Platos vacíos en el mundo: la pandemia aumentó la inseguridad alimentaria
Por Sergio Ferrari | Fotos principal de Damilola Onafuwa-UNOCHA, Vía Campesina y MST
La coyuntura es crítica. La situación actual es muy diferente que la de hace seis años, cuando la comunidad internacional se comprometió a terminar con el hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición antes de 2030.
Quienes reconocen este fracaso son las principales agencias de las Naciones Unidas especializadas en esta problemática, como puede verse en el informe anual sobre La seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, publicado el 12 de julio.
La FAO (alimentación), el FIDA (fondo para el desarrollo), la OMS (salud), la UNICEF (infancia) y el PAM (ayuda alimentaria de emergencia), co-editoras de dicho informe, recuerdan que en 2015 “comprendíamos que los desafíos eran considerables pero éramos optimistas y creíamos que, si se adoptaban los enfoques de transformación adecuados, podían acelerarse los progresos anteriores para encaminarnos al logro de ese objetivo”.
Sin embargo, a partir del 2017, las cuatro últimas ediciones de este informe han representado “una lección de humildad”. En general, el mundo no ha avanzado bien hacia el cumplimiento de la meta de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los cuales buscan asegurar el acceso de todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente, ni el objetivo orientado a erradicar todas las formas de malnutrición. A falta de menos de un decenio para 2030, el mundo no va por buen camino de poner fin al hambre y la malnutrición y avanzamos por la senda opuesta, concluyen en su informe conjunto.
Este estudio demuestra –subrayan-, que el debilitamiento de la economía derivado de las medidas adoptadas para confrontar al COVID-19 en todo el mundo, ha provocado uno de los mayores aumentos del hambre registrado en decenios. Y que además afectó a casi todos los países de ingresos medios y bajos.
La pandemia es apenas la punta del iceberg, señalan. Lo preocupante es que la misma ha puesto de relieve las debilidades de los sistemas alimentarios durante los últimos años, resultantes de los conflictos, las condiciones extremas del clima y las desaceleraciones y las crisis de la economía. Dichos factores se presentan con una frecuencia creciente en muchos países.
Cifras de infamia
En 2020, según las organizaciones de la ONU, padecieron hambre en el mundo entre 720 y 811 millones de personas. El punto medio de esas cifras, es decir, 768 millones, representa 118 millones más que en 2019.
La pandemia agravó una tendencia que en el último lustro ya era, sin embargo, negativa. Solo a nivel de población infantil se estima que debido al COVID-19, el 22% (149,2 millones) de niños menores de cinco años padeció retraso en el crecimiento, el 6,7% (45,4 millones) emaciación y el 5,7% (38,9 millones) sobrepeso. En África y Asia, nueve de cada 10 niños padecen de retrasos de crecimiento.
En total, incluyendo todas las categorías de edad, se identificaron 46 millones más con hambre en África con respecto al 2019, 57 millones más en Asia y unos 14 millones más en América Latina y el Caribe.
Las perspectivas más promisorias son conservadoras, ya que todavía no se pueden evaluar correctamente los impactos duraderos de la pandemia en la alimentación mundial. Diversas proyecciones indican que 660 millones de personas podrían padecer hambre en 2030.
Por otra parte, aunque la prevalencia mundial de la inseguridad alimentaria moderada o grave creció lentamente desde 2014, el aumento explosivo estimado en 2020 equivale a la suma de los cinco años anteriores. Casi una de cada tres personas en el mundo (2.370 millones) careció de acceso a alimentos adecuados, lo que supone un incremento de 320 millones de personas en solo un año.
Durante ese mismo período, 928 millones de seres humanos -el 12 % de la población global-, se vieron afectados por la inseguridad alimentaria grave, lo que equivale a un aumento de 148 millones en relación al 2019.
El informe también subraya que durante el año de la pandemia la brecha de género se ha ampliado aún más. En efecto, a escala mundial, se estima que el 29,9% de las mujeres de entre 15 y 49 años padece de anemia.
Las cinco organizaciones onusianas recuerdan que su informe anterior subrayó el hecho que la crisis sanitaria estaba teniendo un efecto devastador sobre la economía mundial, al provocar una recesión sin precedentes desde la Segunda Guerra. Y que la seguridad alimentaria y el estado nutricional de millones de personas, entre ellas niñas y niños, se deterioraría si no se adoptaban medidas de inmediato. “Lamentablemente la pandemia sigue revelando las deficiencias de nuestros sistemas alimentarios, las que amenazan la vida y los medios de subsistencia de personas de todo el mundo, sobre todo las más vulnerables y las que viven en contextos frágiles”, explican.
