Las increíbles andanzas de la Capitana Fulles en el machismo
Por Lucía Barrera Oro
El 27 de abril de 2017 encontraron a Araceli, que yacía en un baldío bajo una capa de cal y cemento que simulaban un contrapiso, a pocas cuadras de su hogar. Hacía 26 días que estaba desaparecida y dos que sus padres arriesgaban la hipótesis de que había sido secuestrada por una red de trata en complicidad con la policía. La misma fuerza que hace 26 días (no) se estaba ocupando de hacer los rastrillajes y allanamientos correspondientes y de intensificar la búsqueda a medida que pasaban los días.
A las 7 a.m. del domingo 1ero de abril, Mónica Ferreyra, ponía la pava luego de leer el último whatsapp que escribiera Araceli. Hace 26 días que la espera con el mate listo para abrigar el corazón. Ese corazón que sufría y resistía ante las torturas de un varón que quiso y una piba que no.
El último jueves de abril, la sonrisa de Araceli inundó las pantallas, tapas y redes de los mismos medios que ayudaron a silenciar su caso durante casi un mes. Su sonrisa y sus ojos brillantes ya no eran suyos, su cuerpo ya no le pertenecía, no era uno con su identidad: eran “restos humanos” destrozados con saña, mutilados, desmembrados del todo que fue Araceli Fulles, encontrados por perros entrenados por los bomberos voluntarios de Punta Alta. En los medios, lo más noticioso fue el morbo con el que se la siguió desmembrando y descuartizando su vida, poniendo el foco del análisis en sus maneras de buscar y sentir placer: que le gustaba salir a bailar, tatuarse, tomar cerveza, ver a River, drogarse. “Que le gustaba el paco y se metió en la villa, sabía lo que estaba haciendo. ¿Por qué sus padres permitían esa junta?” se reconstruye de los comentarios de los opinólogos que siempre tienen tiempo para responsabilizar a la víctima y a sus padres por “no estar presentes”.
El Estado brilló por su ausencia en el mes que Araceli estuvo desaparecida. Incluso el día en que se encontró su cuerpo y sus padres lo reconocieron, el Gobierno de Mauricio Macri decretó un día de luto por la muerte de un policía. En abril asesinaron a, aproximadamente casi una piba por día, pero el luto se lo ganó el policía. Llevarse la caja chica del negocio de la trata, la venta ilegal de drogas y armas, regentear prostíbulos, apretar pibes en la calle para mandarlos a robar, acechar en cada esquina esperando el momento apropiado para secuestrar, torturar y amedrentar jóvenes parece un trabajo heroico que merece tener la bandera a media asta cuando un integrante muere “en ejercicio de sus funciones”.
Las 28 mujeres que fueron secuestradas, desaparecidas, violadas y asesinadas este largo mes de abril no merecen el día de luto, más bien son símbolos de la virulenta reacción machista ante un movimiento feminista que no para de crecer y ganar lugar en las calles, en las plazas, en las camas y en las casas. Lo que se desprende de la perversión de cada uno de sus femicidios es que vivir haciendo lo que deseas te puede matar.
Pero todas (y todos) sabemos que el deseo no te mata. Te mata un varón, asustado por perder privilegios sociales que aparecen como eternos y esenciales. Te mata un hombre, apañado por el sistema, en connivencia con la policía y el Estado. Este punto es clave para entender el femicidio de Araceli: Darío Badaracco, luego de testificar en tres ocasiones, se fugó horas antes del último allanamiento a su hogar. Por esto, seis personas fueron detenidas, según el Ministerio de Seguridad de la provincia: Jonathan Rubén Ávalos y su hermano Emanuel, Marcos Antonio Ibarra y Carlos Damián Cassalz, señalados como cómplices, Hugo Martín Cabanas y Marcelo Ezequiel Escobedo, acusados de encubrir el crimen. Además, tres policías de la Bonaerense encargados del rastrillaje fueron separados de sus funciones: el subcomisario Hernán Hubert de la seccional 8° de San Martín, José Erlein, de la comisaría 5° y el subinspector Elian Ismael Ávalos, hermano de dos de los detenidos.
El 28 de abril, una vecina de la villa 1-11-14 identificó a Badaracco en un corso y dio aviso a la Gendarmería que ronda los barrios del Bajo Flores. Al no recibir respuesta, la mujer juntó a sus compañeras y salieron a correrlo para que no se escape. Cuando Gendarmería finalmente reaccionó y lo detuvo, los aplausos, las fotos y las notas periodísticas fueron para ellos. Las mujeres fueron, una vez más, invisibilizadas.