Sebastián Pandolfelli: "Diamante es la patria de mi infancia y adolescencia"
Por Hernán Casabella
Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Fractura, suplemento literario de APU, entrevistó a Sebastián Pandolfelli, músico, compositor y escritor. Fue discípulo y asistente de Alberto Laiseca. Publicó Rocanrol (editorial Funesiana 2008), la novela Choripán Social (editorial WU WEI 2012 y editorial Tambo Quemado Chile 2013), Unidad Básica (Eloísa Cartonera 2014), el poemario Esquina de Diamante (Peces de Ciudad, 2017), Diamante, relatos (editorial Galerna 2017) y cuentos en diversas antologías. Colaboró en medios gráficos como Tiempo Argentino, Clarín, Izquierda Diario y otros.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?
Sebastián Pandolfelli: No me acuerdo de un libro puntual… Seguramente fue El libro de los chicos enamorados, o Socorro, de Elsa Borneman, o Los cuentopos de Gulubú de María Elena Walsh, alguno de esos. Después, de adolescente leí novelas que nos mandaron en el colegio, tuve profesores muy piolas y nos daban a leer libros buenos, así que no lo sentí como obligación. Recuerdo Ni el tiro del final, un policial de Feinmann (el Feinmann bueno), o Cien años de soledad. En casa de mis viejos no había biblioteca y yo no sabía mucho de libros, así que me fui agenciando libros usados por Av. Corrientes o Parque Rivadavia, fui armando una biblioteca propia, me fui construyendo como lector un poco solo, y leía lo que llegaba a mis manos de casualidad. Uno que fue fundamental: Rapado, de Rejtman, de la colección Biblioteca del Sur. De ahí empecé a buscar los otros títulos que aparecían en la solapa y encontré a Fogwill, Laiseca, etc… Recuerdo Adiós a la izquierda, una novela muy buena de Bernardo Carey (un grosso que hoy no lee casi nadie) que leí a mis 16 o 17 años, o Servidumbre humana, de Sommerset Maugham, cosas sueltas de Borges y Cortázar, mezcladas con Dolina y Fontanarrosa, la revista La Maga, sacaba data de Página 30… Una ensalada bastante ecléctica.
APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)
S.P.: En general. si empiezo un libro, aunque me parezca un embole, lo termino. Capaz lo dejo y pasan meses (o años), pero algún momento lo agarró de nuevo y lo termino. El único que dejé y todavía no volví a retomar fue Rayuela, y no sé por qué. No tengo anécdota que valga la pena, pero a pesar de que no lo terminé, he enviado por correo (no mail, correo de verdad, con estampillas) el capítulo 7, (ese de “Toco tu boca y bla, bla, bla…”) a alguna que otra chica en mi temprana adolescencia. Es más, en varias oportunidades fui jurado de preselección de concursos (El Itaú, el FNA, etc…) y llegué a leer completo todo lo que me mandaban por cierto sentido del deber o no sé qué mambo ético que tengo. Eso lo aprendí de Laiseca, el tipo cuando era jurado se leía todo. Yo lo vi trabajar. En fin: puedo decir que he leído de todo (que igual, es poco, no me da para jactarme como nuestro ilustre “inspector de aves de corral”), incluso he leído cosas horripitufantes, pero enteras.
APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?
S.P.: Todo eso y más: se escanean, piratean, se graban en audio, comparten por mail, por messenger, se wathsappean, se dedican, se fotocopian, hasta se fuman algunas páginas (si es papel finito) porque la necesidad tiene cara de hereje.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?
S.P.: Son muchos, quizá demasiados y el orden siempre varía, depende del humor, del momento, y todo el tiempo se suman nuevos. Puedo mencionar El Aleph, El libro de arena, casi todo Borges, la mayoría de los cuentos de Cortázar, El juguete rabioso, y las aguafuertes de Arlt, Los sorias, El jardín de las Máquinas parlantes, La mujer en la Muralla, de Laiseca, La buena nueva del caminante, Los pichiciegos, En otro orden de cosas, Muchacha punk, de Fogwill, Siete de oro y las novelas de Antonio Dal Masetto, La guerra de los gimnasios, La liebre, El congreso de literatura” y unos cuantos más de Aira, Plop, de Pinedo, La ciudad de las ratas, y La Internacional Argentina, de Copi, Historia Argentina, de Fresán, El amigo de Baudelaire, de Rivera, El matadero, de Echeverría es una maravilla, el Facundo, de ese personaje complejo que fue Sarmiento, y muchos cuentos sueltos, de Bernardo Kordon, Daniel Moyano, Fernando Sorrentino, Martín Kohan, Samanta Schweblin, Silvina Ocampo, Gorodischer, Heker, Gustavo Nilsen, Guebel, Bizzio, Leo Oyola, Alejandra Zina, Natalia Rodriguez Simón, todo lo de Selva Almada. No puedo tener uno o dos preferidos. Toda lista es pura arbitrariedad.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?
