Flandria y el belga que hizo peronismo antes que Perón
Por Laureano González
El Club Social y Deportivo Flandria nació a comienzos de la década del ‘40 pero sus orígenes pueden remontarse hacia inicios de la década del ‘20, cuando la firma belga Stablissements Steverlynck tuvo que asentarse en nuestro país debido a los altos aranceles que el gobierno argentino le impuso a los productos importados con la intención de fortalecer la producción nacional y el desarrollo tecnológico.
Así fue como el Julio Steverlynck fundó la Algodonera Sudamericana Flandria S.A. en unas viejas instalaciones harineras de Jáuregui, cerca de la Basílica de Luján. Ahí comenzó a gestar su proyecto, que excedía la mera instalación de la fábrica y buscaba el desarrollo de una vida social “modelo” alrededor de ésta, basada en “la familia y las buenas costumbres”.
La fábrica, que se convirtió en un refugio para gran cantidad de inmigrantes que huían de la 1er Guerra, se caracterizó por ser la primera en brindar derechos laborales como: las ocho horas diarias, sueldos decentes, vacaciones pagas, aguinaldo y premios por producción; vigentes en el viejo continente pero inéditos en la Argentina.
Sumado a estos derechos y a la construcción de viviendas, centros de salud, escuelas, bibliotecas y demás instituciones básicas para la nueva comunidad, “Don Julio” como lo llaman sus hinchas, creyó necesaria la creación de un club social y deportivo con el objetivo de fomentar el “deporte y el trabajo en equipo”. De esta manera los empleados, además de construir el estadio, conformaron un equipo que comenzó a participar de las ligas regionales, para luego convertirse en uno de los más importantes del Ascenso.
Un llamado de atención para las disciplinas que estudian las relaciones del trabajo
Este club, que vio nacer al autor del gol rápido de la historia de nuestro fútbol: Carlos Danton Seppaquercia, permite analizar varias cuestiones relacionadas al mundo del trabajo y, más específicamente, a la relación empresario – trabajador.
En la página oficial, se caracteriza a “Don Julio” como: “un visionario, un adelantado, el padre del Club, el padre de un pueblo. Un modelo que debería copiarse, un empresario humano, que ponía el progreso general por sobre el individual. Un hombre sencillo que podría interactuar tanto con los Reyes de Bélgica como con cualquier obrero que formara parte de su empresa.”. Y, además, se destaca que: “Su interés no era ganar más, sino crear un sentido de responsabilidad personal y de que todo esfuerzo seria recompensado.”
La forma en que los trabajadores caracterizan al dueño de la fábrica es notoria: por lo general, estamos acostumbrados a leer sobre las condiciones de explotación a las que se sometió históricamente a los trabajadores. Sin embargo, el caso de Julio es la excepción y el origen de una contradicción para quienes lean estás páginas ¿qué hace a un obrero reivindicar al patrón?
Relaciones de trabajo como estas por ahí nos lleven a doctrinas toyotistas donde el concepto de “la camiseta de la empresa” es moneda corriente. Una estrategia basada en la identificación del obrero con los intereses de la empresa debido a una relación de confianza y paternalismo por parte de la dirección.
Pero este caso no puede restringirse solo a un análisis organizacional de explotación porque, si así fuera, el peronismo debería ser condenado. Pongámoslo así: aunque existan esas relaciones asimétricas, los trabajadores, que son conscientes de eso, reivindican el accionar del empresario que les otorga un nuevo modo de vida, en una nueva comunidad donde se les garantizan nuevos derechos e instituciones para desarrollar una vida digna ¿Será, acaso, esa idílica comunidad organizada de la cual habló luego Juan Domingo Perón?
Indignación sentiría un marxista empedernido al leer este accionar de los obreros que literalmente se ponen la camiseta del club de la empresa. Pero sería erróneo un juicio tan lineal porque ya no es el “club de la algodonera”, es el equipo de la comunidad que se organizó en torno a ella, que representa un modo de vivir y a cada uno de los habitantes de Villa Flandria.
El hecho de representar a un capital extranjero impide identificarlo con esa burguesía nacional a la que invocaba Perón, pero podemos al menos destacarlo como un ejemplo a seguir al , sin dejar de lado la búsqueda de ganancia, garantizar condiciones de trabajo y vida dignas para la reproducción de su mano de obra; que no era vista como un número sino desde una perspectiva más humana: sabiendo que el trabajador, para rendir en el trabajo, debía desarrollar habilidades extra-laborales que mejoraran su calidad de vida. Se ve que Don Julio algo de Marx había leído.
Para terminar pensemos dos cuestiones. Por un lado si es posible el desarrollo de semejante proyecto en estos tiempos donde el capital extranjero llega, se lleva y no deja nada. Si podemos pedirle que siga este ejemplo a un empresario del siglo XXI, que piensa más como CEO que como burgués desarrollista. Los ejemplos que rodean actualmente el fútbol mundial nos permiten ver que esta no se encuentra entre las alternativas más recurridas.
Por otro lado, ¿podemos considerar un equipo donde los obreros sean quienes pateen la pelota y no solo se contenten con ir a la cancha o verlo por televisión? ¿Es compatible esa condición de “obrero-jugador” y ser competitivo en este mundo del trabajo reinado por la flexibilización y la sobreexplotación? Marx diría que en estas condiciones no es posible, pero que en otro tipo de sistema económico y de organización del trabajo, podría garantizarse el desarrollo de diversas habilidades extra-laborales ligadas, fundamentalmente, a la disminución de horas de trabajo.
No es que aquí se haya intentado señalar como marxista a un empresario, porque no lo fue, pero lo que sí se puede afirmar es que Don Julio Steverlynck fue justicialista antes que el mismo Perón, con cuyo gobierno tuvo una relación conflictiva; pero eso no lo inventé yo, lo dijo la mismísima Evita: “Don Julio: hay una cosa que ni el General ni yo podemos perdonarle. Y es que usted hizo peronismo antes que Perón”.