La guerra cultural ya fue declarada
La guerra ya está declarada, solo que nosotros no nos anoticiamos. El plan es exterminar a la clase media, que hace un gran esfuerzo por resistir o negar la realidad. Creemos que “Sulei” (¿la ley de Milei es necesariamente la misma que mi ley?) no se va a atrever a tanto. O que no va a poder. Nunca se debe subestimar al enemigo. Nos guste o no nos guste todos participamos en la gestación de nuestra situación. Imponer la ley es dibujar un futuro. Hay un futuro pintado en el horizonte.
En realidad, cualquiera que tenga un rato para distraerse, cualquiera que pueda prever algo de su vida con cierta estabilidad económica primero, y luego psíquica y emocional, tiene que sentirse un privilegiado en nuestro país —en donde lo constante es la incertidumbre y la crisis. Ahora bien, siempre que hay un privilegiado, hay también una víctima. Solo que nosotros gozamos el privilegio quejándonos. Cualquier privilegio es una injusticia, un dogma que la clase media prefiere ignorar. Al fin y al cabo esto es el capitalismo, brodel.
1 + 1 = 3, ¿por qué no? ¿O acaso alguien le creía a Galileo cuando aseguraba que la Tierra no era el centro del universo? ¿Y si una teoría nunca ensayada tiene éxito en este laboratorio social en el que nos hemos convertido? Somos literalmente los “conejos indios” de pruebas biopolíticas globales. Si salen bien, es un desastre para millones de personas; si salen mal, en fin, no eran más que humanos subdesarrollados, lamentablemente sucedió un efecto no deseado, como sea, fueron ellos mismos los que lo votaron. Lo elegimos nosotros con nuestro voto.
La guerra cultural que se declaró en nuestro país viene siendo actualizada desde múltiples posturas y desde hace mucho tiempo. En realidad, parece una guerra interminable de batallas perdidas, una guerra no declarada en la que, como suele ocurrir en toda guerra, ganan los mismos de siempre y pierden siempre los mismos. Ya no podemos mirar para el costado.
La famosa “grieta” que se proclamó por todos los medios durante el dominio kirchnerista (ellos lo llaman socialismo y algunos llegan a decirle comunismo) era una forma de nombrar esta guerra no asumida. Federales y Unitarios, casi un siglo antes, era otra manera, peronistas y gorilas otra, y así (solo una mente limitada puede suponer que los sujetos políticos son sustanciales y que es lo mismo “el campo” del siglo XXI que los Unitarios del XIX, o cualquier otro tipo de comparación reduccionista).
La guerra cultural que se declaró en nuestro país viene siendo actualizada desde múltiples posturas y desde hace mucho tiempo.
Cuando el gobierno de Macri anunciaba los setenta años de decadencia, y ahora Melei afirma que son cien, el referente de estas acusaciones es el mismo. A este referente podríamos llamarlo sujeto de masas: el sujeto que se crea con Yrigoyen y su apertura del voto a toda la población masculina. También podría llamarlo clase media, que se termina de consolidar en la década del cuarenta con el peronismo y el voto de la mujer. El peronismo es el actor político de esta clase social compleja, contradictoria, de una gran elasticidad para abajo y para arriba: clase media pobre, clase media media, clase media “bien”.
Ahora bien, lo que se está descubriendo es que esa mágica fórmula pergeñada por Javier Milei: La Casta, tiene a esta clase social como referente. Cuando la sociedad se fascinó con este abracadabra, La Casta, creía que se refería a una subclase social que se gestó al interior de la clase media, que llamaremos “los políticos”. Pero no, lo que Milei prometía aniquilar era a la clase media en sí misma, esa “aberración” que nos diferencia de muchas otras sociedades de América del Sur. Los políticos casi han roto relaciones con los actores que ellos representan, lo que provoca en la sociedad un rechazo. Es una nueva manera de enunciar lo que a principios de siglo gritábamos “que se vayan todos”. Los políticos sobrevivieron una vez más a su propia disolución, y a los pocos años nacía un sujeto político militante: el kirchnerismo. Ese sujeto político de masas está en crisis. Crisis de autoridad, crisis de liderazgo, crisis de proyectos sociales inclusivos que prendan pasiones en las masas. Hace tiempo que ellos, la casta política, están pensando las maneras para reproducirse en su estatus quo, a costa de que la mitad de la población sobreviva en la línea de la pobreza. La democracia no llegó para todos.
