Sueño de una noche de verano
Recién vamos cayendo y es martes, cada media hora algo nos lo recuerda y asoma de nuevo por primera vez. Un diario del día, una estampita previa, los restos de las cábalas, la promesa de no fumar nunca más si no entra aquella de los dos franceses solos cara a cara con el Dibu.
Anda tan mal el mundo que cuesta regocijarnos con confianza en este acto de justicia, sin temer que alguien venga a quitárnoslo en lo mejor. Les lleva tiempo a las pupilas del alma adaptarse a este sol. La historia que debía terminar bien, para que todo fuese conmovedoramente perfecto, por una vez terminó bien. Era extravagante, absurdo, que una reencarnación onírica de tal dimensión técnica y estadística se fuese del fútbol sin conocer su más alto pedestal.
El héroe torció por fin el brazo de un destino que le mostraba la imagen arquetípica mientras cerraba sus caminos. Venció contra el tiempo, que se caía del DNI. Contra los profetas opacos, que lo apodaron Vulgar. Contra el campeón vigente, que sólo despertó quince minutos, para sembrar una duda miope.
El domingo fue colosal. Una actuación individual que lideró, futbolística y anímicamente, una colectiva pocas veces vista en una Final. Hasta parece una ficción descabellada, en este martes que empieza a oxigenar con algo de distancia lo vivido, que alguien haya rotulado a Lionel Messi como fracasado en 2018 y casi retirado en 2022.
Ahora parece más joven que hace cuatro años, aunque la melancolía espera agazapada como el Dibu. El Mundial de Qatar ya se conjuga en pasado, y uno teme que el tiempo siga corriendo.
Habrá que aferrarse tan fuerte al recuerdo como a la esperanza: cuando se digería el largo adiós de Diego a los grandes coliseos, en alguna anónima canchita de Rosario secretamente germinaba Lionel.
Las capas del recuerdo
Desde el domingo a las 3 de la tarde nos cruzamos con distintas versiones de nosotros mismos. En la alegría de los ojos, y en los torsos vestidos con aquella camiseta inmaculada del 86 o los modelos que desde entonces cargaron ilusión pero no éxito. Es automática la cata de vista: tal tono de celeste es 1993, el cuello así es 2006, el formato de número adivina 2010 o 1990.
Son capas geológicas del recuerdo que reverdecen con el riego de lágrimas felices y el sudor de un casi verano. De algún modo, todas esas viejas camisetas fueron por fin campeonas el domingo 18.
El conjunto compone una marea celeste y blanca que no renuncia a los píxeles de la singularidad: cuadro general, yuxtaposición de nostalgias individuales y un nexo entre ambos mundos. La pelota y los inviernos, la pelota y Víctor Hugo trayendo Roma o Boston o Burdeos a un taller con olor a viruta y pegamento, a una casilla de la villa, a la bocina de un tren que acerca el gol a un pueblo de un solo habitante. El juglar que cantó una mitología generosa, inició su despedida con este cierre espléndido del Mundial. Se extrañará su voz, que remite a momentos de felicidad colectiva.
La historia contra el lado oscuro
La mezquindad doméstica se disputará con picotazos de Twitter al equipo campeón y sobre todo a Messi. Ya sin el menor disimulo se arrebatan los intentos de utilizarlo como oposición a Maradona, cuando no hay nada que salte más ilógico a la vista del mundo.
No parece correcto explorar las conjeturas del Messi póstumo, improvisar su psicoanálisis a distancia y sin diplomas.
Pero sí es evidente que ambos 10 son producto de la misma escuela, que uno no es sin el otro ni el otro sin el uno, que desde su singularidad genial Messi se refleja en su recuerdo del ídolo infantil que a su vez se buscaba en Bochini, y así hasta el inicio mismo del fútbol rioplatense. Que no se corte.
La maquinaria de obviedades encara la tercera tanda de comparaciones. La primera fue de expectativas y enorme presión, contradictoria y salvaje: que sea Maradona, pero también que no lo sea. La segunda se dictaminó deficitaria y duró hasta el sábado 17. La tercera, colgándose del nuevo título, se pretende utilizar para desterrar al anterior ídolo incómodo. El miedo era/es que surgiera un bis: lo había detectado Jorge Elbaum y lo confesó Loris Zanatta.
La Pulga ya frustró las intenciones recordando a Diego, por demás presente en la memoria popular. No faltan registros en nuestro país de cuánto funciona clausurar un amor por decreto.
Pero, sobre todo, es difícil que un adulto traicione al niño que fue, y aquel pequeño Messi formó parte de una generación deslumbrada por una estela de época, inolvidable para cualquiera que la haya vivido fuera del frasco del rencor.
Lo mejor de este 2022 es que en sus alrededores se recrearán los sueños. Parecen lejanos, casi mentira, aquellos días previos a la Copa América 2021. Habrá ahora pibes y pibas que sueñen ese beso de ojos cerrados y una sonrisa tan plena que en ella no caben las calculadoras ni las broncas.
Es el punto de apoyo para ilusionarnos con seguir este eslabón, con que la siguiente reencarnación del arquetipo elija nuevamente las pampas y quiera jugar con nuestros colores y no los de algún holding de la globalización. Gracias a Messi, que quiso buscar y buscar con la albiceleste, sin esa vergüenza que pretenden enchufarnos como pecado original de pasaporte. Gracias a Maradona, que hizo foto colectiva la imagen soñada en la intimidad infantil de las noches frías de Fiorito.
El beso del final
Un buen porcentaje de quienes hoy quieren enfrentar a Messi con Maradona integran el segmento de exitistas que antes de la Copa América de 2021 o incluso hasta el domingo mismo consideraban que la Pulga no estaba a la altura del Pelusa. No les gusta el juego, sino los alrededores: van a la fiesta para contar las guirnaldas, convierten al fútbol en un choque de exageraciones triunfalistas o derrotistas.
Increíble, pero les da la cara para determinar los factores por los que Messi ganó lo que decían que no ganaría. No faltan quienes intentan aprovechar para adjudicarlo sólo a la meritocracia individual, como si el fútbol y la historia no fueran juegos colectivos, con compañeros y rivales.
Todo indica que, además de las condiciones técnicas que siempre tuvo y el estado físico que nunca le faltó, Messi construyó para este 2022 su carácter de líder y la conciencia de que era éste el momento para certificar su inserción en la cadena de eslabones de la historia que lo parió.
El que tal vez sea su último gol en los Mundiales, el penal de la tanda de definición frente a Francia, descubre un secreto al verlo en la tranquilidad del replay. Sabemos que el repertorio de Messi varía, pero éste lo pateó a lo Maradona: amague, cabeza levantada, la vista en el arquero, freno y quiebre, toque suave. Es demasiado fútbol el 10 argentino para pensar que fue casual. Que no hubo, desde el último escalón, un guiño al nene que soñaba.
No es una imitación, porque cimas tan sublimes no se imitan, ni se copian. En todo caso, se crean, se recrean o se homenajean. Se aprenden, se enseñan. Se heredan y se legan. Hacia allí van, singularísimos y cercanos, corriendo siempre en la memoria agradecida. La fábula hermosa de Aladino y el Barrilete. Cada uno, con una Copa en la mano y la felicidad de un Pueblo en la sonrisa que la besa.