A un año del Mundial: el día del vacío
Por Matías Fabrizio
Ojalá tuviera alguna relación con el asado, o con algo festivo. Lamentablemente viene por el lado opuesto. Haberse visto un vacío tan pero tan grande como el de ese lunes 14 de julio… Arrancó todo bastante antes del 12 de junio, cuando el Brasil 3-1 Croacia, con ayudín para los locales, dio inicio al Mundial número veinte. Para mí, la historia empezó cuando Felipe Scolari dio la lista de 23. Felipao fue el primer DT que lo hacía. Ahí me di cuenta realmente que ya se nos venía la Copa encima, en cuestión de días. Luego vino la lista de Argentina, los 23 de Sabella, y por último el día del viaje de la delegación a Brasil. La salida del predio hacia el aeropuerto, con los miles que se acercan a despedir a los muchachos, ese momento que no tiene nada que envidiarle en emoción a la previa de cualquier partido.
Como laboralmente tuve la posibilidad de organizar mis horarios a gusto, prácticamente vi todos los partidos, exceptuando alguno de fin de semana o esos terceros partidos de la primera fase que, para evitar sospechas, se juegan en simultáneo. Los de Alemania, atento porque me tocaba esa cobertura para Paco Urondo; los de Brasil, siempre hinchando por el rival; ídem los de Inglaterra, con el agregado de que eso favorecía a Uruguay; los de Argelia, Costa Rica y México, que parecía que mostraban cosas que no se veían seguido; los de Chile por la dinámica. Bueno, todos, en realidad. Y los de Argentina, que por fin fueron siete y no cuatro o cinco. Por fin se quebró la barrera, se pasó el Rubicón, como decía Sabella. Esos, los nuestros, los vi con amigos en casa de uno de ellos. Los mismos amigos, con mínimas variantes, y en el mismo lugar. Y siempre con comida y bebida para tirar al techo. ¿Siete veces? No menos de mil quinientos pesos por cabeza habremos gastado. ¿Pero cómo escatimar si era para ver a la Selección de Messi en un Mundial?
Una Selección que iba ganando y sorteando rondas, a los tumbos, sin jugar bien, pero que iba. Pasó Suiza, sufriendo hasta el último minuto de los 120. Pasó Bélgica, también sufriendo, un poco menos por el partido en sí, pero que a la vez significaba el quiebre de la barrera de los cuartos, esa que los que nacimos del ’90 para acá no pasamos nunca. Y llegó Holanda, el último escalafón hasta la final, con el partido llegando hasta los penales, con Gigante Romero tapando dos, con Maxi Rodríguez logrando que grite más que cuando clavó la volea contra México en Alemania 2006, justo cuando estaba por dejar el ateísmo para rezarle a los dioses de los demás.
El partido más esperado se dio al domingo siguiente, el domingo 13 de julio. Después de saludar a mi vieja por su cumpleaños y disculparme por faltar a la merienda familiar, partí nuevamente hacia el punto de reunión. Estaban la comida, el carbón, la bebida y la picada. Y estaba en partido Argentina, con llegadas, con goles que inexplicablemente no fueron adentro. Una de Messi fina al lado del palo, el famoso “era por abajo Palacio” y el más fácil de todos, el “era con el pie Higuaín” del primer tiempo. Romero tapó alguna, el palo otra. El partido iba a los penales. Yo sabía que en los penales ganábamos, así que solamente estaba muy pero muy nervioso, nada más que eso. Hasta que Göetze apagó toda la ilusión. No quedó tiempo para revertir nada. Pasó más cerca que nunca.
Esa adrenalina furiosa de 45/50 días se agotó de pronto. Alguno lloraba, otro se agarraba la cabeza, otro miraba esperando que el partido siga 0-0 a pesar del gol alemán, otro que decía “no” repetidamente. Después de comer el matambrito que quedaba, cada uno se fue para su casa. No había mucho para hablar. Al otro día, lunes, había que volver a la rutina. Al trabajo, al estudio, al gimnasio. Lo peor era que no había partidos. ¡El Mundial había terminado! Todo era tristeza por haber perdido, todo era nostalgia por la excelente Copa que se había vivido y que ya era historia. A ese lunes 14/07/2014, el Día del Vacío, todavía le faltaban tres años y once meses para Rusia 2018. Muchísimo. Hoy, por suerte, la revancha está un poco más cerca.