Entre la precarización y el reconocimiento: las trabajadoras cartoneras en Capital Federal
Por Johanna Maldovan Bonelli (Doctora en Ciencias Sociales UBA)
Acarrear un carro durante 5 km diarios, con un peso de 90 kilos en promedio, bajo el sol o la lluvia, exponiéndose a accidentes de tránsito y a un sinnúmero de riesgos vinculados al contacto cotidiano con aquello que para la mayoría es simplemente “basura”, aparece –al menos a primera vista- como un trabajo no sólo sumamente precario, sino también en las antípodas de aquello que suele entenderse como una ocupación típicamente femenina. La mayor parte de las tareas vinculadas al trabajo cartonero requieren de un gran esfuerzo físico y poco tienen que ver con las características social y culturalmente atribuidas como naturales al mundo de lo femenino y por ende, a los “trabajos de mujeres”. Sin embargo, al transitar las calles porteñas encontramos a cientos de trabajadoras que cotidianamente salen con su carro en busca de materiales reciclables y otros bienes destinados al consumo y al intercambio, y que además son el sostén de sus familias.
Según los datos provistos por el Registro Único de Recuperadores Urbanos (RUR) de la Ciudad de Buenos Aires (2003), a principios de la década pasada las mujeres representaban un 30% de la población total dedicada a esta actividad. Un relevamiento propio, llevado a cabo en el año 2010 en base a los trabajadores y trabajadoras nucleados en organizaciones cooperativas presenta resultados similares. Asimismo, si ahondamos en el “ciclo de trabajo cartonero” (que podemos resumir en las tareas de recolección, clasificación, acopio y comercialización de Residuos Sólidos Urbanos [RSU]) la presencia de mujeres aumenta considerablemente, en tanto que parte de las tareas vinculadas al mismo se realizan en el marco de las unidades domésticas. Si en la calle se recolectan y pre-clasifican los materiales, en el hogar es donde se llevan a cabo las tareas de limpieza, clasificación y acopio de los materias reciclables que luego serán comercializados. Es en estas instancias donde la presencia de las mujeres es mayor (y también la de los menores) aun cuando se encuentre invisibilizada y por ende, no reconocida ni remunerada.
Los datos vinculados al mundo cartonero no son exactos y abunda más la carencia de números certeros que las certezas en las cifras. Sin embargo, algunos relevamientos (propios y ajenos) permiten acercarnos a caracterizar a estas trabajadoras: en primer lugar encontramos que alrededor de la mitad de ellas son jóvenes, menores de 30 años y que en su inmensa mayoría residen en los barrios periféricos del conurbano bonaerense. La mayoría apenas ha podido completar los estudios primarios (lo cual se acentúa en las mujeres adultas) y para la mitad de las trabajadoras entrevistadas el cartoneo ha sido su primer contacto con el mundo del trabajo en una actividad remunerada. Para quienes tienen inserciones laborales previas, sus trabajos anteriores han estado vinculados a tareas de limpieza en oficinas o casas particulares, o bien ocupaciones relacionadas con el cuidado de personas. Para el resto, el cartoneo ha sido su primer trabajo. Y ello no es casual, en tanto que una parte significativa de estas trabajadoras expresa que su ingreso en la actividad es la resultante de la necesidad de reemplazar al rol del marido o cónyuge como proveedor, sea porque éste ha quedado desempleado o porque se ha disuelto dicha relación. Son en su mayoría quienes mantienen la unidad familiar y tienen hijos a cargo, que muchas veces –ante la carencia de instituciones de protección y la precariedad que caracteriza al trabajo cartonero- también participan de las tareas implicadas en la recuperación.
A lo largo de la última década –desde que el cartoneo creció notablemente en los centros urbanos y la problemática de los residuos se consolidó en la agenda pública- el trabajo de los recuperadores fue reconocido y legitimado por la legislación local (y nacional) ampliando los derechos y obligaciones de los recolectores en el marco de la nueva política ambiental. Tras la sanción de la ley de Basura Cero en el año 2005 se ha dado un giro copernicano en la mirada sobre el tratamiento de los residuos, propiciando la recuperación de los materiales reciclables y desestimando el entierro indiscriminado que había ejercido como eje rector de la anterior política de gestión ambiental. En el marco de estos cambios, las organizaciones asociativas de cartoneros han tenido un papel central. Tras la nueva licitación del servicio de recolección de RSU secos, las cooperativas cartoneras han logrado obtener la prestación exclusiva del servicio y hoy concentran a más de tres mil trabajadores/as organizados/as. Y aquí, nuevamente se revitaliza el papel de las mujeres. Porque entre los profundos cambios que trajo aparejada la crisis del modelo neoliberal, se encuentra la mayor presencia que fueron cobrando las mujeres en la gestión de organizaciones territoriales “de base” y su paulatino y continuo crecimiento como referentes y líderes de movimientos sociales y diversos tipos de emprendimientos productivos y cooperativos. Entre estos, las organizaciones cartoneras constituyen un caso particular que se inscribe en este contexto.
En la actualidad, parte de esas mujeres que han salido a cartonear ante la falta de empleo e ingresos, han devenido en delegadas y representantes de esas organizaciones. Muchas de ellas han participado de las instancias de disputa y negociación con el Estado y han sido protagonistas activas de los cambios surgidos en la política ambiental. Y si ello representa un mayor reconocimiento y una apertura de posibilidades, en términos de ingreso al mundo de la política y la toma de decisiones en el ámbito organizacional, es también una sobrecarga de trabajo. Y ello, porque a la par de la ampliación de atribuciones dadas a las mujeres cartoneras, no se han creado prácticamente otros espacios de protección social que permitan un reconocimiento acorde a las tareas realizadas ni un cambio en términos de corresponsabilidad de las tareas llevadas a cabo en el hogar. Como me comentaba una de las delegadas: “El grupo me eligió y yo la vez pasada les dije que iba a dejar todo porque es mucho para mí. Yo me levanto a la mañana porque tengo tres menores que están en el colegio y quiero que estudien. De ahí me vengo a la mañana a un edificio, salgo de ahí agarro el carro a las 3 y hasta las 8.30 que estoy en los camiones. Que la asistencia, que estar con ellos y todo eso”. Ser delegada requiere entonces de un alto grado de compromiso y entrega, a lo cual en el caso de las mujeres se añade el peso de las tareas del hogar que suelen estar bajo su cargo. Por lo cual, además de su trabajo como cartoneras deben hacerse cargo -entre otras cosas- del cuidado de sus hijos e hijas y del cuidado en general, así como de las tareas extra que demanda el rol ejercido en la organización.
De ahí que, si pensamos en términos de la construcción de una política ambiental, encontramos que si por un lado ésta apunta a la formalización del trabajo cartonero a través de la cooperativización del sector y de la ampliación de los recursos distribuidos en y por las organizaciones; por otro, se mantienen las condiciones de precariedad laboral que limitan un reconocimiento pleno de los recuperadores y recuperadoras como trabajadores/as. Entonces, la posibilidad de incorporación plena de los cartoneros y cartoneras como prestadores de un servicio público –tal como lo establece la ley- implicaría su inscripción en el sistema de empleo formal, o al menos, una ampliación de los derechos de la seguridad social que tengan en cuenta la dimensión de género para el diseño de estas políticas.