Poema que vuelve: Víctor Luis Molinari
Por Victoria Palacios
En el centro de la casa hay una chimenea que todos los inviernos nos convoca a la conversación familiar. En este invierno de reuniones menos multitudinarias, el calor de los álbumes familiares, de sus relatos de boca en boca encontraron otros modos de decirnos: los libros guardados, los instantes silenciados cobraron otra fuerza tejiendo retazos para el abrigo. La escritura poética de Víctor Luis Molinari, su tremenda productividad (Entre sus libros de poesía se destacan: Itinerario gallego (1958). Editorial Nosotros; Poemas gallegos (1958); El perfil en la sombra (1960); Latitud Finisterre. Buenos Aires: Editorial Follas Novas, 1961; La herida sin tiempo. Buenos Aires: Ediciones Orense (1964); Ella está perdida. Buenos Aires: Editorial Hachette, 1965; Canto a las provincias gallegas (1967); De puerta a puerta. Experiencias gallegas. Buenos Aires: Ediciones Galicia, 1975), puede enmarcarse en el carácter experimental que se conoció como Novísima Poesía Argentina, concretado en la edición de Cambours Ocampo y Radaelli, traducidos al italiano por “Oggi e Domani” así como en su recuperación de grupos minoritarios de inmigrantes, y el trabajo conjunto, como puede verse en el homenaje filial a Borlasca, poblado de Liguria, junto a Raúl Soldi y en su relación con la cultura gallega antifranquista, cuyo centro de discusión y difusión cultural fue el Centro Gallego de Buenos Aires. De su vinculación afectiva con artistas y escritores de este espacio surgirá la materialización de publicaciones facsímiles con grabadores e ilustradores como Luis Seoane, Couso Castro y Laxeiro. Como periodista fue colaborador de La Prensa, El mundo y El Hogar, y codirector de Brújula, junto a Rodolfo Puiggrós (Rodolfo del Plata) y M. Llinás Vilanova. Hoy se lo reconoce por su investigación y recuperación de la cultura gallega, entre lo que se destaca sus ensayos sobre la figura y la poética de Rosalía Castro.
En esta nueva publicación de Poema que vuelve, AGENCIA PACO URONDO comparte “Palabras para ninguno” que fue publicado el 27 de septiembre de 1930 en Brújula, en su primer etapa, y que se encuentra en el interior de una edición artesanal de Poemas para mi retorno, un libro dentro de otro libro, que como en su tapa anuncia: “Bota, botafumeiro bota, ¿dolor, dolor? Botafumeiro amor”, cuidando el espacio de la reunión, al calor de las palabras de mi abuela, su sobrina.
Palabras para ninguno
Hay una comunicación subconsciente que controla nuestras vidas. Aunque no lo quieras, hoy es tarde porque aquello desapareció como una pompa de jabón. Juguete misterioso que supo encandilarnos con una mentira necesaria.
Toda amistad es mentirosa y la nuestra no pudo escapar. La certificación hubiera sido supérflua. Ahora hay un vacío de recuerdos que sintoniza siempre el mismo sonido: “lo que fué”.
Los caminos que nunca se habían hecho uno, continúan dispares alejándonos, en una eterna pregustación de esa curva que sólo nos había acercado.
Y mi vida vuelve a ser un agobio de presencias, con el mirage breve de una yuntaposición de soledades, que nos había hecho feliz.
Vuelvo a mi familia- amistad incomprensible- que me hace amar las noches caminadas y las madrugadas sin objeto, en un retornar fastidioso a mi habitación vacía.
Puerilidad adulta que rubrica el anonimato y que se goza –estúpida- en una impotencia de titán.
Hoy comparto mi vida con otros amigos - humo y palabras- y me olvidó de aquella sinfonía que enmudeció por cuatro frases agrias y un gesto imperdonable. Tragedia intrascendente que para mí fué sólo una costumbre y que en cambio aciduló tu vida para el futuro y te impedirá siempre tener amnesia.
Eras la grosería estilizada. Eras bruto y simple con un recuerdo puro. Tenías algo de manantial que se escurre bullicioso entre la montaña y que da felicidad, antes de llegar a la ciudad complicada y tristona.
Y tenías unos ojos humanos- dignos de vivir- que contrastaban absurdamente con tus manos de carrero, bufonada estéril de tu gestación ambigua.
Cansado de la amistad ajedrez de la ciudad, tu primitivismo bárbaro supo de mi sinceridad amplia y consentida. Pero dabas mucha importancia a la casualidad, eras un esclavo de las medias palabras, fatalmente aquello se apagó.
Sin embargo reconozco tu cualidad de remanso que me purifico para otra vida. Y me resultabas grato en tu asnificencia bestial, porque te sabía bueno; ignorando que se te esquivaba la grandeza de poder ser malo.
Fué un año que será para tí toda una vida, y que sólo significa para mí importancia, un instante. Pero supe inyectarte un poco de mí complejidad barata, y hoy quieres deslumbrarme con tu sonrisa falsa, que pretende ser irónica y con ese gesto alegre que megafiniza toda tu tristeza.
Olvidas que la montaña sólo sirve de decorado a la ciudad, y que tu nacimiento rebelde en una aldea con pretensiones, sólo te circunscribió a la ideología del cura y el pensamiento bastardo del caballo que manejabas.
Sólo sirves para lo simple: acarrear heno, fumar en pipa y mentir sin genialidad.
Pero te embruteces más aún y caes en el ridículo de querer proyectar sombra, sin una luz que te alumbre, y que en esta emergencia sería sabiduría. Porque tienes la petulancia alacre de querer hablar mal cuando lo lógico en tu caso sería enmudecer para hoy- que sería para ti- todo el mañana.
Yo vuelvo a mi humo y a mis palabras - el tabaco y los libros- que me compensan de mi valor insustancial en este mundo de la fantasía. Pero voy sobrado en mi intimidad porque sé que el recuerdo te persigue como una mariposa fantástica, que sólo se quemara el día que yo quiera: ayer.
Y hubiéramos podido infantilizarnos para siempre (eso es la amistad) con un poco de inteligencia de tu parte y un poco de ignorancia por la mía. Absurdidades inconmensurables que nunca pudieron ser, por el agravante ditirámbico de tu goce de vivir en el mundo de las 4 operaciones y que me resultó llamativo en la primera semana, pero que llegó aburrirme y sentir la nostalgia del cálculo diferencial. Y sin tabla innecesaria, hallé el guarismo que me daría el total exacto: tolerancia.
Hoy reapareces, tan sólo por el deseo de querer marginarte. Después nos serás más: ni siquiera recuerdo. Que tu vida fructifique en belleza, y mañana cuando me veas, que tus ojos no me digan nada. Tendré siempre la maldad de no hacer el gesto esperado, porque el chispazo de tu alegría aldeana, ya no alumbraría más mi esfuerzo por elevarte.
Únicamente si te cambiaras el cerebro, podría ser que algún día fuésemos amigos encasillados: única amistad de hoy. Pero tu cuerpo no se amoldaría a ese peso sustancial sobre los hombros, y morirías en el cambio inexacto de las medidas compensativas.
Y es necesario que vivas, aunque seas bruto. Debes aún engañar a un escultor genial, para que tu espíritu lo inspiré y simbolice, con tus rasgos, la perfecta imbecilidad.