Propuestas viables
El Informe de Naciones Unidas llama a transformar los sistemas alimentarios como condición esencial para lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y poner las dietas saludables al alcance de todos. Y subraya la necesidad de implementar políticas e inversiones para lograrlo.
Con esa perspectiva, propone seis recomendaciones dirigidas a los responsables políticos para que las apliquen de acuerdo con cada realidad nacional.
La primera, directamente ligada a situaciones de conflictos y guerras. Propone integrar las estrategias humanitarias, de desarrollo y de consolidación de la paz, con medidas de protección social que eviten que las familias vendan sus escasas pertenencias para alimentarse.
No menos preocupante, según el informe de la ONU, es la crisis climática. Y para ello recomienda ampliar la resiliencia de los sistemas alimentarios frente al cambio climático, ofreciéndoles a los pequeños agricultores un amplio acceso a seguros contra riesgos climáticos y financiación basada en previsiones científicas.
En referencia a la crisis social en aumento en muchas regiones, la ONU llama a reforzar la capacidad de adaptación de la población más vulnerable mediante programas de apoyo en especie o en efectivo para reducir los efectos de la pandemia o la volatilidad de los precios de los alimentos.
Propone, además, intervenir en las cadenas de suministros a fin de reducir el costo de los alimentos nutritivos. Esto puede lograrse promoviéndose la plantación de cultivos bio o facilitándose el acceso a los mercados de los productores de frutas y hortalizas. Sugiere combatir la pobreza y las desigualdades estructurales, impulsándose las cadenas de valor alimentarias en las comunidades empobrecidas mediante transferencias de tecnología y programas de certificación. Y propone promover cambios en el comportamiento de los consumidores; por ejemplo, eliminándose las grasas trans industriales y reduciéndose el contenido de sal y azúcar en los alimentos, o protegiendo a los niños de los efectos negativos de la comercialización de ciertos alimentos.
Cumbre “del hambre”
Naciones Unidas deposita una gran esperanza en la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios que planean convocar para fines del año en curso, para hacer frente a los desafíos pendientes. Propone involucrar a millones de personas del medio rural en lo que caracterizan como un “ambicioso proceso de participación pública”.
Ante esta propuesta todavía en nebulosa -poco se ha avanzado hasta el momento en cómo definir esa metodología participativa-, los principales movimientos sociales reiteran sus críticas al marco político de convocatoria de la cumbre.
En abril pasado, en ocasión del día Internacional de las luchas campesinas, Vía Campesina, la organización rural más grande en todos los continentes, denunció los intentos del gran poder económico -a través del Foro Económico Mundial- de “organizar y secuestrar” dicha cumbre.
Según Vía Campesina, “las múltiples crisis a las que se enfrenta el mundo no son nuevas”. Y argumenta que las crisis alimentaria, climática, medioambiental, económica, democrática y sanitaria que culminaron con la realidad pandémica muestran claramente a toda la humanidad que es vital una transformación del actual modelo agrícola y alimentario. Cada crisis -ya sea la sanitaria o la escasez de alimentos-, subraya, nos ha mostrado la importancia y la resistencia de los sistemas alimentarios locales que el neoliberalismo sigue erosionando y explotando.
No se trata de una cuestión de buena voluntad, sostiene Vía Campesina, sino de un cambio radical de modelo productivo en el campo, a escala planetaria. Y agrega que “la Soberanía Alimentaria -y la agroecología- sigue siendo la única solución coherente, que beneficia tanto a las familias rurales como a las y los consumidores, en nuestros países”.
Los platos siguen vaciándose, especialmente en los hogares más marginales de los países más empobrecidos. El hambre acosa y mata. Una de cada diez personas en el mundo no tiene qué comer y miles de millones se alimentan inadecuadamente. Sin embargo, no se trata de un fatalismo, sino que es la consecuencia de una forma mezquina y abusiva de concebir el mundo y de manipular tanto la agricultura como la distribución y el consumo de alimentos.
*Esta nota fue publicada en la edición de El Cohete a la Luna del domingo 18 de julio de 2021. Es reproducida por AGENCIA PACO URONDO en el marco de un acuerdo editorial.