Néstor Kirchner 2003-2010, lo nuevo de Matías Cambiaggi
Matías Cambiaggi, sociólogo, investigador popular y autor, entre otros libros sobre la historia reciente, de “El Aguante sobre la mlitancia de los años 90”, acaba de publicar “Néstor 2003-2010 (Relatos y apuntes sobre la construcción de una representación política nacida desde abajo)”. Un trabajo que se nutrió de conversaciones con Felisa Miceli, María Pía López, Alex Roig y Diego Sztularck, entre otros, en relación a sus vínculos con Néstor Kirchner y el proceso que lideró.
A continuación, a modo de adelanto, en exclusiva para APU, les compartimos un fragmento de su prólogo.
"Al filo del cruce de su biografía con la historia grande, cuando todos los cronómetros volvían a ponerse en cero, los nuevos, inmensos salones, los protocolos y las lustrosas escaleras de mármol, asediadas por el desierto argentino, resultaban una novedad atractiva, pero, lo sabía, lo repetía, lo memorizaba, también un canto de sirenas peligroso.
En la soledad de las noches intermedias, apenas atrás, pero muy presentes, se superponían, más allá de su voluntad, las imágenes de la elección de primera vuelta en la que se habían repartido menos apoyos que desconcierto, las del abandono, pero para atizar aún más el fuego, de su adversario compañero, las de los festejos de su núcleo íntimo, las barras, las tortas de las estadísticas, las caras de los pibes con mocos, las de los amigos del campeón, las de los que esperaban con el cuchillo escondido.
A nada de asumir el puesto más importante en la estructura del Estado, Kirchner, se sabía en el centro de un momento inédito en el que la reconstrucción del país debía correr a la par de su propia, personal, invención. Sabía que no era el resultado de un largo proceso de debate partidario, y que no llegaba de la mano del favor popular, sin embargo, paciente, había sabido esperar, prepararse y estar listo cuando llegara su momento y se dieran las carambolas del destino que premian el trabajo y a quienes se animan, porque claro, hubo otros que, con instinto de supervivencia, no lo hicieron ante la profundidad del abismo en el que se hundían el arca y la representación del Estado Nación. Pero él sí, y asumió finalmente el 25 de Mayo de 2003, la presidencia de un país en estado crítico, endeudado de un modo impagable, con más de la mitad de su población debajo de la línea de la pobreza, un Estado desarticulado, el frío apoyo de un sector del PJ bonaerense que lo reconocía sólo como al “Chirolita” de su verdadero jefe político, Duhalde, la abierta hostilidad de buena parte de los sectores dominantes encarnada en el sistema judicial, los medios de comunicación y un sector de la clase política y por último, pero sólo por buscar un final, la indiferencia o incluso oposición de la inmensa mayoría del activismo social que desde tiempo antes del 19 y 20 de diciembre de 2001, pero aún con mayor envión después de esa fecha, había logrado quebrar la continuidad del sistema y llevaba adelante un fuerte proceso de movilización, exigiendo la atención urgente de la dramática cuestión social.
¿De qué modo gobernar en esas condiciones? ¿Con quiénes?
Al mérito de su preparación y ubicación en el momento justo, Kirchner, con derecho podía adicionar otra definición muy pensada y de carácter estratégico: Gobernar como lo habían hecho quienes lo precedieron no era garantía de perdurabilidad, sino de todo lo contrario. Eso habían demostrado con creces el final del gobierno de Alfonsín, el agónico último tramo del gobierno de Menem y el estallido Social que había acompañado a De la Ría hasta las puertas del helicóptero.
Atento a esos signos, derivas y naufragios repetidos de cada ciclo presidencial, quizás pueda leerse como un temprano aprendizaje y una muestra gratis de lo que vendría, su apoyo decidido, como gobernador peronista, a la iniciativa del FRENAPO por un seguro de desempleo y formación que había impulsado la CTA. Aquel apoyo oficial, monetario y logístico daba cuenta de un hecho llamativo entre tanta chatura, asimilable a una voluntad transgresora de avanzar sobre los límites que establecía como canon, la narrativa monocorde de la dirigencia política. Pero podía ser aún más. El estallido social y de la dirigencia política que habían acontecido en 2001, constituía también, entre otras cosas, quizás la última lección de la cual aprender y sacar las conclusiones pertinentes: había llegado el tiempo de mudar de paradigma, porque ya buena parte de la sociedad lo había hecho.
