Escraches: ¿Qué feminismos buscamos construir?
Por Julia Pascolini
Fotografía de Daniela Morán
—Estoy muerto— anuncia Juan Darthés en la entrevista que encabeza Mauro Viale.
—Estoy muerto— repite.
—Estoy muerto— insiste.
¿Cuál era su objetivo al nombrar a la muerte? ¿Qué impacto esperaba que tuviese sobre el público que, expectante, lo escuchaba hablar -hundirse-?
La conferencia impulsada por la Colectiva de Actrices Argentinas en apoyo a su colega y compañera Thelma Fardín llegó para hacer tambalear un sistema de complicidad y naturalización patriarcal que persiste. Si bien tuvo como objetivo denunciar públicamente a Juan Darthés por violación, el fin estructural de la misma superó lo individual, tal como lo afirmó la propia Thelma en conversación con Verónica Lozano.
A raíz de la denuncia y entonces de su repercusión mediática volvieron a ocupar la escena preguntas disparadas desde el feminismo y para el feminismo: ¿Es el escrache o la denuncia pública la herramienta ideal? ¿Es o no una forma más de punitivismo?
El escrache y la denuncia pública
En la actualidad el escrache ganó un espacio legítimo de defensa y reclamo ante la falta de respuestas tanto por parte de la justicia como por parte del estado y sus respectivas instituciones. Nace y se reproduce como método de alerta, de prevención, de denuncia.
“Estas iniciativas allanaron el camino para que proliferen, también, las declaraciones desde cuentas privadas amparadas por lazos sororos que dotan de legitimidad los testimonios y que animan cada vez más a mujeres y géneros disidentes a recorrer el camino de la visibilización de injusticias, para romper el manto de impunidad que ampara a los abusadores y a los violentos”, explican dos periodistas de esta agencia en el marco de los testimonios sobre los abusos de la banda Babasónicos.
Rita Segato, antropóloga feminista, afirma, en cambio, que el escrache puede tornarse una herramienta de punitivismo producto de la condena social en la que queda envuelto el acusado. Privándolo así del derecho a la defensa. Lejos de plantear o asumir que la justicia y el estado actúan en favor de las víctimas, pone la tilde en las consecuencias negativas que los feminismos y todas las luchas sociales pueden tener debido a las repercusiones y significados de la práctica. Además, plantea la antropóloga ¿es el sistema carcelario capaz de revertir las desigualdades sociales, las luchas de poder, la violencia de géneros y específicamente sobre el cuerpo de las mujeres? No, al contrario, lo amplifica y encrudece. Bien, ¿sería correcto continuar dándole voz a quienes nos la niegan?
La muerte como arma de manipulación
Pensemos el caso de Omar Pacheco tanto como el de Juan Darthés en esta clave. El primero denunciado por alumnas y colegas de la escuela de teatro que él dirigía, por abusos y manipulaciones. El segundo, denunciado por acoso en primer lugar. En la actualidad se agregaron al listado denuncias por abuso y violación a mujeres y una niña (Thelma Fardín) que compartieron con él espacios de trabajo.
Ambos hicieron uso de la muerte, física o simbólica, para convertir su rol de victimarios en el de víctimas, o auto-víctimas. La condena social y el linchamiento mediático fueron los detonantes. La excusa de la condena social permitió que la muerte (suicidio de Pacheco), o la idea de la muerte (los dichos de Darthés) fueran armas de manipulación y de deslegitimación del impacto de los feminismos en los medios y en la sociedad.
Lisa y llanamente se trata de amenazas a la voz, del recrudecimiento del silencio, de la intimidación a las personas que hacen públicas no solo sus denuncias sino también el nombre de sus victimarios. El escrache es una metodología de defensa ante la amenaza, la intimidación y la negación de las instituciones responsables de proteger a las víctimas.
No hablamos de manipulación directa únicamente, sino también de otra de carácter indirecto. De la que se desarrolla a través de los medios de comunicación, por ejemplo. Mauro Viale, periodista local, dió lugar a Juan Darthés no sólo para poner en duda el relato de su víctima sino también para revictimizarla y revertir, por otro lado, su propio rol. De victimario a víctima. Omar Pacheco se suicidó en la sala general del teatro por donde pasaron todas sus denunciantes y en dónde de hecho se produjeron muchos de los abusos y manipulaciones. El origen del suicidio fue, para los medios, producto del escrache y no de la cobardía del victimario.
Dos cuestiones salen entonces a luz respecto de la metodología del escrache. Por un lado está la revictimización de la víctimas, expuestas a acusaciones y posibles linchamientos mediáticos. Ésto en total connivencia con la banalización y la espectacularización por parte de los medios de comunicación no sólo de la denuncias sino además de la vida personal y política de las denunciantes. La segunda, giraría en torno a lo planteado por la antropóloga Rita Segato y por Ileana Arduino: ¿Qué feminismos buscamos construir? ¿Qué sistema aspiramos derribar? ¿No es, acaso, el sistema de la condena social perteneciente a la esfera de lo patriarcal?
Feminismos anti-punitivistas
Con esto podemos afirmar que la solución a los conflictos que envuelve un sistema patriarcal violento y represivo no está enmarcada en una línea punitivista que continúe excluyendo a quienes son criminales criados en un sistema machista. Cuando hablamos de “sanos hijos del patriarcado” lo que queremos es dejar de señalar a la violación, al abuso y a otros crímenes como patologías y nombrarlas como síntomas de una crianza social.
La construcción de feminismos que sean emancipadores y anticolonialistas es necesaria. Para esto es vital la deconstrucción de aquel sistema que, al contrario, es represivo, paternalista e imperial. Para dejar de pensar a la represión, el encierro y la marginalización como posibles soluciones a los conflictos estructurales.
¿Y el escrache es punitivismo o es defensa?
Hace unos pocos días una mujer pidió en redes sociales que la ayudaran a difundir la historia del padre de su hijo, absuelto por abuso sexual, ya que en los espacios institucionales no obtenía respuestas ni tampoco en los medios.
El escrache servirá en tanto y en cuanto esté acompañado de un debate que sirva a los movimientos feministas y sociales en general para descolonizar la palabra y los actos. Mas, si las comisarías y juzgados continúan cerrando las puertas a las denuncias y la sociedad continúa silenciando a las víctimas ¿Es acertado abandonar la práctica del escrache? ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que logremos modificar el sistema pudiendo cortar con la impunidad de una sociedad (y sus respectivos espacios de poder) misógina y patriarcal?