La incomodidad tiene nombre: Periodismo feminista militante
Por Carolina Balderrama y Lucía García*
Ponéle nombre a la incomodidad;
no mezquines la agenda
no niegues un tema
no te ciegues buscando primicias
no dejes un mail, un texto, un llamado sin responder, un encuentro a dónde acudir.
Busca la incomodidad, siempre.
De chica te dicen "Vas a ser periodista como tú papá", no te gusta, porque siempre estaba en la calle. Luego entiendes que el espacio público es lugar a conquistar y es ahí dónde encuentras las historias para contar.
Rápidamente buscas motivos para andar en la calle, clases de teatro, de música, idiomas, trabajas vendiendo ropa, haciendo encuestas, limpiando casas, cuidando chicxs, luego te das cuenta cuanto se aprende andando y cuanto aporta eso a tu tarea de preguntar y escribir.
Te inscribís en la carrera de periodismo en los 90 llena de ilusiones. Estudiás, leés, discutís, militás. Peleás para que sea una mujer la candidata a presidenta de tu lista y ganás las elecciones. Te recibís y empezás a buscar laburo. Ya trabajaste de camarera, promotora, niñera, encuestadora, diste clases de inglés.
Con 22 años, una cámara VHS o Réflex, una amiga, un poncho te vas a la Marcha Federal. Desde La Quiaca a Buenos Aires, vas en el mismo colectivo que una de las más importantes dirigentes del norte argentino, el fuego del periodismo se transforma en llama.
Comenzás a trabajar en una revista, la primera nota a la que te mandan es a escribir sobre un sexshop. Te vas de tu provincia, con un gobierno enquistado por más de 50 años, llegás a Buenos Aires, te sentás en las plazas mientras buscás trabajo, a escribir, escribir y escribir, ¿cómo hago en esta ciudad?
Te juntás, tenés una hija, te separás. Das clases en un secundario con las tetas chorreando de leche, piensas para adelante. Te ayudan tus amigas, a cuidar a tu hija, la llevas a cuanta reunión, marcha, clase tenés.
Luego de muchos años, editando, haciendo entrevistas, desgrabando, viajando por talleres, lavando tazas, atendiendo la puerta, llamando por teléfono, armando una revista, se abre un puesto de coordinación y se lo dan a un compañero varón, nuevo en el trabajo. Preguntás por qué no te eligieron a vos y te responden: "¿y por qué serías vos?”, repreguntás: “¿y por qué no?”. Jamás te responden.
Das clases ad honorem en alguna cátedra porque querés defender la educación pública. Marchás, te reprimen, estás un día entero detenida con 200 personas en lo que fue un centro clandestino de detención. Sos hija de desaparecidos. Ahora que lo pensás capaz que por eso quisiste ser periodista. Y sí, fuiste de quienes dijeron “si no hay justicia hay escrache”.
En algún momento de este camino de comunicadora popular te encontrás con la pura práctica feminista, con ellas, con las matanceras. Hacen que le pongas nombre a todas las violencias, que te llenes de rabia creadora y que abraces al feminismo en el territorio mismo. Nunca más te vas de ese rito sororo. Nunca más puedes contar una historia si no es desde ese lugar de llegada y pertenencia, la del colectivo militante feminista. Acción y prepotencia. Laburo y encuentro.
El periodismo es el lugar donde discutir lo que la justicia había clausurado. Una noche vas con Hebe al programa de Grondona y contás que las hijas y los hijos de los desaparecidos se estaban organizando. Al día siguiente te paran en la calle, te abrazan, te cuentan historias de la dictadura. Los medios de comunicación son poderosos. Haces una revista, te contratan para escribir, pero terminas haciéndola entera. Escribís en donde podes, a veces te pagan, a veces no.
Saltas de alegría compartida la noche que el Senado hizo realidad la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y desde ahí mismo partes a tu primer encuentro de mujeres en Tucumán. Casi directo a la marcha, en ese lugar y el tiempo se cruza, militancia, feminismo y periodismo. A partir de ese momento el poliamor te habita.