S.P.: Otra lista interminable… El problema de las listas es que siempre me olvido de algo. A ver: El camino el tabaco, de Erskine Caldwell, La conjura de los necios, de Kennedy Toole, Otra vuelta de tuerca, de Henry James, El corazón es un cazador solitario, de Carson Mc Cullers, En el camino, de Kerouac, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, Adiós a las armas, y los cuentos de Hemingway, El guardián en el centeno y los cuentos de Salinger, El señor de las moscas, de Golding, Al filo de la navaja, de Sommerset Maugham, Niebla, de Miguel de Unamuno, El ingenioso hidalgo…, la famosa comedia del manco de Lepanto, Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, la novelas cortas de Voltaire, Frankenstein, de Shelley, El amante, de la Duras, y muchos cuentos sueltos. Y estoy dejando muchos afuera.
APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificado?
S.P.: Hay una novela de Leonardo Oyola, Bolonqui, donde el padrino del protagonista es un borrachín medio denso que se llama “El Pandolfelli” y se me parece bastante, jeje. También aparezco como yo mismo en la novela La amante de Stalin, de Luz Marus, y hay un cuento de Laiseca donde uno de sus “chinos”, se llama Sebastián y soy yo… Hay un cuento de Julián López donde hay un pibe de Villa Diamante, hay una crónica de Selva Almada que habla de mí, de cuando nos juntábamos en las Veladas Gallardas… O sea: ya soy un personaje literario. De hecho, algunos de los protagonistas de mis novelas y cuentos tienen muchas cosas mías, como el Corcho, de Rocanrol.
APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?
S.P.: El chabón cayendo 9 pisos con el pullover enroscado… Juan Dahlman yendo “sin esperanza y sin temor” a que lo caguen de un cuchillazo… Un gigante entrando al gimnasio, agarra al pibe, se lo pone en el hombro y se va caminando por las calles de Flores… El unitario que muere reventado antes de que lo ensarten en el matadero… El entierro del padre de la familia después del incendio, en “El camino del tabaco”. Y este: Todos mirando el árbol de ceibo, y el diálogo: “hay que reconstruir la patria, mañana mismo empezamos…” “Mañana, no. ¡Mañana es San Perón!” en Choripán social.
APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?
S.P.: Cuando era chico y jugaba con los muñecos de He-Man, Gi-Joe, Thundercats, etc… Me pasaba más tiempo preparando la escenografía y pensando las historias que en el juego en sí. A mis 12 años escribí un cuento de terror, de unas 7 u 8 páginas, le hice una tapa de cartón, con título e ilustraciones y lo mostré como mi primer libro. Era sobre un videoclub que tenía un cassette embrujado. Se llamaba Terror en VHS, y era temible, jajaja. Después intenté escribir otros cuentos, pero todo era una imitación burda de lo que yo creía que era “literatura”, frases barrocas, rebuscadas, palabras que sonaban “literarias”. El primer año de taller con Laiseca hice un rejunte de cuentos que se llamaba “Me pusieron algo en el trago y bailé toda la noche”, hoy lo veo y me da ternura aquella mezcla de inocencia y pretensión. Con el tiempo y muchas, muchas lecturas, me fui puliendo. Escribir se me hizo inevitable. Escribo como buscando, escribo para tratar de entender y contar mi versión del mundo a través de un puñado de personajes, antes de que otros me vengan a decir cómo es.
APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?
