¿Qué es la pornología?
Por Daniel Mundo*. El autor de las ilustraciones es Tom Wesselman, artista plástico pop de los 60.
Llegó la hora de intentar definir a esa transdisciplina postcientífica que denominamos pornología. Llama poderosamente la atención la indiferencia social para con este gran invento nativo que revolucionará el conservadurismo del conocimiento instituido. Obligará tanto a la sexología como a las teorías de los medios a revisar sus presupuestos, a esta altura, anacrónicos.
La pornología, dicho así, parece un chiste, y un poco es un chiste. Pero también es un corpus teórico muy riguroso y comprometido. Lo idea sería que las masas pudieran acceder a él para comprender sus auténticas condiciones de existencia… pero las masas comprenden de un modo distinto a como comprenden los individuos… aunque esos mismos individuos integren la masa. La pornología es un saber de masas.
Creo que la mayor dificultad radica en los prejuicios que arrastra todavía el término del que proviene: pornografía. A lo largo de toda su larga historia —que es paralela a la historia de la metafísica, desde antes de su nacimiento hasta la hora de su defunción—, la pornografía fue un género despreciado y prohibido. Hace medio siglo todavía se perseguía y encerraba a los cultores de estas artes menores. Pero pasaron muchas cosas en estos cincuenta años. ¡Muchas!
Como sea, y para poner un ejemplo local, en la famosa Ley de Medios K que no llegó a implementarse no aparece ni una vez la palabra pornografía. ¿Significa esto que la sociedad argentina y la aldea global se volvieron más tolerantes? Sin duda. Pero también significa que el signo porno dejó de percibirse como una amenaza o un tabú: hoy se comparte en los whatsapps de papis del jardín de infantes. Y sin embargo… sin embargo la pornografía, que ya tiene doctorados en su nombre, congresos académicos que la estudian y giras por las escuelas de las porno stars, sigue estando estigmatiza, ahora no por el Estado ni por el imaginario social, sino por aquellas fuerzas progresistas que quieren derrocar el signo porno por proyectar en él todo eso que el humanismo liberal, tolerante y buena onda (cool) rechaza: sexo explícito sin matices, codificación del cuerpo, alienación del deseo, patriarcado, cosificación de la mujer, etc.
Sólo desde prejuicios muy arraigados puede pensarse algo así. Sólo desde ideales absurdos como los que propugnan la autonomía del deseo con respecto a las sobredeterminaciones histórico-políticas, o la omnipotencia del libre albedrío, puede creerse que la pornografía deshumaniza el sexo. O que el sexo debe ser humano.
M. McLuhan solía repetir frente a cualquier micrófono que “los seres humanos somos los órganos sexuales de los medios”. Esta idea hay que interpretarla literalmente. La pornografía se esforzaría por representar una figura siniestra en la que la carne y el silicio se acoplarían como si se tratara de un holograma. La pornología, en cambio, parte del supuesto de que así como los medios de comunicación predigitales extienden los sentidos del cuerpo humano, en la era digital lo que entendemos por seres humanos se metamorfosearon (para hablar correctamente, se mediomorfosearon) en órganos o miembros de los medios. Para imaginar estos órganos hay suspender cualquier tendencia de antropomorfismo. No por nada J. Ballard escribió en el Prólogo de Crash que ésa era la primera novela de ciencia ficción pornográfica.
La pornología mantiene una relación muy lateral con la pornografía, semejante —digamos— a la que el electroencefalograma tiene con una naturaleza muerta. Pertenecen, de hecho, a dos regímenes de registro diferentes. Aunque también es verdad que de esa relación imaginaria y conflictiva provienen sus promesas. ¡El término porno nos enloquece, nos pone nervioso! Por eso lo descalificamos como si fuera obvio.
Definir la pornología es complejo porque ya definir a la pornografía lo es. De hecho, no hay una definición precisa. Un juez norteamericano, Potter Stewart, encargado de regular la censura en la década del sesenta, dio la siguiente definición: “No sé qué es pero la distingo en cuanto la veo”. Este criterio reguló el régimen escópico durante más de una década.
Tal vez el único rasgo que la literatura especializada logró consensuar es que la pornografía no es algo, una cosa, una imagen o un signo particular, sino la relación que una cosa, imagen o signo mantiene con su usuario o telespectador. El vínculo, no la imagen, es lo porno. Una imagen o signo que para alguien son una imagen o un signo inocuos, para otro esa imagen o signo puede delirarlos. Cuando murió Potter Stewart encontraron entre sus documentos miles de fotos de ombligos, para que tengamos una idea.
