La (im)propiedad de los muertos: Eurofonías (notas de viajes)

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La (im)propiedad de los muertos: Eurofonías (notas de viajes)

07 Enero 2017

 

¡Malditos sean vuestros timbales y vuestros fusiles, bulliciosos vivientes, que tan poco os preocupáis de los difuntos y de su divino reposo!... ¡Malditas sean vuestras ambiciones, vuestras cábalas, mortales impacientes, que venís a aprender el arte de matar junto al santuario de la Muerte!... ¡Si supieseis cuán fácilmente se consigue el premio, cuán asequible es el fin de tal empresa y como todo es falso excepto la Nada!
Charles Baudelaire

Nos morts

Nuestros muertos. Eso se lee al pie de un monumento en el que se nombra a los muertos de Le Reole (un pequeño pueblo cerca de Bordeaux) en las guerras en las que participó/generó Francia: Indochina, Argelia, la Segunda Guerra Mundial, y otras. Según me dicen, cada pueblo tiene su homenaje a sus muertos en guerra. Aquí en Le Reole, el monumento se ubica en la plaza Mártires de la Resistencia. Aunque no todas estas muertes, sabemos, fueron en actos de “resistencia” (concepto más vinculado a luchar en inferioridad de condiciones materiales, y en el caso francés, refiere a la invasión de la Alemania nazi) ¿O acaso se entiende aquí que combatir al intento descolonizador es también resistir? Evidentemente no sabemos sobre la configuración de una subjetividad constituida en y por un país con afanes imperiales y colonias en su haber, consolidado y salvado por ello. No sabemos, nosotros, argentinos, tercermundistas, lo que es morir (vivir) por mantener (teniendo) un reinado. Nuestros muertos, nosotros mismos, somos, siempre, resistentes (por más aristocrático que alguno se presuma) Nos une una tradición de sojuzgamiento colonial. Y nos preguntamos, ¿habrá también monumentos y plazas en honor -sí- a la resistencia en Indochina, Argelia? Seguramente. Y esos muertos, ¿no le son también adjudicables -propios- al pueblo francés? Colonias como siguen siendo, más allá de (o justamente por) los artilugios imperiales de las procesos de “liberación nacional”, cuyos muertos se honran aquí, seguramente allá. En Argelia, por ejemplo, nos dicen, la enseñanza universitaria sigue siendo en idioma francés. Ahora, ¿si los vivos -universitarios, trabajadores, indocumentados- siguen teniendo un vínculo tan estrecho con la France (de hecho plagada está París de argelinos y demás “post”colonias), no lo deberían tener también los muertos? ¿Cómo se reparten acaso los muertos? Esta repartición, de hecho, ¿no es el asunto fundamental, fundante de toda política, por caso, nacional? Lo impropio, e inapropiable de la muerte, vuelto economía política. Hasta que uno salta, y grita, “me adjudico esas muertes”, y parece repartirse y darse de nuevo. Aunque solo parece.