S.P.: Sí, mi rutina es procrastinar todo lo que sea posible. A veces soy capaz de hacer una limpieza integral del hogar para posponer el hecho de sentarme y bajar en un word la ensalada de historias que tengo dando vueltas adentro. Antes escribía a mano en cuadernos y anotadores, ahora ya no. Escribo mucho “en la cabeza” y recién cuando creo que la idea maduró lo suficiente y ya no puedo esquivar el bulto, me hago un tiempo y empiezo. Leo mucho sobre el tema en cuestión, busco material para inspirarme, investigo, tomo notas. Y una vez que empiezo, si fluye, no paro más hasta que eso que tipeo se convierta en una buena historia, algo que merezca ser leído por otros. Y después dejo reposar. Y después retomo y corrijo cuantas veces sea necesario. Hay una frase que se le atribuye a Libertella, que es muy buena: “La mano que tacha es la que escribe de veras”. Creo que la instancia de corrección es donde más se trabaja. Le doy mucha importancia al trabajo con la frase, el armado de las oraciones, los diálogos. Ya no tengo tanta ansiedad por publicar como cuando era más chico. Prefiero estar en paz con lo que hago antes de mostrarlo, aunque me lleve años. A veces el ego juega malas pasadas.
APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?
S.P.: No, no tengo fetiches, pero a veces, si siento que trabajé bien, me premio con una cerveza. (Igual si no escribí nada, o me salió cualquier gilada, también me tomo una cerveza, pero no es lo mismo). Total, para no ganar premios ya están mis libros publicados. Gajes del oficio.
APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?
S.P.: No descarto usarlo alguna vez, si es que el texto, la historia que estoy contando, me lo pide. El lenguaje está vivo y en constante cambio. Hay que estar atento al habla de la gente. Algunas veces lo uso en el taller. Renegar del inclusivo, en este momento, es no ver la realidad. Está ahí, se usa, nos interpela. Habrá que ver qué pasa con el correr del tiempo.
APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?
S.P.: Me parecen eventos geniales para charlar con amigos, conocer gente, tomar cerveza, escuchar buenas historias o a veces morir de embole, contar chistes, criticar, hablar al pedo, halagar periodistas culturales, tomar cerveza, conseguir libros con descuento, tratar de conseguir editor, rosquear notas-entrevistas-reseñas, tomar cerveza… Los libros tienen que tener una presentación, un evento que convoque, que haga aunque sea un mínimo ruidito, porque sino pasa desapercibido entre tantos otros miles de árboles talados para mostrar el ego de un autor. Y las lecturas en vivo: si vas a leer son una gran oportunidad para testear cómo reacciona el público ante algún texto, y si vas a escuchar te podés encontrar narraciones muy interesantes, conocer autores. La escritura es un acto solitario, pero necesitamos de la cosa social para que el producto de ese acto solitario circule. Siempre les digo a los que recién empiezan que tienen que ir a los eventos, meterse, conocer gente, ir a micrófonos abiertos, pasar fotocopias, hacer circular su material. Sin ponerse denso, pero hay que ir, esa es la forma de hacerse de un capital social y entrar de a poco en el circuito y en el “mundillo” cuando no tenés padres con contactos o amigos que te abran la puerta desde adentro.
APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?
S.P.: No se lleva. El insomnio, por suerte, lo superé hace como 20 años. Ahora, con dos hijas chiquitas y su demanda full time, vivo cansado y con sueño, jaja. La noche ya no es lo que era, porque yo ya no soy el que era. Los vicios los fui dejando, o me dejaron ellos, no sé. No tengo grandes anécdotas relacionadas al consumo de sustancias. Fumé desde los 16 y dejé de fumar hace poco más de un año (plena cuarentena, me daba paranoia ir al kiosko, así que no compré más puchos, me aguanté y al mes ya no tenía ganas). Siempre se puede volver, eh, jeje. La cerveza, el café y el mate, si bien los ingiero en cantidades pantagruélicas, no cuentan como vicios.
APU: ¿A quién relees periódicamente?
S.P.: Releo bastante porque en mis talleres, a los alumnos les leo cuentos o fragmentos de novelas y textos sobre literatura y la creación literaria. Podría decir que releo a todos los que nombré más arriba y a otros más.
APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?