Te vas a Brasil, tenés un hijo, volvés, te separás. Descubrís el machismo, el que te venía siguiendo los talones, agazapado. Te enterás que lo de compartir responsabilidades era una idea tuya. Apechugás, laburás en una organización de Derechos Humanos. Hacés una revista pero otro figura como director. Te entrevistan en un programa de radio feminista y te sumás al equipo. Conoces a la Red PAR, Periodistas de Argentina en Red por una comunicación no sexista en un Encuentro de Mujeres. Menos mal que existen los encuentros y la red. Absorbés como una esponja las experiencias y reflexiones de estas mujeres y empezás a darte cuenta que lo que te pasó a vos no es una desgracia, es el patriarcado.
Ya no estás más sola, vas conociendo a muchas más con la misma incomodidad sobre lo preestablecido, patriarcal, machista y misógino.
Das clases en una universidad popular, tenés estudiantes que estuvieron en prostitución, travestis y conoces el lado más oscuro del machismo. Tu agenda periodística se transforma con vos. Escribís una serie de biografías de mujeres y te conmovés con esas vidas. La trama. Un día te preguntan y decís: sí, soy feminista.
¿Qué te sucede cuando te enunciamos como periodista feminista y militantes? Muchas cosas, desde “militar” la nota, hasta discutir una imagen, un título, dar pequeñas batallas para que algunos de los temas entren en las agendas, no como algo de color. Tratas de que no sea lo primero que se descarta. Conversas mucho, insistes para que salga la nota.
Sos jefa de un cincuentón al que le pedís que desgrabe unos audios. Te responde en un mail con el asunto: “Me debes tres petes”. Lo hablás en tu lugar de trabajo, no sabes si eso es acoso, ni que se hace en esos casos. Durante un mes nadie a tu alrededor hace nada. Vos compartís una oficina de metro y medio por un metro con el tipo al que no saludas. No querés ir a laburar más. Un día se lo decís a la jefa. Lo echan.
Te ascienden en el trabajo y se escucha que es porque haces favores sexuales, y va de suyo, que hay que agradecer eternamente. A los varones no les gusta que las mujeres les den órdenes. Aquí y en la China, si te enfocas en el trabajo y exigís, sos autoritaria, si ellos lo hacen es porque son así.
El programa feminista crece, gana premios, es escuchado, las militantes vienen a contar lo que hacen. Pero una tarde te llaman de la dirección de la radio y te dicen que va a cambiar la programación, y que en tu horario va a ir una tira semanal de programas políticos. Discutís que los temas de tu programa forman parte de la agenda política, que este gobierno hizo leyes sobre violencia, identidad, matrimonio igualitario, trabajadoras de casas particulares. Nada. Después lo vas a escuchar hablando como un erudito en género de la marcha #NiUnaMenos.
Sos curiosa, no te quedás con el no, tienes siempre a mano el teléfono de alguna colega feminista amiga, que te escucha, haces lazos y referencias colectivas, no tienes vergüenza de quién sos, reafirmás la identidad periodística y profesional. Pasás las notas que no te quieren publicar. Reconoces que nos atraviesa completamente el oficio y sostienes la mirada crítica aún si te cuesta alguna pareja, la soledad que se transita, muchas veces, es la que te permite mirar todo de otra manera y encontrar formas creativas y significantes para ese universo diferente que se construye cuando se desnaturalice todo y lo rearmas con otras palabras, con otras imágenes, con otros sonidos.
Armas una cooperativa audiovisual con perspectiva de género. Una periodista que admiras te convoca a hacer una columna de género en su programa diario de la primera mañana. Y te encontrás unos días antes del 7 de junio hablando de una marcha multitudinaria contra los femicidios. Irreversible.
* Periodistas feministas militantes y docentes. Lucía García es columnista de género en A Cara Lavada - Radio Nacional - Docente UNAJ/UNLP. Carolina Balderrama es Lic. en Comunicación Social - Prosecretaria de redacción - Agencia Télam - docente UNDAV.