El patriarcado no se cansa ni descansa
Por María Brun Lubatti
Hay un clima colapsado por la indignación, el horror, la autocrítica, la reflexión y tantas otras reacciones que han generado la muerte de Lucía Pérez por el machismo misógino y patriarcal de nuestra sociedad.
En la semana que le siguió al 31° Encuentro Nacional de Mujeres, una mujer de nacionalidad peruana apareció en una caja en un descampado en La Matanza, en la provincia de Catamarca dos policías fueron imputados por violar a dos mujeres menores de edad, en la localidad de Los Hornos -lindera a la ciudad de La Plata- un hombre asesinó de un hachazo a su esposa y luego se suicidó y en Brasil, una joven de 15 años sospechosa del robo de un celular fue presa en una celda junto a 20 hombres que la violaron reiteradamente durante un mes.
El caso de Lucía Pérez trascendió de manera impactante por sobre el resto de los casos, generando gran conmoción, porque si hay algo que moviliza las entrañas de esta sociedad, es el horror. A Lucía la degradaron a una condición inhumana, por ser mujer, por ser menor, por ser niña, por ser pensada por una sociedad machista como un objeto manipulable y sexual que no tiene derechos. Dos sujetos abusaron de su persona, “la drogaron” dicen algunos medios, como si no tuviera un primer poder de decisión.
Muchas veces escuchamos decir “el machismo y feminismo son lo mismo”, “tu feminismo es machista”, o como pudimos ver a miles de indignados por los grafitis y pintadas en los Encuentros de Mujeres, aquellos que abrazan las catedrales. Esas instituciones que hace siglos bajan línea al género femenino sobre cuál es su lugar en esta sociedad, siempre un paso atrás del hombre, con las piernas cerradas ante el placer sexual y la obligatoriedad biológica de dar vida, con una vara moral que dicta cómo vestirse, cómo actuar, cómo ser y hasta qué decir; o que limitan con razones biológicas y morales la discusión sobre el aborto. Ante todas estas situaciones, compañeras con posiciones muy radicalizadas muestran su furia ante tanta violencia y represión física, moral, sexual, entre tantas otras, en las catedrales, calles y marchas. Muestran sus tetas, muestran su cuerpo y gritan ¡mi cuerpo es mío y hago lo que quiero!
Pero en Mar del Plata, en Catamarca, en Los Hornos, en La Matanza y en Brasil – entre tantos otros lugares-, mientras esas mujeres decidían sacar su furia y transgredir el orden moral para pedir una justicia que es exagerada para el ciudadano ilustre, el cuerpo de esas mujeres no era de ellas. El cuerpo de Lucía, no le pertenecía, era de dos tipos, que por convidarle un porro y quizá algo de merca, creyeron que era de ellos, que podían seguir obligándola a consumir, hasta doblegarle su derecho a decidir y violarla. Pero no les alcanzó con maltratarla y manipularla como un objeto inanimado, tuvieron que llevar su condición humana hasta las últimas consecuencias, y penetrarla por todos lados, hasta empalarla y hacerla morir del dolor, porque era de ellos.
La indignación nos moviliza, y por tal motivo es necesario que esta motorice la organización social y debates más profundos para la concientización de nuestros pares, tanto del género masculino como del género femenino. Es necesaria una transformación de un sector de la sociedad que reclama legítimamente que se lo escuche, que se lo tenga en cuenta, que se lo reivindique como mayoría reprimida y sobre todo, que dejen de matarnos. Porque vamos a seguir poniéndonos en tetas las veces que sea necesario, vamos a pintar las paredes que sean necesarias, vamos a gritar cuanto sea necesario.
Hasta que entiendan, que ¡vivas nos queremos!