S.P.: Sería maravilloso que se editara la obra completa de Laiseca (toda, no sólo algunos títulos) por una editorial grande. Pero a las grandes sólo les importa el marketing y lo que se pueda vender en cantidad y la mitad de la obra de Lai quedará dando vueltas en editoriales medianas o de culto. Reeditaría Choripán social, que está por cumplir 10 años de su primera edición, para estos tiempos es un libro políticamente incorrecto y todavía hay mucha gente con ganas de leerlo, estamos en trabajando en eso, quizá salga durante el primer semestre de 2022. También reeditaría a Antonio Dal Masetto, Bernardo Kordon, Fernando Sorrentino, Anderson Imbert, Abelardo Arias, Marcelo Fox, La tarántula, de Speroni… Hay un montón de autores que reeditaría aunque al mercado no le interesen.
APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?
S.P.: La última década incluye 4 años de un gobierno nefasto que cortó cabezas, congeló presupuestos y pasó la podadora a toda manifestación cultural. Y después, encima, tuvimos dos años de pandemia. La literatura venía de una suerte de primavera donde surgieron muchas editoriales, ciclos de lecturas, compras de libros por parte del Estado, plan nacional de lectura, ferias y eso incentivaba la producción literaria, aparecieron muchos autores nuevos… Después, con Macri entramos en una meseta, pero creo que ya van a empezar a aparecer los textos que reflejen todo ese período de oscuridad. Va a costar recuperarse, sobre todo porque las editoriales ahora no tienen resto para arriesgar. Los costos de edición se fueron a la mierda. Pero también con el encierro pandémico se reactivó un poquito y se vendieron bastantes libros, y se generó más público lector, eso siempre es bueno. La literatura sobrevive a los naufragios, siempre sale a flote. Es loco, ahora que lo pienso, porque el concepto “última década” también incluye la edición de mis tres libros, varios cuentos en antologías y la escritura de los que tengo inéditos. No sé si eso es bueno o malo para la “literatura argentina”.
APU: A calzón quitado, ¿lees a tus contemporánexs o solo lees las contratapas?
S.P.: No soy muy lector de contratapas. Ya lo dijo Aira, en joda o quizá para que no le pidan redacciones gratis: “Una contratapa es una tapa en contra”. Leo bastante a mis contemporáneos, aunque quizá hace unos años los leía más. Estaba mucho más atento a lo que se iba publicando, quería saber, estar al día. Hasta compraba y leía suplementos cool-turales de los diarios. Ahora hay un equilibrio entre clásicos que me debo y contemporáneos que voy buscando por mi cuenta. Volví a leer por instinto, como cuando empezaba a armar mi biblioteca. Lo que intenten venderme los periodistas cool-turales desde los medios hegemónicos ya me tiene sin cuidado.
APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?
S.P.: En la mesa de luz hay una pila cada vez más alta, que amenaza con caerse. Estos días vengo salteando entre los cuentos de “Grieta de fatiga” de Fabio Morábito, los artículos de “En las bateas expuestas” de Cristian De Nápoli, las entrevistas a Cortázar de Omar Prego Gadea, que son muy buenas, lo sacó Alfaguara a fines de los ´90 “La fascinación de las palabras”. Y arranqué una novela de Bizzio, En esa época, que es un delirio sobre la zanja de Alsina, con marcianos.
APU: ¿Qué te impulsó a concurrir al taller de Laiseca, y por qué fue más que tu maestro de taller literario?