El sentido común asocia automáticamente pornografía y sexo explícito. Es una asociación que sirve de pantalla para evitar reflexionar sobre la pornografía y el sexo. Para el pornólogo, en todo caso, sexo explícito es igual a excitación y descarga eléctricas; poco tiene que ver con esas máquinas de carne que se insertan en otras máquinas de carne, ad Infinitum. Diferente sería si habláramos de sexo puro. El sexo pornográfico es sexo puro. No tiene otro fin que la deconstrucción de todas las maneras imaginables de tener sexo. Sexo y solo sexo. En donde despunta cualquier afecto, un gesto de cariño, algún argumento precario, nos vamos del porno e ingresamos en la realidad de los matices, las postergaciones y el orgasmo conjunto. La pornología no consiste en reconstruir todas esas figuras sexuales, como lo hace el Kamasutra, por ejemplo. La pornología tiene como misión despejar todas las figuras o formas que aparecen sobre el soporte mediático (sea cual sea este soporte: píxeles, lienzo, video, frescos, grabados, novelas, etc.), y elaborar el vínculo intenso, fugaz y repetitivo que se entabla entre la materialidad del medio y la carnalidad o afectividad mediática del espectador o teleusuario. El vínculo es de medio a medio, sin representación, sin figurabilidad, sin reconocimiento, sin afecto.
Ahora bien, esto también significa que sin algún tipo de mediación no hay pornografía. Ni tampoco, por ende, pornología. Pero hemos alcanzado un nivel tal de codificación tecnológica que la propia materia, entre ellas los cuerpos, se mediomorfoseó en una interfaz de información (al concepto de mediomorfosis lo explicaré en otra nota futura. Pertenece a R. Fidler). De cualquier forma, todo pende de un hilo de corriente eléctrica.
El pornólogo considera que el pasaje general de la codificación analógica de registro a la codificación digital constituyó el derrumbe del ya venido a menos edificio de la metafísica. La sociedad de la metafísica duró dos mil quinientos años y tuvo como medio hegemónico al libro. El libro era el soporte en el que se guardaban y protegían los datos más importantes, desde la contabilidad de las mercancías hasta la palabra de Dios. Era ésta una sociedad de la falta y la escasez en la que los medios exponían un fragmento de la realidad, pero no cuestionaban la materia ontológica de esa realidad. De hecho, cada medio (la pintura, el libro, la fotografía, el cine, la radio, etc.) luchaba contra los otros medios por exponer la más auténtica de las representaciones posibles de la realidad. Tal uni-verso colapsó. Quizás para una conciencia expandida existan infinitas realidades, pero a los seres humanos por ahora nos fueron dadas conocer tan solo dos: la realidad real (RR) y la realidad virtual (RV). La mediación multimediática o RV estrenó nuevos principios ontológicos.
Volviendo a nuestro tema, la pornografía, Internet (RV) constituye su tierra prometida, el espacio/tiempo ideal para su despliegue. Sólo que eso que se consume ya no es pornografía. Habría que esforzarse y suponer que toda la historia de la pornografía, desde las vasijas griegas o los frescos de Herculano hasta la a producción industrial de pornografía en los años de 1970, sería una proto o una cuasi pornografía, y que lo auténticamente porno irrumpió recién con la digitalización. No puede catalogarse bajo una misma clasificación el daguerrotipo de una mujer semidesnuda de 1840 (que obviamente en ese momento se consideró pornográfico y se prohibió), o las películas industriales producidas en Los Ángeles (cuando la pornografía comenzó a exhibirse en las salas comerciales junto a las películas de Hollywood), con el delivery y los spots que consumimos por Internet. No puede llamarse fotografía al registro en rollo y llamarse también fotografía a la selfie del smartphone. Un fenómeno u otro no es fotografía, porque la experiencia no es la misma: lo que se mantiene, lo que se repite automáticamente, es tan sólo una mímica gestual. Espero que haya quedado claro.
Ahora que termino esta breve definición advierto que lo más importante de la pornología todavía no fue dicho. Pero si no se entiende lo que acabamos de resumir, poco podremos comprender lo que es y cómo funciona la pornología. Un decálogo acotado aparecerá próximamente en la prestigiosa revista virtual Zigurat, de la aún más célebre Carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).
* El autor se define pornólogo. Docente de UBA.