No hay voz que no acepte que el proyecto o régimen democrático exige una revisión urgente, para no decir que ha fracasado. Los políticos, después de decir algo así, rápidamente se apresuran a glorificar la democracia como el mejor de los regímenes políticos conocidos, pero como todo sucede “en vivo”, pareciera que nadie escucha las contradicciones en los discursos de nuestros representantes: el que grita libertad, quiere naturalizar la dominación de unos sobre otros; el que se auto percibe anarquista, los anarquistas de hace un siglo atrás lo hubieran considerado el ejemplar ideal del capitalismo vende patria: un león lamiendo las botas lustradas de sus amos (seguramente es un dato insignificante saber que de esa especie animal que fue reina de la selva, el león, hoy quedan vivos y sueltos apenas 30 ejemplares: fueron exterminados por los amos, que hacían alfombras con sus cabezas).
Están probando hasta dónde soportamos la explotación, la expoliación y la injusticia.
Cuando Milei reivindica a Roca y la gesta civilizadora de la generación del ochenta (la de 1880, no la de 1980), lo que añora es una hegemonía política que desde fines del siglo XIX no pudo restablecerse, y que Murmis y Portantiero, en la década de 1970, conceptualizaron como “empate histórico”: un ciclo repetitivo de alternancia en el gobierno de dos formas de poder (dos formas de sociedad) muy distintas. A grandes rasgos podríamos hablar de un proyecto de derecha y de uno de izquierda, aunque derecha e izquierda en Argentina significan cosas extrañas, que el peronismo además desbarajusta (así como no sirve el término “izquierda” para hablar de los defensores de los derechos en nuestro país, así tampoco el término “burgués” sirve para llamar a la clase media argentina). Hoy hablaríamos de un proyecto democrático e inclusivo (que condena a la mitad de la población a la pobreza), pero en la década de 1970 ningún actor político, ni de derecha ni de izquierda, reivindicaba el régimen democrático como su ideal. ¿De qué democracia estamos hablando?
¿Qué vínculo hay entre los representantes y los representados? ¿Cuál es la realidad común para una población que desea dos realidades ortogonales? Somos una población realmente esquizo, la encarnación de un concepto, sujetos enfrentados conviviendo en un mismo cuerpo social.
No es la primera vez que ese actor político conservador tiene ínfulas refundacionales, por ahora siempre le salió mal, con un gran costo para las clases más populares y para el país. Ellos tienen exactamente la fórmula contraria: que el empobrecimiento del país se debe a su Estado de asistencia en la reproducción de la miseria (la justicia social es una aberración, dijo nuestro presidente en campaña). Nosotros pensamos que somos los buenos, pero ellos deben pensar lo mismo, que ellos son los buenos. De esta aporía nosotros salimos con argumentos, aunque ahora ya no encontramos justificaciones socialmente convincentes; ellos utilizan la violencia. Lo que pasa es que para ellos la violencia (la violencia estatal tanto como la que se consigue con mano propia) es legítima, y más justa que la violencia indirecta que se practica desde el Estado y sus medidas de protección social, que los perjudica en su producción de riqueza.
Usamos las mismas palabras para significar cosas diferentes, a veces para significar lo contrario. Se trata de desatar este nudo de contradicciones y enfrentamientos. Y es evidente que el Capital concentrado no está queriendo pactar.
No se trata de declarar el paro general del pensamiento por tiempo indeterminado (es lo que ellos quieren cuando nos obligan a pensar en precios todo el tiempo y a correr de oferta en oferta todo el día). Tampoco se trata de elaborar una crítica frente a cada idiotez que ellos propagan, ni alarmarnos por la bestialidad de lo que acaban de decir. Podemos abrazar edificios o monumentos, o inmolarnos con una bandera atada al cuello, pero eso no detendrá su destrucción. ¿De qué creen que hablaban hace unos años atrás cuando decían que el periodismo que se ejercía era el de trincheras? Puedo repetir a Cristina y decir que habría que inventar un sueño por el cual jugársela, pero es algo naïf a esta altura. Nos están obligando a recurrir a la violencia ilegítima que puede ejercer el que la ley desamparó. Están probando hasta dónde soportamos la explotación, la expoliación y la injusticia.