S.P.: A lo de Lai me llevó una mezcla de casualidad y causalidad. Yo venía escribiendo cosas sueltas, cuentos, un par de capítulos de una supuesta novela. Había publicado un cuento en una revista barrial que hacía mi tía Pochi, en Pompeya. (Anécdota al margen: años después, a ese cuento lo metí dentro Choripán social como un sueño de uno de los personajes. Fue como un chiste egocéntrico de autohomenaje.) Por esa época andaba con ganas de encontrar algún tutor. Pensaba en encarar a Antonio Dal Masetto, pero nunca lo hice, ni sabía si daba talleres. Una vez en una fábrica tomada, suerte de bunker cultural de principios de los 2000 que se llamaba “La nave de los sueños”, donde vivían unos amigos, me crucé con El jardín de las máquinas parlantes”. Fue amor a primera ojeada. Pasó como un año y no podía conseguir un ejemplar. Necesitaba ese libro. Lo encontré en Rosario, en la librería de Francisco Garamona (en aquellos años teníamos una banda con Fran, “Modulares” que después fue “El pony infinito”). Compré El jardín de las máquinas parlantes a 12 pesos. Biblioteca del Sur. Planeta Sudamericana. (Anécdota al margen 2: ese fue el ejemplar que usó Ricardo Romero como base para tipear la edición que salió por Gárgola años más tarde. Después lo perdí). A los pocos días de terminar ese librazo de 700 páginas, mientras pensaba que tenía que conocer al autor de esa locura, me crucé a Laiseca de casualidad. Lo encaré y arranqué el taller en el CC Rojas, era abril del 2003. Con el tiempo, nos hicimos amigos. Ya no sólo iba al taller sino que iba a visitarlo. Él me llamaba, “vení a tomar una birra”, o “Sebas, habla Lai, necesito tal cosa…” y ahí terminé siendo como Lai me decía, su “Lugarteniente”. Para mí fue como el Señor Miyagui de Karate Kid. Un maestro zen. Me enseñó a encarar cosas más allá de la literatura. A vivir la literatura.
APU: ¿Qué opinas de la narrativa argentina actual?
S.P.: En los últimos tiempos se inclinó la balanza hacia el lado de las chicas y eso está bueno porque siempre hubo mujeres escribiendo, pero estaban invisiblilizadas porque el mercado estaba acaparado por chabones. Igual creo que la calidad literaria de un texto no tiene género. No hay literatura femenina o masculina, hay literatura, punto. Y hay escritores y escritoras, o gente que escribe. Lo demás son etiquetas que pone el mercado a dedo y conveniencia, según la época. En la actualidad hay mucha gente escribiendo y hay muchas editoriales. Hay egomaníacos que piensan que sólo ellos tienen derecho a llamarse escritores, hay quienes piensan que llamarse escritor es mucho, hay críticos que creen que tienen derecho a decirle al lector qué es y qué no es literatura, como si se hubieran sentado a escabiar con los rusos formalistas, hay consagrados, hay emergentes, hay principiantes, hay talleristas, hay legitimadores, hay legitimados, hay de grandes editoriales megamultinacionales, de editoriales independientes, de editoriales mínimas, autoeditados, hay grandes contadores de historias, grandes constructores, hay algunos improvisados, algunos ladris, algunos eruditos, que te hacen el análisis de la diégesis y cosas por el estilo y te tiran encima toda la academia hasta matarte de embole, algunos con onda, otros sin tanta onda, hay discutidores seriales, hay deprimidos, reprimidos, hay cancheros, los hay serios, los hay descontracturados, hay de género, hay degenerados, pero todos escriben y ahí están, armando el relato. Si el texto es bueno, tarde o temprano le llega su oportunidad, así que creo que se vienen muchos buenos libros para todos, todas, todes. Y sobre gustos no hay nada escrito, decía una vieja y se comía los mocos.
APU: Contamos un poco del ciclo Carne Argentina que haces junto a Selva Almada, Julián Lopéz y Alejandra Zina.
S.P.: Carne, es más que un ciclo de lecturas, es una experiencia sensible. Llevamos como quince años juntos en esa movida. Empezó como un grupo de amigos que tenían una editorial, que armaron unas lecturas para promocionar los libros. Yo fui un par de noches como público, a la tercera función ya estaba tirando cables, poniendo luces y ayudando con los equipos de sonido. Pasamos por varios lugares y muchas veces la técnica es un tema, yo llego antes para armar y faltan cables, acoplan los micrófonos… Pero eso me encanta, por ahí puteo un ratito, pero lo resuelvo de alguna forma y siempre, siempre sale bien. Disfruto mucho cada encuentro de Carne Argentina. Amo hacer Carne Argentina con mis amigos. Somos 6. El equipo se completa con los videos de Rusi Millán Pastori y las fotos de Grillo Valdez. Hace más de diez años empecé a musicalizar esas noches, y ahí estamos, seguimos girando.
APU: Tu banda se llama Barrilete Cósmico, que podés agregar...
S.P.: De qué planeta vinieron. Es la banda de mi vida, con mis amigos del barrio. Hay un disco. Ya vamos a volver para ser mejores, por ahora, pandemia mediante, estamos en pausa. También tengo muchas canciones como solista que quizás terminen en un disco.
