Intratables: Oliván, Brancatelli y la doctrina del show
Por Rodrigo Lugones
Intratables, el programa que se emite por la pantalla de América TV, puede ayudarnos a pensar cómo el discurso dominante (no necesariamente el clarinista, que sostiene a un sector del Poder de una sociedad, sino el que sostiene la coherencia que le da un orden a la existencia de la sociedad tal y como es) se construye y opera como ideología. La efectividad de la ideología consiste en instalar una visión particular del mundo, como la más aceptada.
Ocultando el origen particular de una versión, ciertas versiones de los hechos se instalan como La Verdad, y son aceptadas, casi como un hecho natural y lógico. Es por eso que resulta tan chocante, para alguien que piensa diferente, la forma en la que el programa presenta ciertas ideas como lógicas y razonables, o el hecho de que sus panelistas apelen al tan famoso “sentido común” para pensar en función de la “objetividad y la racionalidad”.
El showbiz ha ganado el terreno de la comunicación, aún a pesar de las reformas políticas encaradas por el proceso kirchnerista. La idea de fondo es la re-espectacularización de las ideas y de la vida (llevada adelante en los años 90), como resistencia comunicacional a una política de avance de los sectores populares. La dictadura de la gritología, el efectismo del alto impacto, y la defensa a ultranza del “medio”, en tiempos de grietas, configuran un objetivo definido, reinstalar una lógica mediática post-kirchnerista (que es, en verdad, pre-kirchnerista). El objetivo se cumple (al menos en principio), y la espectacularización de la política se inscribe en los efectos de la Doctrina del Show.
El espectáculo cree que puede medir con sus propios parámetros toda actividad humana e imprimirle su propia lógica, su orden de Verdad particular como una moral reguladora Universal (esto explica el pase de ciertos periodistas del espectáculos al periodismo político). Así, lo que en el marco del espectáculo “está mal visto”, es algo que, por carácter transitivo, “está mal” indiscutiblemente (por ej., es lógica la no regulación de los mercados y éstos periodistas la defienden, pensando en la presión fiscal a los productores de teatro de revista).
De la misma forma se traslada la comercialización de la vida, totalmente asimilada al mundo del espectáculo, al análisis y a la comprensión de los fenómenos políticos. La mercantilización creciente del espectáculo establece un patrón que fija la regulación de la actividad política con estándares que dejan afuera, por ejemplo, la lógica de la confrontación o la afectación de intereses porque, discursivamente hablando, las ideas que defienden los panelistas en-sí, son la victoria material de los postulados ideológicos del Consenso de Washington: Intratables es, sin ninguna duda, un programa ideológico.
Todo puede cuestionarse, excepto la forma en la que se presenta el Todo. Podemos elegir entre las miles de opciones del Mercado, siempre y cuando entendamos y aceptemos pacíficamente que lo único que no se puede cuestionar es el Mercado mismo, (y las falsas opciones que esconde la falsa libertad que el Mercado propone). El problema a pensar es la masividad de ciertos productos televisivos y resulta importante no confundir masividad con popularidad.
La creencia del nuevo cristiano
En el escenario ideológico que propone el programa, cada uno de los panelistas representa un papel con el fin (inconsciente) de teatralizar, hasta el más satírico de los hartazgos, la realidad social del país (lo sepan sus integrantes, o no, el programa es una representación obscena y grotesca, producto del efectismo espectacular de la tinellización cultural). En medio de este zoológico televisivo resalta la “nueva cristiana”, Maria Julia Oliván. Con un ego radiante de soberbia que la lleva a creerse una especie de Norman Mailer vernácula (no para de recordarles a los interlocutores que la interpelan ideológicamente - Brancatelli por ej.-, que ella está “muy por encima” y que tiene una “mayor y mejor carrera” que ellos).
Recrea (falsamente) a la implacable periodista independiente, moderadamente anti-k. Recordada por ser la ex conductora del programa oficialista 678, insertada, nuevamente, en la Verdad que propone la lógica del pensamiento opositor, lleva adelante esfuerzos descomunales (que rayan en la acusación violenta, reveamos sus choques con el periodista Camilo García, o la pelea con Agustina Kämpfer, para confirmarlo) con el fin de exacerbar los alcances de su nueva fe. Su preocupación fundamental (y ahí se explica la virulencia de su giro ideológico) es poder “limpiar su imagen”, quitar esa mancha indeleble de su currículum vitae. Necesita desligar su nombre y su imagen de su reciente pasado “K”. En su búsqueda de reconocimiento, necesita cuestionar, sin ningún tipo de límite, el accionar del gobierno. Lo curioso es que lo insoportable de la verdad de Oliván es ella misma, su propio pasado.
Lo que odia -aunque no lo sepa - no está afuera, sino, en su historia (la vergüenza de haber sido). Este personaje evidencia, a todas luces, la fe de los conversos. Sin embargo, estaríamos engañándonos a nosotros mismos si creyéramos que en algún momento profesó otra fe, si creyéremos que su paso por 678 la habilita a comprender la compleja trama de poderes fácticos que atraviesa la realidad social argentina. He ahí, tal vez, una falla; el que se acuesta con conversos amanece traicionado. Lo más llamativo es que, desde el plano de la auto-conciencia, de la conciencia del propio rol ideológico que representan, estos periodistas creen que, efectivamente, encarnan la verdad del “medio” (contrario a los extremos), no reconocen, lo que bien marcó Aníbal Fernández cuando concurrió al programa al saludar de ésta forma: “Gracias por invitarme a un programa opositor”. La paradoja es que el periodismo “independiente” para-sí, es, concretamente, periodismo ideológico en-sí.
Las clases dominantes, a partir de esta operación ideológica, se han replegado en verdaderos fundamentales, para proteger sus intereses, volviendo a revalidar ideas fuertemente cuestionadas por el Kirchnerismo (como la supuesta objetividad de los periodistas). El peligro oculto tras este estilo de periodismo que intenta trasladar una versión del mundo (la del espectáculo comercial desembozado), como la versión lógica y natural de la vida y las ideas, es su poderoso efectismo que busca volver a reducir la disputa política, circunscribiéndola a la dinámica de las peleas entre vedettes, o la “racionalidad” de la necesidad de un mercado estable, serio, que salga de la barbarie de la lógica “amigo-enemigo”, para reencontrar, en una reconciliación social, a una sociedad horadada por un “gobierno inmoral”. Quedan desafíos mediáticos para el campo popular.