algo del universo de su vida privada, ideología y cosmovisión del mundo. Sin hablar de sí misma marca postura con respecto a la familia, al feminismo, a los vínculos. En este libro, Maja Pflug nos relata detalles de los distintos momentos y épocas; de cómo el contexto y sus sucesos influyeron en la toma de decisiones y hasta en sus trabajos.

La profusión de sus obras va desde poesía, narrativa y ensayos; en los ensayos se encuentra su propia experiencia o pensamiento como en la novela autobiográfica, Léxico Familiar que superó las expectativas de ediciones.

Leer la biografía de Natalia es un acontecimiento, tanto o igual que leerla a ella, Maja Pflug sintetiza de manera exquisita la experiencia y las virtudes de una persona que transitó todo tipo de imprevisibilidades.
En la vida de Natalia, a comparación de cualquier otra, la intensidad superó siempre su edad cronológica. A decir verdad a sus 30 años ya había quedado viuda con tres hijos, había huido, atravesado una guerra, una persecución, una desilusión constante, luego diría: “Aprender a soportar desilusiones es lo que tenemos que hacer una y otra vez, durante toda nuestra vida.”
Aun así escribía con impasses que no le impidieron fortalecer su carrera y profundizar su oficio.
Siempre encontraba otra oportunidad, la posibilidad de refugiarse en la esperanza.
El suicidio de su amigo, Cesar Pavese luego de la pérdida de Leone también fue un impacto insondable.

El libro está compuesto por 16 capítulos, separados por etapas de manera cronológica donde cuenta a través de otras voces, pero sobre todo de la voz de Natalia los distintos momentos y los hechos que más impactaron en la vida de la autora.

Si bien cada situación tiene su impronta y el libro se disfruta de punta a punta, me gustaría compartir algunos periodos en particular.

Cuando se casa con Leone Ginzburg, se exilia con sus tres hijos por la guerra, la Italia fascista (Leone era miembro activo del partido Giustizia e Libertá) y la campaña de odio a los judíos y se aggiorna a escribir con los detalles del pueblo como materia prima y publica El camino que va a la ciudad, con seudónimo. “Se puede tener un cuento corto en la cabeza, como la máscara de una nuez, pero una historia larga se desarrolla sola, se escribe casi por sus propios medios,” dice Natalia al respecto.

En el año 1943 se produce el derrocamiento de Mussolini y Leone vuelve a Roma y a Turín, con el peligro latente del avance nazi. Natalia tiene que irse del pueblo donde había quedado con sus hijos y Leone es detenido y muere al año siguiente en prisión. Natalia tenía 28 años.

Memoria es el poema que escribe y de los primeros textos autobiográficos, también un ensayo acerca del pueblo donde había vivido con su marido: “Esa era la mejor época de mi vida, pero solo lo sé ahora que se me escapo para siempre.”

Memoria, un poema que me recuerda a TS Eliot del cual transcribo solo una parte y que expresa el dolor y el estado de una Natalia que siendo tan joven ya había vivido demasiado.  

Memoria

Los hombres van y vienen por las calles de la ciudad.

Compran comida y diarios, caminan rumbo a sus asuntos.

Tienen buen semblante, también labios vivaces.

Levantaste la sabana para mirar su rostro,

te inclinaste a besarlo con un gesto habitual.

Pero era la última vez. Era el rostro habitual,

solo que un poco más cansado. Y el traje era el de siempre.

Y los zapatos eran los de siempre. Y las manos eran aquellas

que partían el pan y vertían el vino.

Natalia nunca dejó de escribir, recibió premios, se volvió a casar con Gabriele Baldini, tuvo más hijos, compartió espacios con Ítalo Calvino y Eugenio Montale, quienes reseñaron e hicieron críticas sobre sus escritos.

Ítalo escribió: “El secreto de la sencillez de Natalia reside aquí: esta voz que dice “yo”, siempre tiene enfrente a personajes que considera superiores, situaciones que parecen demasiado complejas para sus fuerzas, y los recursos lingüísticos y conceptuales que usa para representarlos están siempre un poco por debajo de lo necesario. De este desajuste nace la tensión poética. La poesía fue siempre eso: hacer pasar el mar por un embudo.”

La resistencia cultural en la Italia fascista que había llevado a cabo en su juventud con un grupo de intelectuales, la convicción de un Italia igualitaria y los valores de justicia social desde la infancia la condujeron a ser diputada, después de los 65 años, aun diciendo que no sabía de política, su desempeño fue breve pero contundente, sus discursos lacónicos pero lacerantes.

Dejó una huella firme en todos los vínculos, padres, parejas, hijos, nietos, amigos, escritores y lugares de trabajo.  

Conocer a Natalia, complementa la lectura de sus obras. La mirada del mundo, la tenacidad y la conducta de su oficio frente a todas las inclemencias.

Celebro esta biografía que se lee como una novela de Natalia, una novela que al cerrar la última página irrumpe un llanto inexplicable, una añoranza extraña por saber de su existencia y no haberla conocido. Porque Maja logra una cercanía genuina, un diálogo que hace participar al lector y hacerlo sentir único, como quien es elegido para compartir un secreto.

“Con sorpresa notamos que, de adultos, no perdimos nunca nuestra antigua timidez frente al prójimo; la vida en nada nos ayudó a liberarnos de la timidez. Seguimos siendo tímidos: somos tímidos sin timidez, audazmente tímidos,” dice Natalia y una vez más le da palabras a lo inefable.