APU: Considerando a Choripán Social, una novela de tinte delirante sobre el ser y el sentir peronista, algo así como: es un sentimiento no puedo parar..., ¿dónde crees, hoy que podemos encontrar lo irreverente, lo corrosivo, lo exagerado y lo vital que hay en tu novela, en el peronismo de hoy?
S.P.: Hay fragmentos de Choripán Social que parecen sacados de la vida misma y adelantados a su época. La realidad supera a la ficción. Creo que la única verdad es la realidad, pero el problema es que hay muchas realidades. Como dicen que dijo el General: “El peronismo es una bolsa de gatos”, Cafiero dijo: “El peronismo de para todo”, bueno, Pichetto se dice peronista, Menem se decía peronista, hasta Macri alguna vez se dijo peronista. El Papa, es peronista. Algún día el peronismo va a conquistar el universo, ahí está lo exagerado. También contamos con la panchitud de algunos funcionarios que no funcionan… ¿Qué decir? Ahí tenés lo bizarro. Con respecto a lo irreverente y vital, al menos el peronismo que yo quiero es el de la juventud, el peronismo de quienes bancamos las ideas de la yegua domadora de gorilas, que ojo, también tenemos contradicciones y no todo es “color de rosa”, pero bueno, sabemos que lo que hay enfrente, el arco opositor, es el mal absoluto, una runfla de mafiosos delirantes, el lado oscuro de la fuerza.
APU: Diamante es una mirada muy particular sobre el Conurbano, no sólo es haber nacido en ese sur puntual bastante abandonado, sino que es haber nacido en una geografía que brilla de manera cotidiana, no como una excursión sino como una incursión de una vida agitada y entrecortada por las grietas del abandono. ¿Quién tuvo la paradojal idea de llamar Villa Diamante a lo que naturalmente no brilla por su condición de tal sino más por su carácter de piedra preciosa?
S.P.: Diamante es la patria de mi infancia y adolescencia. Ahí viven mis padres, mis hermanos, gran parte de la familia, los pibes del portón. Ahí está el Club 12 de Octubre que fundó mi bisabuelo, la ex curtiembre de mi abuelo sigue en pie… ¿Cómo no escribir sobre eso? Es mi Macondo. El lugar donde sitúo casi todas mis ficciones. Sobre el nombre: Sí, que ese lugar se llame Villa Diamante es altamente paradójico. Como no sé exactamente cómo se fundó el barrio, me lo inventé. Transcribo un fragmento de mi novela inédita La noria:
“…Villa Diamante se llama así porque el tipo que fundó el barrio hizo un pozo para sacar agua y encontró diamantes. ¡Imagínense la sorpresa! ¿Me siguen? Pero parece que lo mataron en una gresca y lo de la mina se mantuvo en secreto absoluto desde hace más de cien años. Lo hicieron parecer un mito, una leyenda urbana, como un cuento de viejos chotos, para que a nadie le venga la gana de andar explorando. También estuve leyendo sobre historia... Acá tengo un mapa. Miren, esto era todo un yuyal de la pampa con un puñado de indios desparramados y nada más. Acá por donde está Pompeya fue la primera fundación de Buenos Aires, esta zona se llamaba “El pago del Riachuelo”, después pasó a ser parte de Avellaneda y en el ’45, con el General Perón a la cabeza se independizó como “Partido de 4 de junio” y el primer intendente fue un tal Piñeiro. Después vino la Libertadora y los milicos le cambiaron el nombre a “Lanús”, ¡Pero Villa Diamante existe desde antes! Nuestro pueblo se fundó en 1909. Cuando hicieron el tendido de las vías del tren, pusieron un par de paradas intermedias entre Puente Alsina y Caruhé. Por ahí a alguno le gustó esta zona y armaron la Estación. Andaban los colonos al pedo en el campo... Parece que no se les ocurría ningún nombre y ahí viene la historia del tipo que buscaba agua y encontró los cachitos de vidrio millonarios. Los caudillos lo hicieron paté inmediatamente y nadie más habló de la mina ni del origen del nombre del barrio. Pero se armó una Logia Secreta de Diamante y excavaron y explotaron la mina desde entonces. Quindimil era parte de la Logia y era el último que quedaba porque se fueron traicionando y matando entre ellos. Su hermanastro lo sabía. Por eso apareció en cuanto Manolo espichó pa´ la quinta del Ñato. ¡Parece una película! También es cierto que después de tantos años debe estar pelada, ya no debe quedar ni carbón en esos túneles…”
APU: Sos músico, entre tantas actividades que llevas adelante, ¿nos rockeas el cuento editado en Funesiana?