Breve diario de una cacería humana

1 de enero. Comienzo de año y la primera noticia es: atentado en Estambul. Pero nos apresuramos con las palabras y sus connotaciones. El mismo Le Monde, de hecho, pone comillas a la palabreja que sale de inmediato y lo explica, lo justifica todo: “terrorista”. Primer día del año, primera tapa en un año de elección presidencial francesa, pues, con un “atentado”, hecho por “terroristas”. Las comillas, que salvan aquí al diario de una posible equivocación futura, no evitan marcar un sentido, construir un clima, fortalecer un ideario, prefigurar un ganador. Las comillas no se nombran en el habla cotidiana, en el bar, en la panadería. Nadie ni siquiera hará el gesto de entrecomillar con los dedos. O si lo hará ya no importa. Se dice, se dirá, se dijo, se seguirá diciendo: atentado terrorista. Al que lo acompaña aquí otro término, que culmina por cerrar un sentido tibiamente desplazado: chasse a l´homme. Que sin entrecomillado alguno expresa la caza de un hombre. Una cacería humana. De humanos (por humanos). Si Thomas Hobbes urdió la metáfora que justifica la presencia de un Estado soberano, monopolizando la fuerza, siendo que “el hombre es el lobo del hombre”, aquí, en tiempos transparentizados, tal expresión se literaliza. Un “atentado” “terrorista” que no pudo haber sido hecho sino por un hombre cazable, es decir, un cuasi hombre. Las cacerías, claro, no son, no eran (aunque sí, siempre lo fueron) de humanos. Así se fundó, por caso, el estado argentino en aquella campaña que hoy se entrecomilla, pero no todos (el ministro de educación Bullrich, por su parte, prefiere no hacerlo): la campaña del “desierto”. Se dijo, repitamoslo, si había desierto no había “campaña”, conquista, alguna por hacer: quien sale a conquistar un desierto o es imbécil o un conquistador eufemista que sabe que la provincia de buenos aires (dador de dividendos privilegiado de la nación) no era ningún desierto, pero sí (y el eterno retorno de las ideas, de las nociones sorprende, inquieta) los que la habitaban eran cuasi hombres, por tanto cazables. Las cacerías o “campañas” (a las electorales, a las publicitarias sugestivamente también se las llama así) solo se hacen pues a cuasi humanos. Y no a “casi” humanos, porque así -casi- tendrían posibilidad de serlo, disciplinamiento y control social mediante. Los “cuasi” no, son pseudos hombre. Como el nuevo rico, que nunca dará la talla aristocrática: el dicho popular, siempre, lo condensa y facilita todo, “aunque la mona se vista de seda - de hombre-, mona queda”. Y el universo animal pues dando la clave (animalizante -cazable- de lo humano) a todo este asunto. El primer día del 2017, de este modo, en la antaño ciudad de las luces, cuna de la ilustración, y de los “derechos del hombre”, donde anuncian y enuncian de este modo la primer noticia del año electoral, en el que la derecha “volverá” al poder (pero cuando, cuando se había ido), y solo resta saber si será la derecha o la ultra derecha, Fillon o Le Pen, aquí, el universo animal tematiza (define) cosas de hombres, e incluso ayuda a nombrar a cierto tipo de “terrorista”, el más indefinible e impreciso de esta indefinible e imprecisa (pero muy útil) palabra: el lobo solitario. Una cacería humana pues titula Le Monde se ha iniciado para atrapar al autor del atentado en Estambul. El hombre lobo (del hombre), cazador, tras los pasos del lobo humanoide y solitario cazable. Una expresión: cacería humana, que circula en y por su espectacularización, por ser tópico espectacularizado, estandarizado. Así lo pude comprobar fácilmente: al tratar de traducir aquella expresión, Google me recuerda que hay varias películas así llamadas: una de Jean Claude Van Damme, que al menos aquí fue estrenada así, “Chasse à l'homme”, y en inglés se tituló Hard target (e incluso hubo una segunda parte). Una de Fritz Lang, titulada en ingles Man hunt, de 1941. Otra (Chasse a l´homme: le terreur de la nuit) de un tal Bruce Seth Green, en cuyo afiche se ve a un policía con rostro proactivo y un muchacho (quizás árabe, quizás nor-africano, occidentalizado) corriendo por un calle de California. Y una con otra connotacion, pero con mismo nombre (aunque humano es entendido directamente como hombre, y no genérico, sino de género), con Catherine Deneuve y Jean Paul Belmondo, de 1964, y con afiche donde ella, vestida de novia, toca un trombón desde donde aparecen los hombres a cazar/casar, entre ellos Belmondo.