¿Pero cómo?
Con imaginación y audacia, pero con las cartas disponibles en el mazo, barajando como un taura, entre su larga experiencia como gobernador del PJ, su experiencia en la tendencia y la historia más reciente, con sus nuevos y nuevas protagonistas.
En la búsqueda de esa alquimia mestiza, ni sólo calle, ni tanto palacio, levantó, como fortaleza, un cuadrilátero novedoso, sobre el cual afrontar la pelea de fondo que, según entendió, su momento exigía.
1) Articuló un discurso que recuperó la épica de la transformación a través de la decisión política.
2) Constituyó una nueva alianza de gobierno en la que destacó a los organismos de DDHH y a los movimientos de desocupados como intérpretes de una voluntad distinta, opuesta a la que habían transmitido durante años los profesionales de la política de saco y corbata.
3) Devolvió el Estado a la sociedad, abrazando él mismo al territorio y ese pueblo que lo esperaba en cada acto y a través de su encarnación institucional, el Ministerio de Desarrollo Social, con su ejército de jóvenes técnicos, técnicas, y militantes de los movimientos de desocupados que conocían de necesidades y que hablaban un mismo idioma, que aquellas personas y comunidades que asistían. En buena medida, porque vivían en sus mismos barrios o porque habían compartido el proceso que desembocó en aquel diciembre de 2001
4) Ejecutó las medidas concretas que pocos imaginaban posibles antes que él, y a partir de ellas, en muchas oportunidades modificó la correlación de fuerzas que antes aparecía como un impedimento insuperable, otras, transparentó los errores de cálculo y apreciación de muchos funcionarios acostumbrados a administrar lo que les permitían.
Definido el cuadrilátero sobre el cual se daría la pelea, Kirchner nunca dudó sobre el carácter colectivo del héroe, como única posibilidad de éxito, y por eso alentó a ritmo de vértigo la construcción de su propia fuerza política, a partir de dos vertientes distinguibles, que, durante su gobierno, convivieron como distintos continentes de organización popular pero que con el correr del proceso político y sus vicisitudes, tendieron, no sin tensiones, a confluir en una.
Una de estos continentes de organización fue el PJ, el cual tomó primero, la forma del comodato, a partir del alineamiento de las provincias periféricas con la bonaerense, para volcarse, recién después, en un segundo momento, de forma más decidida a reconocer el liderazgo naciente de Kirchner, tras la demostración de poder que significó la elección de medio término, y que selló entre tantas otras cosas, el pase a disponibilidad de su mentor, Duhalde.
El otro continente, tan complejo, pero más novedoso que aquel PJ nacido en los años noventa y menos abordable a partir del pragmatismo político y el alineamiento automático, por su carácter silvestre y heterogéneo, fue el que se presentó como transversal, un concepto de larga data, usos y abusos que, sin embargo, bajo esta nueva versión, constituía una experiencia muy distinta a la convocatoria al tercer movimiento histórico que intentó Alfonsín o la del clásico frentismo del peronismo, porque ésta transversalidad en particular, nacía a diferencia de las otras, de la implosión del sistema de partidos y en el centro de una sociedad descreída de sus dirigentes y de sus instituciones, aunque no desmovilizada, sino consciente de la importancia de la participación y movilización, como herramientas para pelear por los derechos avasallados.
El presente trabajo se propone rastrear a partir de una serie de testimonios de militantes de distintas edades y provenientes de distintas experiencias políticas y sociales, los orígenes, las percepciones y las modalidades, a partir de la cuales se construyó la representación política de Néstor Kirchner, como el líder de un nuevo movimiento popular, que a lo largo de un proceso complejo, si bien confluyó en el peronismo, le dio una nueva expresión y masividad, tensionándolo y aportándole contenidos propios, a la vez que asumiendo también, concepciones y metodologías propias de éste.
Esta verdadera ruptura en la vida política argentina y de un carácter profundo, es necesario rastrearla a partir de la capacidad de Néstor Kirchner de interpelar las subjetividades de ese nuevo activismo, hasta convertir a su gobierno, en una continuidad natural de trayectorias atravesadas por las luchas guerrilleras de los setenta, los nuevos activismos nacidos durante los noventa, desde las rutas, las tomas de colegios o facultades, las murgas, los centros culturales, las misas del rock, o las trincheras de la memoria, sostenida a base de los escraches, ante la complicidad de la “justicia” con los genocidas".