S.P.: “El rock es como el peronismo, o ser hincha de Boca, no se explica chabón, se siente”. Ese texto es de los primeros que escribí después Choripán Social. Fue una reacción a un librito punk que tuvo mucha repercusión mediática en su momento y a mí me hinchó las bolas porque me parecía malo, porque más que punk era una de Los Nocheros. Yo creo que cada texto tiene su música propia. Rocanrol es no es un cuento, es un rock cuadrado en La mayor. Cuatro vueltas de La, dos de Re, dos de La, y estribillo Mi, Re y riff en La. Cualquier similitud entre el Corcho y yo es pura coincidencia. Por suerte ningún animal salió herido durante la redacción de ese texto. Como músico lo que aprendì en estos años es que en la escuela te dicen que la "música" es "el arte de combinar los sonidos y los silencios" pero la vida te demuestra que es "el arte de combinar los egos y los horarios.."
APU: En cada esquina de Diamante debe haber una barra de pibes birreando, vos detuviste tu mirada y lo volviste poesía, ¿qué dicen los pibes?
S.P.: “Esquina de diamante” empezó con un poema, que ganó una mención en un concurso y me llevó a intentar escribir un par más. Y después de algunos meses de trabajo terminaron siendo ese puñadito de poemas que publicó Peces de Ciudad. Se armaron con imágenes que venían de los cuentos del libro Diamante. Es un libro satélite. Los pibes del barrio no leen mucho mis cosas, saben sobre qué escribo y saben que los menciono, pero no todos las leyeron. No hace falta. Están ahí, en cada letra que tipeo y en cada birra que nos tomamos.
APU: ¿Qué es lo próximo de Sebastián Pandolfelli que se viene para disfrute de los lectores?
S.P.: Tengo terminada La noria, una especie de novela muy delirante sobre una señora mayor que practica kung fu y lucha contra unos Ceos del espacio y otros seres estrafalarios. Lo puedo vender así: “Las desopilantes aventuras de una señora de barrio, fanática del cine de súper acción, que pretende escribir sus memorias entre alienígenas, demonios, tiros y explosiones, carpetitas al crochet y una AK47 en la cartera”. Tengo también una novela sobre la estatuilla de la Virgen de Luján, que se llama Peregrinación que escribí gracias a la beca del FNA, pero todavía le estoy corrigiendo algunas cosas, sucede en Buenos Aires en dos tiempos, en 2017 y en 1630, son dos historias en paralelo. La parte histórica me llevó mucho tiempo de lecturas e investigación. Tengo un cuento infantil que me gustaría publicar como libro álbum. Muy probablemente salga una reedición de Choripán social por los diez años de la primera edición. Y estoy con algunas ideas y empezando a tomar notas para una nueva novela.
APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?
S.P.: La escritura se aprende en la escuela primaria. Ahí te enseñan ortografía y sintaxis y con esas herramientas uno puede redactar un texto. Ahora bien: redactar textos no es escribir literatura. A escribir literatura tampoco te pueden enseñar, es algo que tenés que descubrir vos, pero sí se puede acompañar el proceso de escritura, el descubrimiento, ayudar a alguien a encontrar una voz propia, un estilo literario. Los talleres sirven muchísimo para eso. Se aprende a usar diferentes herramientas, se aprende qué conviene o no conviene hacer según la clase de texto que se busca. Cómo aproximarse a eso que se busca. Los talleres son un lugar de encuentro con otros que están en la misma búsqueda que uno y el hecho de compartir intereses ayuda a que fluyan las ideas. Yo vengo de un taller. Yo coordino talleres hace años. Confío en los talleres. Acompañé a mucha gente en su proceso de escritura. Y hay talleres para todos los gustos, incluso hasta para los que dicen que los talleres no sirven.