3 de enero. Al tercer día del año, o sea, a tres días del "ataque terrorista", se empieza a hablar de complot en el atentado en Estambul. Y los muertos (¿de quién?) comienzan a ser repartidos, dispersados, reacomodados. La hipótesis del complot es por demás plausible. Erdogan, el líder turco, tuvo un intento de golpe de estado el año pasado e inició una feroz purga de opositores. Pero el cedazo del terrorismo lo iguala y explica todo con la velocidad de un wasapp, como el cantar de un tuit. Lo más obvio, cual carta robada, no se vio, y aparece cuando se empieza a tomar un poco de perspectiva. Aunque como suele suceder, las aclaraciones son lo de menos. El lector medio construido por los diarios quiere lo que quiere, aquí y allá, la industria cultural lo hizo: sangre, terror y malos. Nada de interpretaciones políticas, ni especificidades históricas. Sangre, terror y malos.

Y es que los "malos" de las películas telenoticiarias cotidianas (ya no son alemanes, vietnamitas ni rusos -bueno, eternos retornos mediante, ya volverán los Igor Putin contra los Rocky Trump y en cualquier momento-), los que se compraron y compran todos los boletos desde hace unos años, los decapitadores cinematográficos de los yihadistas, se "adjudicaron" el atentado. Y esto para la prensa es, curiosamente, palabra santa. Nada importa sobre lo truchable y sencillo de endilgar, o lo falsamente apropiable del término "adjudicar". Como si estuviésemos ante un escribano público global, que trabaja a sola firma: el que se lo adjudica (como en los juegos infantiles, de socio semiótica iniciática: el que lo dice) lo es. Es llamativo como en una contemporaneidad rodeada, invadida y fundada en simulacros de todo tipo (simuladores de y para la guerra -Farocki nos lo mostró-, realidades virtuales -Collin Powell hizo lo suyo-, toda la teoría estructuralista, postcolonial mediante -sospechadoras de todo signo-) el argumento sea ni siquiera digno de la primera sociología argentina, donde el universo social se dividía entre los que simulaban, y nosotros (Ramos Mejía, Ingenieros) Hoy, si alguien dice "me adjudico" ya basta. Aunque adjudicarse un atentado, no implica adjudicarse los muertos. Por el contrario, se hace un atentado (hablamos como si supiéramos algo al respecto), es de suponer, para adjudicarle los muertos (esos, y por otros) a otro. Por alguna situación previa (donde hubo -siempre- muertos) se "tiran" ahora, y de este modo, brutal, -siempre- espectacular, estos muertos. Por tanto, los muertos, que el diario describe: africanos, árabes, además de turcos (medio europeos, medio árabes: turcos), esos muertos, se los debe adjudicar quién. ¿Turquía? (eso facilitaría la teoría del complot, luego de la terrorista que es la que finalmente quedará) ¿Europa toda? ¿Portugal, España, Grecia? No. ¿Francia, Alemania, Inglaterra? Bueno. En el diario no hablan de esto. De quien es el que debe adjudicarse estos muertos, los próximos: tuyos, nuestros, de todos, de nadie. La adjudicación indiscutible (como en un plan de ahorro, que tiene de vez en cuando adjudicatarios: aquellos que apostaron y la fortuna, y su insistencia, les adjudica lo que desean), la inefable e infalible adjudicación, es la de aquellos discursos que se fundan en el miedo, la intolerancia al otro (el adjudicable del mote de terrorista, al cazable, es decir, casi cualquier otro tercer/cuatrimundista, solo es cuestión de esperar que la rueda designatoria -democrática y empetrolada- lo señale) ¿Quien? Aquí, y en todos lados, la derecha (que lejos de ser una denominación fuera de moda, "del pasado", aquí es usada de modo legítimo: la gauche, la izquierda, está por tener sus elecciones primarias, y así titula todo noticiero) Sus representantes, los de la derecha, o sea, casi toda la plana política francesa, europea dominante, deberían adjudicarse los muertos, esos, tantos. Por supuesto, no lo harán. No tienen por qué hacerlo. En tal caso no lo harán ellos. El acto adjudicatario, de tal adjudicación, tiene que venir de afuera.

5 de enero. Le Monde titula algo sobre la discusión en torno al marco legal de los ataques selectivos. Por si cabía alguna duda, eufemismo sobre eufemismo, el mundo está en guerra. La tercera guerra mundial se está librando, entrecomillados, cacerías humanas, lobos solitarios mediante. Aunque sin (o por no) cometer los errores mediáticos/mediatizados de un Vietnam hipervisible, ni de un Abu Grahib hiperfiltrado. Que no haya ejército regular en contra (vietcongs, iraquíes de Saddam Hussein, o libaneses de Kadafi), que no haya imágenes de muertos ni de abusos, que se utilice la maleabilidad e imprecisión del concepto de "terrorismo", e incluso por las burdas filmaciones de esos malos malísimos yihadistas, que cualquier productor hollywoodense hubiera sido echado por falta de matiz en el casting y el guión. Más allá de este estado de espectáculo bélico naturalizado, los diarios, los noticieros franceses, los soldados que caminan las calles con sus ametralladoras, expresan, sin enveses, un indudable estado de guerra. La que, claro, se lleva a cabo a kilómetros de los Campos Elíseos, pero que en cualquier momento puede mostrar (y muestra) su hocico.

Una guerra de otro tipo, para un otro tiempo. Pero guerra, con muertos, refugiados, y ataques selectivos hechos -aquí, exacerbando el cinismo- por un gobierno socialista, y que por blando dejará el poder en breve, guerra hay. Estamos, de hecho, en guerra mundial. Solo restaría enunciarla, declararla y demás retóricas, claro, de antaño. Mejor así. El estado de inminencia saca sus réditos. Produciendo un estado de guerra/control/vigilancia permanente. Si el post Auschwitz generó un estado de excepción, un campo concentracionario cotidiano. El post 2001 (Torres gemelas, Abu Grahib y yihadistas mediante) lleva a este estado de guerra constante, de baja aunque inesperada, inminente intensidad. De muertos repartidos desigual e injustamente, aunque apropiados para el caldo de cultivo de políticas (económicas -Walsh no puede dejar de iluminar al respecto-) de derecha que el socialismo de Hollande y el democratismo de Obama han llevado adelante. El fantasma del terror corre todo umbral: el que va del nosotros al (son) los otros, el primero.

Nuestros nosotros

Estuve en el cementerio de Montparnasse. Y los muertos, los nuestros, nosotros en y por ellos, allí. Proudhon, Baudelaire, Durkheim, Man Ray, Sartre, Beauvoir, Cortazar. La saga francesa que nos parió. Nosotros en/por ellos, aquí, donde (no) llegamos. Panteón de lecturas, idearios, actitudes intelectuales, artísticas, políticas, que forjaron generaciones, un mundo (este) ¿Qué hacer con estos (también nuestros) muertos? La iconoclasia anarquista de un Proudhon, la flaneurista de un Baudelaire, o la surrealista de un Man Ray harían implosionarlos para que surja "lo nuevo", lo "nuestro", lo "propio". Incluso el mismo Sartre, descolonizador y convocante de la violencia revolucionaria, del prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon (leído y reivindicado por nuestros muertos, nuestros resistentes) Y en la tumba de Cortazar, alguien lo ha hecho. Le deja una carta (la carta al muerto, un género singular, ¿aunque acaso hacemos otra cosa?), le dice traidor, y advierte que muchos otros traidores como él rondarán hoy mismo por las calles. Aquí nosotros. Y la pregunta insiste ¿Qué hacer con los muertos, con estos, aquellos, todos (los) nuestros? Escribirles, traicionarlos, traicionando nuestras (sus) lecturas, escrituras, impuestas, sacralizadas, naturalizadas, a fuerza de obsesión, esnobismo y repetición. A fuerza de imágenes, repeticiones y televisión. Traicionar a nuestros ojos, a la trampa melancólica, bucólica, al facilismo nominativo y a la puta que los parió. Moi, nous: negros.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografía: Sebastián Russo